—Aqui —dijo, y aquella palabra ardia de amargura, odio y anhelo—. Mirala.

Indigo contemplo lo que le mostraba, y vio que se trataba de una miniatura pintada del busto de una mujer, no demasiado buena, pero si lo bastante para mostrar las facciones con detalle. Un rostro en forma de corazon, bonito y un poco caprichoso, los cabellos negros recogidos y cayendo en dos trenzas sobre los hombros. Y unos enormes e intensos ojos azules.

—Mi pequena Moia —dijo el conde Bray, y la amargura dio paso a la ferocidad—. Mi esposa. ?Mia!

Sus ojos brillaban, y las lagrimas empezaron a resbalar por sus mejillas. Carlaze dirigio a Indigo una desesperada mirada de suplica.

—Ve a buscar a Livian —murmuro—. Por favor, Indigo..., ?ve a buscar a Livian, deprisa!

El conde sollozaba, sujetando con fuerza la miniatura mientras su otra mano, convertida en un puno, golpeaba despacio y ritmicamente la mesa como si a fuerza de perseverancia fuera a convertirla en astillas. Ojos azules. Y una imagen de la figura cubierta de pieles en medio de la nieve, mientras la luz de la luna reflejaba por un instante un destello parecido al brillo de un zafiro.

Indigo se dio la vuelta y corrio hacia la cocina.

—Daria mi vida por averiguar como consiguio la bebida. —Livian empezo a ordenar los pucheros, recurriendo a la actividad rutinaria para disimular parte de la tension de su voz—. Hemos hecho todo lo que se nos ha ocurrido para mantenerla fuera de su alcance porque ya hemos visto en otras ocasiones el efecto que tiene sobre el.

—Querer es poder —interpuso Carlaze sombria, Indigo y ella estaban pelando hortalizas en la mesa—. Suponemos que puede tener reservas ocultas por toda la casa. De cualquier forma, se exactamente como la consiguio esta vez. —Levanto la cabeza—. Alguien olvido cerrar con llave la puerta de la alacena donde se guarda.

Rimmi se dio la vuelta desde el fogon donde removia el estofado.

—?No intentes acusarme! —le espeto—. ?Yo no tuve nada que ver con eso!

—No acuso a nadie —replico Carlaze mordaz—. Me limito a decir lo que ha sucedido, y que debemos tener muchisimo cuidado para que no vuelva a suceder.

Livian paseo la mirada pensativa de su hija a su nuera, luego apreto con fuerza los labios.

—Rimmi, baja al sotano y llena el cuenco de la harina —dijo.

—Pero si no esta vacio...

—No importa. ?Haz lo que te digo!

Sombria, reconociendo el tono de voz, Rimmi obedecio. Cuando la puerta del sotano se cerro tras ella, Livian bajo la voz y dijo:

—No queria decir delante de Rimmi lo que pienso; no se puede confiar en que luego no vaya a contarlo por ahi. Pero creo que hay que hacer algo mas, para asegurarnos de que las cosas no vuelvan a llegar a este extremo.

Tanto Indigo como Carlaze comprendieron lo que queria decir. Al parecer, Carlaze se habia tropezado con el conde Bray en el comedor pocos minutos antes de la llegada de Indigo. Nadie sabia en que momento habia salido de su habitacion, pero cuando Carlaze lo encontro ya habia despachado dos jarros de cerveza y empezaba con el tercero... Juraba que iba a matar a los que lo habian traicionado. Carlaze utilizo todas las artimanas que se le ocurrieron para quitarle de la cabeza la idea de venganza, y en un acto desesperado, se arriesgo finalmente a poner en sus manos el retrato de Moia para distraer su atencion del hacha y el escudo colgados sobre la chimenea. La estratagema funciono, pero su efecto seria precario; en cualquier momento el sentimental estado de animo del conde podia trocarse en algo mucho mas peligroso, y solo la intervencion de Livian consiguio por fin persuadirlo de regresar a su habitacion, comer un poco y dormir la borrachera.

—No podemos dejar que vuelva a suceder. —Livian sabia ya que Indigo estaba enterada de lo que se ocultaba tras la «enfermedad» del conde y, por lo tanto, se creia capaz de hablar con franqueza—. Me duele decirlo, pero creo que, por el bien de todos nosotros y el suyo, tendria que permanecer encerrado en su habitacion a partir de ahora.

