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—?Indigo! No queria despertarte.
—?Que haces? ?Que sucede?
—Hay
Indigo echo a un lado las sabanas y cruzo la habitacion hacia ella. Se detuvo junto a la ventana escuchando, pero solo oia el gemido del viento.
—A lo mejor si abro los postigos un poquitin... —empezo.
La respuesta llego con tal rapidez que Indigo se sobresalto. Sus ojos se clavaron en la borrosa silueta de
—
—
Y, como llamado por haber pronunciado la palabra, surgio de repente de la noche un sonido que no formaba parte de la tormenta, audible incluso por encima del aullido de la galerna. Lejano, pero energico y aterradoramente poderoso, era el desafiante rugido ronco de un felino enorme.
—
—?No! —ladro
—?Esta bastante lejos! Tranquilizate, carino. Aqui estas a salvo. —Dirigio una rapida mirada a la ventana cerrada, al tiempo que se preguntaba inquieta a que distancia estaria el enorme felino. Aquel rugido se habia oido con tanta claridad en medio de la tormenta...
Desecho de inmediato la especulacion para que
—
Indigo la abrazo con muda simpatia. A ella le asustaba tambien el tigre de las nieves, y sabia lo fuerte y peligroso que podia ser; pero
Por fin Indigo noto que los estremecimientos de
—Aun no se percibe la luz del alba. —Su voz era un murmullo—. Deberiamos dormir un poco mas.
—Debes intentarlo. Las dos debemos hacerlo. Vamos, tumbate en la cama conmigo. No hay nada que temer ahora.
Algo indecisa,
Indigo permanecio despierta un rato, escuchando el estruendo de la tormenta y preguntandose si el rugido del tigre habria despertado a alguna otra persona de la casa. De vez en cuando se escuchaban ruidos extranos; el crujido de vigas o tablas, un repentino silbido lugubre, como si se hubiera abierto una puerta dejando entrar la tormenta. Pero los crujidos no eran mas que los quejidos de la vieja casa mientras el viento la zarandeaba; los silbidos, el eco de una repentina rafaga de aire en la chimenea. No habia nadie por ahi.
Por fin, con la cabeza de
CAPITULO 6
Aunque no se hizo la menor mencion de ello, Indigo sospecho que
La tormenta seguia sin dar la menor senal de querer amainar, pero habia tareas esenciales que no podian posponerse ni siquiera con el mal tiempo. La granja estaba escasa de trabajadores ahora que la ventisca imposibilitaba que el acostumbrado contingente de hombres como Grayle y Morvin vinieran desde sus lejanos hogares, y el ofrecimiento de Indigo de ayudar fue recibido con gratitud. Envueltos en pieles, Kinter y ella salieron al aullante pandemonium para transportar forraje desde el inmenso granero situado junto a la casa hasta el relativo refugio de los establos. Cruzaron el patio entre resbalones y traspies, las cabezas vueltas como nadadores en medio de una corriente para protegerlas de la galerna que amenazaba con derribarlos a cada paso. Las dependencias se alzaban sombrias y espectrales en la oscuridad. Por encima del aullido de la tormenta se escuchaban erraticas e irreales voces que gritaban y el tintineo metalico de los cubos, mientras Veness y Reif, en la bien protegida caseta del pozo, sacaban agua para humanos y animales por igual, y en el establo del ganado, Brws y Rimmi ordenaban las dos vacas y alimentaban a las aves domesticas encerradas en el corral.
No dejaron de trabajar durante las cortas horas de luz diurna, descansando solo para tomar un rapido almuerzo y tener la oportunidad de descongelar las manos y pies helados ante los fogones de la cocina. Terminado por fin el trabajo con el ganado, Veness y Reif se unieron a ellos para iniciar la batalla de limpiar la nieve que se amontonaba y deslizaba por el patio. Pero era una lucha desigual; con la misma rapidez con que se barria caia la nieve, la ventisca arrojaba nuevas oleadas contra ellos y, al fin, a grandes gritos para hacerse oir por encima del rugir del • viento, Veness mando hacer un alto mientras la arremolinada blancura de la manana empezaba a hundirse en una penumbra aullante y traicionera.
En el interior de la casa, el contraste producido por el silencio y la quietud tras la algarabia exterior fue muy agudo y, durante los primeros minutos, los desoriento. Advirtieron que gritaban como si la galerna siguiera soplando