en la garganta que le impedia respirar, y el horror empezaba a trepar desde el fondo de su estomago, amenazando con arrojarla de la paralisis a la histeria a medida que en su mente empezaban a aparecer las primeras sospechas de lo que realmente habia sucedido. Oyo pronunciar su nombre, pero la voz le llego muy lejana; unas botas se arrastraron por la nieve, y de repente Veness aparecio a su lado.
Mascullo una imprecacion en voz baja mientras contemplaba aquello, incapaz lo mismo que ella de asimilarlo que veia. Como si no tuvieran nada que ver con ella, Indigo registro sonidos que provenian del interior del establo, audibles por encima del frenetico ladrar de los perros; eran caballos que relinchaban y pateaban el suelo asustados, aterrorizados por el olor de tanta sangre.
Hablo por fin, sin ser consciente en verdad de lo que decia, dando voz, a duras penas, al mas horrible de los pensamientos que intentaban abrirse paso en su mente.
—La casa...
Veness dio un brinco como si algo lo hubiese golpeado. Luego lanzo una exclamacion incoherente, se dio la vuelta y corrio en direccion a la puerta principal. Su reaccion saco a Indigo de golpe de su inmovilidad, y echo a correr tras el dando tumbos con
La puerta estaba cerrada y atrancada. Veness cargo contra ella con el hombro, sin resultado; luego la golpeo con ambos punos, gritando el nombre de Reif. Los perros ladraron con renovado frenesi y, de repente, entre el alboroto que armaban se escucho una voz procedente del otro lado de
la puerta.
—?Quien es? ?Que quereis?
—?Kinter? —Veness dio un paso atras, jadeante—. ?Kinter, somos Veness e Indigo! ?Abre la puerta!
Se escucharon chirridos y pies que se arrastraban; el cerrojo oxidado protesto y la puerta se abrio hacia adentro, Indigo se vio atacada de inmediato por una mezcolanza de impresiones: Kinter, el rostro ceniciento y ojeroso, con el brazo vendado y la camisa manchada de sangre; la profunda oscuridad del vestibulo, donde nadie habia encendido aun ninguna lampara; los sollozos procedentes de la cocina, ahogados por la distancia y las gruesas paredes, de una mujer que lloraba.
Veness abarco la escena y sus ojos se endurecieron con renovado temor.
—?Que ha sucedido?
—Venid a la cocina. —Kinter cerro la puerta tras ellos, volviendo a colocar los cerrojos—. Livian esta ahi, pero por la Madre no intenteis hablar con ella, aun no.
Los dos hombres se dirigieron apresuradamente vestibulo adentro, Indigo hizo intencion de seguirlos, pero
Los costados de
Indigo no se detuvo a pensar y abrio la puerta sin mas.
No habia ninguna lampara encendida. La unica iluminacion de la habitacion provenia de la cada vez mas debil luz del dia, que penetraba por el cuadrado de la ventana, y de los restos de los moribundos rescoldos del fuego, dando a la escena un siniestro tinte diabolico e intensificando las sombras. Habia algo sobre la enorme mesa, cubierto con una cortina arrancada de la ventana. Llena de inquietud, Indigo se acerco, se quito los guantes y levanto una esquina de la tela.
Oyo la voz de
La loba contemplaba la repisa de la chimenea, Indigo miro y tambien lo vio. En el lugar donde habian estado colgados el escudo y el hacha, habia solo un espacio vacio.
Indigo se dio la vuelta muy despacio hasta quedar de cara a la puerta. Lo sabia: lo supo desde su primer horrible descubrimiento en el patio aunque lucho por apartar aquel presentimiento de su conciencia. Ahora no podia hacer otra cosa que enfrentarse a la verdad y a las consecuencias que tenia para
Dio dos pasos vacilantes en direccion a la puerta, y su mano ensangrentada se aferro al marco para no caer. «Calmate», se dijo con ferocidad. «Debes calmarte..., nada de panico ni de histeria. Necesitaras todo tu buen juicio ahora. Lo necesitaras mas que nunca.»
Aspiro con cuidado dos veces, intentando ignorar el calido, casi dulzon olor de sangre y carne fresca que flotaba en el aire. Luego se enderezo y, con voluntad de hierro, se obligo a marchar en direccion a la cocina.
CAPITULO 14
—No sabia que estuviera alli. —Kinter estaba sentado ante la mesa de la cocina, los punos sobre la superficie y el rostro desprovisto de todo color—. Si me hubiera dado cuenta, si hubiera pensado... Pero Reif y Livian me habian calmado; pense que habia regresado a su habitacion...
Veness poso una mano sobre el hombro del otro, Indigo, levantando los ojos desde donde estaba agachada junto a la sollozante Livian, vio brillar lagrimas en sus ojos grises.
—No fue culpa tuya, Kinter. ?La Madre sabe que no fue culpa tuya!
—?Pero lo fue! —Kinter se negaba a ser consolado—. ?Tendria que haber tenido mas cuidado! Pero estaba tan ansioso de que Reif supiera lo sucedido... —Meneo la cabeza, incapaz de terminar, y se cubrio el rostro con las manos.
Indigo se volvio discretamente de nuevo hacia Livian, sentada abrazandose a si misma y balanceandose adelante y atras, Indigo preparo una pocima sedante, dando gracias en silencio por los elementales conocimientos curativos que su nodriza de tantos anos atras le habia ensenado. Poco a poco Livian se fue tranquilizando bajo sus efectos. Pero nada podia hacer desaparecer el recuerdo de lo sucedido ni devolver las vidas de los que habian muerto en la carniceria cometida por el conde Bray.
El relato de Kinter sobre los espantosos acontecimientos acaecidos fue breve y espeluznante. Al llegar a la granja montado en el caballo de Indigo, corrio hasta la casa para encontrar que, en lugar del pandemonium que temia, Reif
Intentaron detenerlo, dijo Kinter. Lucharon con el, forcejearon para hacerlo retroceder mientras intentaba abrirse paso hacia la repisa de la chimenea. El conde empezo a bramar de forma horrible e ininterrumpida, como un buey herido de muerte. El resto de la familia acudio corriendo, pero ni siquiera sus esfuerzos combinados fueron suficientes. La locura del conde Bray habia despertado en el una fuerza tremenda, casi inhumana, y los aparto a un lado, dejando a Reif sin sentido del golpe y apartando a Livian de una patada cuando esta hizo un ultimo y desesperado esfuerzo para detenerlo. Se arrojo sobre la repisa y extendio los brazos hacia arriba. Sus manos se cerraron alrededor del escudo y el hacha, y los arranco de la pared.
Sus rugidos se detuvieron al instante. Cuando se volvio para mirar a su horrorizada familia, el conde Bray empezo a reirse. Aquella risa le produciria pesadillas mientras viviera, dijo Kinter. Era una risa de implacable triunfo, de total desprecio por la vida. Era la risa de un alma que se habia vuelto total e irrevocablemente loca. Y