autenticos amigos para con nosotras, y recuerdo muy bien lo que le ha sucedido a todos aquellos con los que hemos trabado amistad.

—Ha sido una buena epoca esta —repuso Grimya pesarosa—. Es tris... te pensar que ten... tenga que ter... minar.

—Lo se; y eso es otra parte de ello. —Indigo dirigio la vista a las lentas aguas del rio.

—A lo mejor no hara falta que se me... mezclen; al menos no aun —sugirio Grimya—. No estamos sssseguras de lo que dice la piedra. No hasta que miremos.

Indigo se sentia reacia a mirar: sabia cual seria la respuesta de la piedra-iman a su pregunta. Pero la bondadosa reprimenda de Grimya era justa: no podia posponerse el momento eternamente.

Se llevo una mano al cuello y saco la bolsa de cuero que colgaba a su alrededor. La piedra —pequena, lisa y totalmente corriente— cayo sobre su palma extendida. El dorado punto de luz de su interior era claramente visible incluso en aquella oscuridad; al cabo de unos segundos se la mostro a Grimya. Su rostro era inexcrutable.

Grimya la miro, y dijo:

—Ah...

El diminuto ojo dorado ya no indicaba hacia el oeste; se habia acomodado en el centro exacto de la piedra.

Habian llegado al final de su viaje.

Ninguna de las dos hablo durante un largo rato. Grimya observo a su amiga con ojos preocupados, leyendo sus pensamientos pero incapaz de decir nada que pudiera serle de algun consuelo. Habia finalizado el rastreo y la caza estaba a punto de empezar: aqui, en este apacible remanso rural, algo siniestro y diabolico las esperaba, y ellas debian dar la espalda al tranquilo idilio del pasado reciente y, una vez mas, enfrentarse a una nueva manifestacion del horror que Indigo habia liberado de la Torre de los Pesares hacia ya tanto tiempo... El tercero de los siete demonios empezaba a agitarse. Y, sin importar a que precio, habia que encontrarlo y destruirlo.

Algo brillo en la mejilla de Indigo, y Grimya se dio cuenta de que lloraba. Pero no habia ni furia ni desesperacion en sus lagrimas; eran simplemente una liberacion, un reconocimiento y una aceptacion de su destino y un melancolico pesar porque el tranquilo interludio del que habian disfrutado debiera finalizar. La loba parpadeo, e intento pensar en alguna palabra de consuelo, pero antes de que pudiera hablar, Indigo se seco los ojos con el dorso e la mano.

—Estoy bien, Grimya. No te preocupes. Contemplo la humedad concentrada sobre su piel, y observo distraidamente que la luz de la luna la hacia relucir como si fuera de plata. Plata: el color de su propia debilidad, la senal de la imperfeccion que anidaba dentro de ella misma que era, quizas, el mayor peligro de todos. Cerro los ojos con fuerza por un instante, intentando hacer desaparecer la imagen no deseada de un rostro que habia visto demasiado a menudo ya en sus suenos. Las facciones de una criatura, dientes felinos como perlas en la pequena boca de sonrisa cruel, un suave halo de cabellos plateados, ojos plateados calculadores y burlones. Habia pasado mucho tiempo ya desde que la criatura a quien ella llamaba Nemesis, el impio ser simbiotico nacido de su propia naturaleza oscura y liberado al disfrute de una vida independiente, se habia cruzado en su camino. La ultima vez que la habia visto habia sido desde la cubierta del Orgullo de Simhara cuando zarpaban del poderoso reino oriental de Khimiz, y aun podia recordar el odio vislumbrado en los ojos de la criatura y la sensacion de una promesa silenciosa de que aquel encuentro no seria el ultimo. Nemesis vivia tan solo para frustrar su mision y desviarla de su resolucion, ya que con la destruccion del ultimo de los demonios tambien ella, Nemesis, moriria. Y la piedra de toque de Nemesis era la plata...

