Grimya, que jamas habia podido superar la antipatia natural que le producia permanecer entre las paredes de cualquier edificio, se puso a pasear por la habitacion. Detestaba el encierro y el calor que las sombras de la habitacion convertian en sofocante.

La cocina de la casa se ponia en funcionamiento a la puesta del sol, habia dicho el posadero, y sonarian unas campanillas para anunciar que empezaban a servirse las comidas. Indigo, sintiendose mas limpia, aunque no completamente descansada, se sento sobre el jergon relleno de paja que hacia las veces de cama y saco la piedra- iman para mirarla una vez mas. En la penumbra de la habitacion, el pequeno punto de luz del interior de la piedra parecia anormalmente brillante; mientras lo sostenia en su palma vio que la chispa se agitaba violentamente, como si fuera un ser vivo lo que estaba atrapado alli dentro e intentara escapar. Y la luz seguia senalando el norte.

Desde la ventana, Grimya dijo:

«Hay mucha actividad en la plaza. Hay hombres que transportan lena. Colocan antorchas. Creo que preparan alguna celebracion.»

La idea de que los habitantes de Vesinum desearan celebrar alguna cosa resultaba improbable, pero Indigo se puso en pie y cruzo la habitacion. Se agacho junto a la loba y apoyo los brazos en el repecho de la ventana. El sol ya no era mas que un rojizo resplandor detras de los cada vez mas oscuros tejados de las casas; las tiendas de los soportales parecian haber cerrado, y la plaza estaba envuelta en sombras sin ninguna lampara que las mitigara. Debido a que sumision no era tan aguda como la de Grimya, todo lo que Indigo pudo vislumbrar fueron unas pocas figuras humanas algo borrosas que se movian en la penumbra, aunque sus oidos captaron el ocasional murmullo de voces o el ruido sordo producido al levantar algun objeto pesado.

Un repiqueteo de discordantes campanillas resono de repente desde abajo. Indigo se volvio al escuchar la senal, aliviada al darse cuenta de lo hambrienta que estaba. La dieta de un viajero a base de fruta seca y tiras de carne salada —todo lo demas convertido en rancio despues de un dia bajo el abrasador calor; Grimya solo habia podido cazar lo suficiente para alimentarse ella durante el camino— podia ser nutritiva, pero cansaba enseguida. Incluso la mas mediocre de las comidas resultaria un cambio agradable.

Grimya se aparto de la ventana mientras la joven se preparaba para abandonar la habitacion.

—?Me que... quedo aqui?

—No. Tambien tu necesitas alimentarte; me ocupare de que nos den de comer a las dos.

—Pu... puedo c... cazar. Mas tarde, cuando todo essste qui... quieto.

—?Por que has de hacerlo, cuando no hay necesidad? Ademas, creo que debemos permanecer juntas. — Indigo sonrio y luego dirigio la vista hacia la puerta—. Yo, la verdad, me sentiria mejor acompanada.

Indigo se sorprendio al descubrir que no era, de ningun modo, el unico comensal de la taberna del hostal. Casi la mitad de los huecos terminados en arco que bordeaban la sala estaban ya ocupados, y se estaban sirviendo jarras de vino o de cerveza a un grupo de comerciantes que ocupaban una de las bien fregadas mesas centrales. Una muchacha delgada de ojos cansados y recelosos hizo una pequena reverencia y pregunto a Indigo en que podia servirla; esta la miro fijamente y le quito de la cabeza cualquier objecion que hubiera podido hacer, en nombre de su amo, por la presencia de Grimya. Acto seguido fue conducida a un reservado separado de sus vecinos por una reja de filigrana de cobre.

Aunque quiza no tuviera muchas otras cosas positivas, la Casa del Cobre y el Hierro por lo menos ofrecia a sus huespedes una buena comida. Indigo escogio un plato de carne con especias cocinada con aceitunas y albaricoques en conserva. Como su bolsa estaba lo bastante llena, decidio permitirse el lujo de pedir tambien un acompanamiento de legumbres frescas traidas de los campos irrigados artificialmente de Agia, y algo muy escaso. Saboreando su comida, con Grimya devorando muy satisfecha una bandeja de carnes variadas, colocada a sus pies, empezo a relajarse un poco por primera vez en muchos dias. La atmosfera de la habitacion era soporifera y la conversacion de los otros ocupantes de la sala se convirtio en un sordo murmullo de fondo; retirado su plato, empezo a caer en un agradable ensueno...

