—Me averguenzas,
—Y tienes razon. —Miro de nuevo a la profanada capilla; comprendio que no habia nada que pudiera hacer—. Vamos. —Hizo girar al poni—. Lo mejor sera que prosigamos nuestro camino.
Mientras dejaban la pequena y triste ruina a sus espaldas, no volvio ni una sola vez la cabeza para mirar atras.
CAPITULO 2
Parecia como si Vesinum hiciera muy poco para justificar su reputacion y posicion como centro de prospera actividad. Tras pasar por una primera zona de feos edificios, habian llegado a los muelles, donde enormes malecones de piedra se introducian en la lisa corriente del rio, y almacenes construidos sin prestar la menor atencion a la estetica se elevaban desafiando el torrido cielo. Aqui, aunque habia suficiente ruido y actividad para satisfacer al mas duro de los capataces, Indigo percibio una atmosfera de sumision. Los hombres se apresuraban en el cumplimiento de sus tareas con la cabeza gacha y la espalda encorvada, apartando los ojos de un innecesario contacto con los de sus companeros; los capataces gritaban sus ordenes de forma concisa; y no habia la menor senal de las gentes ociosas, mirones, buhoneros o prostitutas de puerto que casi siempre frecuentaban las vias fluviales.
Trastornada por aquella atmosfera, Indigo se desvio y penetro en el centro de la ciudad. Los edificios de aquella zona resultaban mas agradables a la vista: casas de comerciantes que se abrian paso en las anchas calles entre posadas, pequenos almacenes, soportales de pizarra donde los vendedores de comestibles, ropas, arreos y utensilios exponian sus mercancias sobre esteras tejidas... Pero la atmosfera predominante era la misma. Se respiraba inquietud, inseguridad, la sensacion de que el vecino desconfiaba del vecino. No habia ninos jugando en las calles, no resonaban risas en los soportales y nadie demostraba el menor vestigio de lo que hubiera sido una curiosidad natural hacia un forastero aparecido entre ellos. Era como si —aunque Indigo no pudo definir que la incito a escoger tal palabra— toda la ciudad estuviera asustada.
Detuvo al poni en el extremo de una amplia plaza dominada por una estrafalaria escultura central hecha de muchos metales diferentes. En el otro extremo, un hostal —solo el segundo que habia visto— se proclamaba a si mismo como la Casa del Cobre y del Hierro. Era un edificio bajo, construido en el severo estilo anguloso de la region, con la fachada quebrada por una serie de arcos ribeteados de descuidado mosaico; pero, aparte de eso, no tenia el menor adorno. Indigo se deslizo por el lomo del poni y, doblando los entumecidos musculos, miro a
«No
Corrupto. La inquietud de Indigo cristalizo de repente y comprendio que la interpretacion de
Poso una mano sobre la cabeza de la loba con la esperanza de tranquilizarla con su caricia.
—Vamos. Comeremos y descansaremos; luego veremos que mas podemos averiguar.
Empezaron a andar en direccion a la Casa del Cobre y del Hierro, y estaban en medio de la plaza cuando las sobresalto un repiqueteo, como si una docena de diminutas campanas repicaran discordantes a la vez. Los pelos del cuello de
Mostrando los dientes
—Es una especie de reloj.
El alivio se reflejo en su voz tras la momentanea sorpresa; toda la estructura, ahora podia verlo, era un complicado mecanismo de relojeria, obra de un habil e ingenioso artesano.
—No puede hacerte dano,
La loba no estaba tan convencida.
Divertida por la ingenuidad de su amiga, la muchacha abrio la boca para explicarselo lo mejor que pudiera; pero se detuvo al escuchar el sonido de muchos pies que se arrastraban por el suelo. Se volvio y pudo ver a un grupo de hombres que hacian su entrada en la plaza y se dirigian apresuradamente hacia una calle que salia de la ciudad en direccion norte. Por sus andrajosas ropas y sus rostros mal alimentados dedujo que debian de ser mineros; sin lugar a dudas se dirigian a cumplir con su turno de trabajo en las montanas. Y con un frio sobresalto interior se dio cuenta de que cada uno de ellos mostraba alguna senal de enfermedad o deformidad. Sus males no eran tan repugnantes como los que arrostraban los celebrantes de Charchad, pero, de todas formas, las senales estaban muy claras: caida de cabello, ojos nublados, desfiguraciones en la piel que parecian enormes y feas senales de nacimiento, aunque no lo eran. Y el reloj, como un frio capataz de metal, los habia convocado.
Involuntariamente se echo hacia atras mientras los mineros arrastraban los pies por la plaza y pasaban a pocos metros de ellas. Ni uno solo levanto la vista para mirarlas. Indigo y la loba se quedaron contemplando en silencio como desaparecia el grupo.
—Charchad... —dijo, por fin, la joven en voz baja.
La muchacha sacudio la cabeza, negando el pensamiento antes de que pudiera materializarse, y consciente de una sensacion de colera indeterminada que se encendia en lo mas profundo de su mente.
—No importa. No importa...
La Casa del Cobre y el Hierro, al parecer, tenia pocos huespedes. A pesar del poco negocio que hacia, el delgado y obsequioso propietario aun se sintio inclinado a poner alguna objecion con respecto a
—... No es nuestra costumbre —dijo mientras se retorcia las manos como si se las lavase— permitir la entrada de animales en nuestra casa.
Pero, al darse cuenta de la apasionada chispa de enojo que se ocultaba tras la sugerencia de su cliente de que podria ir a alojarse a cualquier otro sitio, cedio con tanta amabilidad como fue capaz de reunir. Las condujo a una habitacion pequena, pero aceptablemente comoda, con una ventana con postigos que daba a la plaza.