De repente la noche se torno fria, y el adormilado rio que fluia con tanta suavidad entre ambas orillas parecio adoptar un leve tono amenazador. Un poco mas alla, los juncos se agitaron; Indigo empezo a volver la cabeza, pero se detuvo, medio asustada de que si miraba, su cansado estado de animo podria traducir el sonido y el movimiento en algo menos inocente que los caprichos de la brisa. Estrellas de plata en el firmamento; reflejos plateados sobre el agua. Se estremecio, y extendio una mano para hundirla en el aspero y reconfortante calor del pelaje de Grimya.

—Regresemos —dijo.

Grimya comprendio. Se pusieron en pie, y pasaron despacio junto a las hogueras apagadas y los carromatos sin luces hasta el campamento de los Brabazon. En el aire flotaba aun un debil y agradable aroma a madera quemada; al llegar a la carreta Indigo volvio la cabeza para contemplar el terreno. Nada se movia, y con la loba pisandole los talones ascendio los peldanos y regreso a la paz y seguridad de sus dormidas companeras.

CAPITULO 3

—?Indigo, no encuentro mi mascara!. ?Oh, ayudame, por favor!

Indigo estaba sentada en uno de los arcones de ropa con la cabeza inclinada sobre el arpa, ocupada en afinar el instrumento. Sobre la elevada plataforma situada detras de la pantalla que formaba una exigua y provisional zona de preparacion para los artistas que participaban en la Fiesta una compania de acrobatas llegaba al final de su numero; el ruido en la plaza era estridente y resultaba casi imposible oir las notas que producian sus dedos sobre las cuerdas, de modo que dejo el arpa a un lado —ya tendria tiempo para una ultima comprobacion mas tarde— y fue a responder a la lloriqueante suplica de Honestidad.

—?Que mascara has perdido, Honi?

—La de la Danza del Boyero. —Honestidad sostenia un farol con una mano sobre una caja de madera y revolvia frenetica su contenido con la otra—. Ya se que aun no la necesito, pero la he de tener preparada; mas tarde no habra tiempo de buscar.

Un destello de raso amarillo por entre un monton de capas lllamo la atencion de Indigo, y extendio la mano.

—?Esta?

—?Ohhh! —Honestidad se llevo una mano al corazon y simulo poner los ojos en blanco como si fuera a desmayarse—. ?Gracias!

Constan aparecio por detras de las bambalinas. Se detuvo al tiempo que miraba con aire profesional aquel aparente caos, luego dijo:

—?Todo el mundo listo? Los acrobatas estan a punto de terminar.

De la plaza sonaron unos cuantos aplausos, mezclados con algunos vitores y alegres silbidos, y Fran levanto los ojos mientras terminaba de atar las polainas de la pequena Responsabilidad, de siete anos.

—?Que tal el publico, papa? ?Es tan malo como temiamos?

—Podria ser mejor, pero claro, tambien podria ser peor —respondio Constan—. Al menos no falta gente; desde la puesta del sol han llegado muchos mas y se amontonan en la plaza como gatitos alrededor de un plato de leche. Pero hay demasiadas caras tristes para mi gusto.

—Bien, pues tendremos que efectuar un esfuerzo extra para animarlas. —Fran se incorporo, terminada su tarea, y Responsabilidad flexiono las piernas de forma experimental.

Se produjo entonces un subito frenesi de actividad cuando los acrobatas —gente menuda de las lejanas tierras del sudoeste, de piel palida y cabellos casi blancos— aparecieron corriendo por un lado de las bambalinas. Su jefe sonrio e hizo una reverencia a Constan, luego el grupo se dejo caer sin aliento en el suelo y empezaron a charlar entre ellos en su ininteligible lengua.

—Bien —anuncio Constan—. Ahora vamos nosotros. ?Tienes tu flauta, Cari? Y vosotras, las pequenas, poneos en fila, ya.

Lanzo una protesta.

—Maldita sea, casi lo olvidaba, Fran: vamos a suprimir la Mascarada de los Espiritus Arboreos.

—?Que? —Fran lo miro boquiabierto—. Por la Diosa de la Cosecha, ?por que? ?Es uno de nuestros mejores numeros!

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