Se produjo un silencio; luego Carlaze dijo inquieta:

—No podemos hacer eso sin el permiso de Veness.

—Entonces habra que conseguir su permiso. Lo se, Carlaze; habiamos decidido no anadir mas peso a su carga contandole todo esto. Pero creo que debemos hacerlo. —Sus ojos se volvieron introspectivos por un momento, luego sacudio la cabeza para rechazar lo que estaba pensando—. Creo que no debemos arriesgarnos a callar.

Carlaze contemplo el monton de hortalizas peladas que tenia delante.

—Eso quiere decir que lo admitimos, ?no? Admitimos que esta loco.

«Ojos azules», penso Indigo con un escalofrio interno. «Y si tengo razon, si es cierto..., ?que es lo que Moia le esta intentando hacer a su esposo?»

Livian aparto el puchero del estofado, que amenazaba con derramarse.

—Si —asintio entristecida—. Lo admitimos.

«Creo», dijo Grimya, con los ojos fijos en el fuego,«que solo hay una cosa que podamos hacer. Debemos volver a encontrarla, y enfrentarnos con ella.»

Estaban sentadas, la uno junto a la otra, sobre una alfombra frente a la chimenea de la habitacion de Indigo.

La muchacha habia anadido un nuevo leno y las llamas crepitaban alegremente y con fuerza; aunque era tarde y el resto de los habitantes de la casa estaban ya en cama, ninguna de las dos estaba aun dispuesta para irse a dormir.

«Pero ?como podemos encontrarla? —medito Indigo—. Se muestra solo cuando quiere. Se puede buscar su pista, pero tambien hay que tener en cuenta al tigre. No dejara que nos acerquemos si ella no desea que la localicen».

«Eso es un problema». La loba la miro con los ojos llenos de franqueza. «Yyo no me acercaria al tigre a menos que supiera que el quiere que lo haga. No me atreveria». ,Hizo una pausa. «Ademas, podemos estar equivocadas. Muchos humanos tienen los ojos azules».

«Lo se. Pero es el primer eslabon posible con el que nos hemos encontrado. Por lo menos debemos intentar ver adonde nos lleva».

Se produjo un largo silencio, luego Grimya dijo:

«Siento mucha pena por el conde. Cuando lo encontramos, pude ver en su mente; estaba totalmente abierta, como la de un cachorro. Es un hombre sencillo: todo lo que desea es ser feliz. Y ahora que le han arrebatado la felicidad, no sabe que hacer, y por eso busca refugio en su colera». Una nueva pausa. «Me gustaria poder ayudarlo».

Indigo le acaricio la cabeza.

«A mi tambien».

Solo ahora, encerrado en su habitacion, ?que pensaria y sentiria?, se pregunto. Y Moia —si es que, realmente, la misteriosa mujer era Moia—, ?que sentiria? ?Tendria remordimientos? ?O agradeceria el alivio de verse libre de un matrimonio que jamas habia deseado? En justicia, Indigo no podia condenarla abiertamente; no sabia nada sobre lo que habia detras de su huida ni tampoco sobre sus motivaciones actuales. Hablo de un traidor, pero afirmo no conocer su identidad. Sin embargo, si habia vivido alli, si habia sido, aunque por un breve lapso, la senora de la casa, seguramente debia de saber quien era un amigo y quien un enemigo.

Grimya bostezo largamente y estiro las patas traseras.

«Carecemos de respuestas», anuncio. «Y hay demasiados interrogantes. Estoy cansada, Indigo. Esperemos a ver que nos trae la manana». Volvio la cabeza en direccion a la ventana. «El viento

vuelve a cambiar. Olfateo nieve. Quizas eso tambien traera otros cambios».

Indigo penso en el conde Bray, solo, aislado, consumido de dolor y de rabia. Y penso en Veness, los labios apretados, afligido por la noticia que Livian le habia comunicado con mucho tacto, accediendo muy a su pesar a que su padre se convirtiera en un prisionero. Deseaba hablar con el y ofrecerle todo el consuelo que pudiera, pero no pudo decidirse a hacerlo. A lo mejor solo habria empeorado las cosas mas de lo que estaban.

La cama acogedora y el descanso que prometia parecieron llamarla. Se puso en pie, frotandose las piernas

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