arrojaron sin miramiento contra el duro suelo.

Debia de haber estado inconsciente durante algunos minutos, ya que cuando recupero el sentido la reyerta habia finalizado. Mientras el mundo volvia a recuperar su nitidez ante sus ojos, Indigo escucho el sordo murmullo de voces a poca distancia en el que destacaba el sonido de una mujer que sollozaba. Agnethe... pero ?que habia sido de la criatura? Y Grimya...

De repente recordo el ganido que habia escuchado, y el panico se apodero de ella.

«?Grimya!», llamo en silencio, luchando por superar la vertiginosa inercia de su cabeza. «Grimya, ?donde estas?»

«Estoy... aqui. Me golpearon.»

El mensaje de respuesta de la loba sonaba muy debil, pero con gran alivio por su parte Indigo escucho la soterrada indignacion que le indicaba que Grimya estaba ilesa.

«Han atado mis patas», dijo Grimya. «No puedo ir hasta ti. Indigo, ?estas bien?»

«Si.»

Los soldados podian haberlas matado a las dos facilmente, penso: el hecho de que estuvieran relativamente ilesas debia de ser una buena senal.

«No te resistas a menos que intenten hacerte dano», anadio Indigo. «Me parece que sera mejor esperar y ver que quieren de nosotras.»

Antes de que Grimya pudiera contestar, una sombra arrojada por la luz de la hoguera cayo sobre Indigo, y comprobo que dos de los hombres habian visto como despertaba y estaban ahora de pie junto a ella. Uno de ellos le hablo, pero aunque capto la nota interrogante de su voz no conocia el idioma, y sacudio la cabeza para dar a entender que no comprendia. El hombre refunfuno impaciente, y unas manos se extendieron para tirar de ella y ponerla en pie. Todavia mareada y sintiendo nauseas, intento contener las ganas de vomitar mientras la conducian hacia los chimelos que estaban reunidos bajo los arboles.

El ataque, por lo que parecia, habia sido tan eficiente como veloz, y los guerreros estaban dispuestos para partir. Agnethe, callada ahora, estaba sentada delante de uno de los soldados sobre la montura de este; a Indigo le parecio que estaba atada pero no pudo estar segura. Un segundo jinete llevaba el cesto de la criatura entre sus brazos, con gran cuidado, pero Indigo no pudo ver la menor senal de Grimya.

Se revolvio hacia sus capturadores, olvidando en su furia y su temor que no podrian comprenderla.

—?Donde esta Grimya? —inquirio en su propia lengua—. ?Que le habeis hecho?

Los hombres intercambiaron una mirada y se encogieron de hombros, e Indigo maldijo en voz baja.

—Animal —dijo, cambiando al idioma khimizi en la esperanza de que pudieran comprenderla—. ?Perro! ?Mi perro! —E intento liberar sus brazos para imitar a una criatura de cuatro patas.

Uno de los soldados la sacudio para detener su forcejeo, pero el segundo comprendio y sonrio. Senalo en direccion a otro chimelo, e Indigo vio un bulto gris atravesado sobre la silla del animal. A Grimya la habian atado como si se tratase del trofeo de un cazador. Le habian quitado toda su dignidad, y la colera de Indigo reaparecio. Pero antes de que pudiera dar rienda suelta a su furia sobre sus capturadores, la voz mental de Grimya resono en su mente.

«No, Indigo. Recuerda lo que me dijiste, y no hagas nada aun.»

Indigo reprimio su arrebato con un esfuerzo y se obligo a relajarse. Aparte de la dignidad, ni ella ni Grimya estaban bajo una amenaza inmediata, y por lo tanto se sometio en silencio mientras los dos soldados la conducian a su propio chimelo y, una vez hubo montado, ataban sus manos al pomo de la silla. Colocaron a los animales en hilera, y su mirada se cruzo con la de Agnethe por un breve instante antes de que se separaran. El rostro de la Takhina era una mascara hermetica y desdichada y no hizo el menor intento por hablar; pero cuando empezaron a ponerse en movimiento se produjo un pequeno disturbio en la cabeza del grupo. Un chimelo se aparto lateralmente de la fila, como si algo lo hubiera asustado, e Indigo oyo lanzar a Agnethe un grito acusador:

—?Traidor!