—Bienaventurada seais, hermana, en esta noche propicia.

Indigo dio un respingo, levanto los ojos y se encontro con tres hombres y una mujer que bloqueaban la entrada del reservado en el que se hallaba. Iban vestidos con sobriedad, y —al igual que los celebrantes y que los mineros de la plaza— cada uno sufria algun tipo de mal, aunque sus defectos eran menos escandalosos que los que habia visto antes. De sus cinturones pendian amuletos parecidos al extrano y reluciente talisman que llevaba el demente de la carretera; bajo la luz de las lamparas de la taberna su fosforescencia resultaba apagada y enfermiza.

La joven sintio como la pelambrera de Grimya le rozaba, las piernas al incorporarse el animal, con los pelos erizados. Deslizo una mano por debajo de la mesa para calmar a su amiga, proyectando mentalmente una advertencia para que se mantuviera en silencio y se comportara con cautela. Luego saludo con un gesto de cabeza al grupo.

—Buenas noches a todos.

—?Sois forastera en Vesinum?

El mas alto de los tres hombres, cuya piel parecia desprenderse en escamas, sonrio; pero aquel gesto no se extendio a sus ojos, que permanecian fijos en ella y desagradablemente frios.

—Pues si. —Indigo sintio que algo en su interior se erizaba al tiempo que la chispa de furia indefinida se hacia sentir una vez mas.

—Entonces sed bienvenida como forastera, y como buscadora de ilustracion. —La sonrisa desaparecio y el rostro del hombre adopto una expresion astuta—. ?No sois de Charchad, hermana?

Aquella palabra otra vez. Indigo reprimio un escalofrio.

—Lo lamento —respondio con calma—. No se nada del Charchad, quienquiera o lo que quiera que sea.

La mujer lanzo un siseo, como si la muchacha hubiera pronunciado una blasfemia, y la expresion de su interrogador se endurecio.

—?Hermana, os aconsejo que observeis el respeto apropiado! ?No se debe pronunciar el nombre de Charchad a la ligera y os insto a retractaros de vuestro error!

Desesperada, Indigo miro a su alrededor con la intencion de llamar al propietario y exigir que

echara de alli a aquellos intrusos. Pero cuando lo encontro su rostro estaba vuelto hacia otro lado, y comprendio que no tenia la menor intencion de intervenir.

Uno de los otros hombres hablo entonces. Su boca estaba muy deformada, lo cual le producia un defecto en el habla que hacia casi ininteligibles sus palabras.

—Nuegtra hergmmana... jierra... pego... solo pog omi-jion. A...un huede veg la uz de la vegdad, y jecibig la ben-dijion.

Indigo advirtio que Grimya se ponia en tension y le siseaba en silencio:

«?Peligro!»

«Espera.» Los dedos de la muchacha se cerraron sobre su lomo. «No hagas nada aun.»

El rostro de su interrogador se relajo de nuevo adoptando una gelida sonrisa.

—Desde luego, hermano, desde luego. ?La luz de la verdad! Hermana, sois afortunada, porque nosotros, los que pertenecemos a Charchad, estamos dotados de un grado de misericordia y justicia que esta ausente en el no iniciado. —La sonrisa se amplio; Indigo tuvo la impresion de que adoptaba la traicionera mueca de un reptil—. Se diria que vuestra llegada es muy oportuna, ya que podemos ofreceros una oportunidad sin precedentes para alzaros de la oscuridad en la que os moveis y dar vuestros primeros pasos por el autentico sendero.

Grimya se agito de nuevo, los musculos dispuestos.

«?Esto no me gusta! Este hombre amenaza...»

«Chisst.»

Indigo la acaricio de nuevo, consciente de que su propio corazon empezaba a latir demasiado deprisa: no de miedo, sino por aquella rabia sin forma que por fin empezaba a converger en algo. Sus ojos se encontraron con la mirada firme del portavoz de Charchad, y repuso con helada formalidad:

—Senor, no tengo la menor duda de que vuestras intenciones son buenas y de que sois sincero en vuestras creencias. Pero no me gusta que se me den ordenes cuando deseo tranquilidad y soledad, y tampoco me gustan las amenazas veladas. —La colera brillo con repentina violencia en sus ojos—. Os deseare, por tanto, buenas noches.

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