Solo pudo ver por un instante al jinete del chimelo descarriado, pero fue suficiente. Un joven, cuyo rostro quedaba desfigurado por una herida de espada que justo ahora empezaba a cicatrizar, que mantenia el cuerpo encorvado y a la defensiva. Y cuyos cabellos y piel poseian el inconfundible color miel de un aristocrata khimizi.

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CAPITULO 4

Las murallas de Simhara aparecieron ante ellos a ultimas horas de la tarde del dia siguiente. Bajo otras circunstancias Indigo se habria sentido extasiada ante su primera vision de los enormes torreones de Simhara recortandose contra el brillante cielo: a Simhara se la habia apodado «La Joya del Este», y el epiteto le hacia justicia, ya que las innumerables vidrieras de sus edificios relucian con diferentes tonalidades de rubies, topacios, zafiros y esmeraldas en sus monturas de piedra color pastel, y el bronceado brillo de los metales semipreciosos que adornaban los tejados de espiras y minaretes reflejaban el sol poniente como un centenar de refulgentes heliografos. Aunque su madre habia nacido en Simhara, la familia de esta habia vivido en una de las ciudades de menor importancia de Khimiz, situada mas al sur. No obstante, Imogen habia visitado a menudo su ciudad natal, y de nina, sobre las rodillas de su madre, Indigo se habia sentido cautivada por los relatos que habia escuchado sobre su magnificencia. Pero ahora se sentia demasiado cansada y desalentada para hacer otra cosa que no fuera contemplar estupidamente las brillantes paredes y las refulgentes espiras y el reluciente brillo de piedra preciosa del mar que formaba el telon de fondo de Simhara, y lo unico que fue capaz de sentir fue un gran alivio porque el viaje ya tocaba a su fin.

Los guerreros habian avanzado a traves del desierto con una marcha agotadora, solo se habian detenido tres veces, y por muy breve espacio de tiempo, para refrescarse. A Indigo y a Grimya se les habia dado agua pero no comida; el interes de sus capturadores por su bienestar, por lo que parecia, se extendia tan solo a asegurarse de que seguian con vida. Pero de todas formas los hombres no les mostraban una hostilidad abierta; en varias ocasiones, el guerrero que tiraba de la montura de Indigo habia vuelto la cabeza y le habia sonreido alentador, aunque esta lo ignoraba por completo, e ignoraba, tambien, el intermitente sonido de los sollozos de Agnethe y los ocasionales pataleos de Jessamin. Se habia comunicado, aunque sin orden ni concierto, con Grimya, pero a medida que avanzaba el dia y el calor se intensificaba, incluso ese esfuerzo se volvio excesivo, y un agotamiento paralizante y soporifero se apodero de ella, eclipsando a cualquier otra sensacion.

No obstante, al ir acercandose a Simhara su mente se vio arrancada por la fuerza de su sopor al hacerse aparente los estragos que el asedio de los invasores habia causado en la ciudad. A mas de un kilometro de distancia de las murallas de la ciudad la arena del desierto era un caos, y las senales de campamentos recientes — restos de hogueras, utensilios de cocinar abandonados, excrementos de animales, incluso algunas tiendas— se veian por todas partes. Una amplia seccion de la cara norte de la muralla, alli donde las enormes y elegantes puertas principales habian estado, estaba convertida en un revoltijo de escombros. Se habian derrumbado piedras enormes convirtiendose en restos ennegrecidos, y las mismas puertas, destrozadas y retorcidas hasta resultar casi irreconocibles, yacian en medio de los escombros como las alas rotas de algun fabuloso pajaro de bronce.

Habia centinelas en la destrozada entrada, y los jinetes se detuvieron por un instante para hablar con ellos. El sol era como un horno incandescente, e Indigo, cubierta de sudor, se removio en su silla y se agarro con mas fuerza al pomo; esperaba tener las fuerzas suficientes para mantenerse a lomos del chimelo hasta que llegaran a su destino final, y deseaba no sentirse tan mareada.

A los pocos momentos se pusieron en marcha de nuevo; y al entrar en la ciudad, Indigo se dio cuenta de que el caos que ya habia visto no era mas que una minima parte del total. Simhara habia sido asolada. Aunque los elevados torreones y los minaretes que se veian mas alla de sus muros estaban indemnes, poca cosa mas habia

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