instinto diciendose que no queria ver a Reif y a sus hombres involucrados en aquello; desconocian la autentica naturaleza de su adversario y eran, por lo tanto, peligrosamente vulnerables. Pero en el fondo, sabia que habia algo mas. Mucho mas.

Se volvio otra vez hacia la mujer de ojos color zafiro:

—No tenemos tiempo que perder. Tenemos que encontrar al conde antes de que sea demasiado tarde. Dices que puedes ver en dimensiones que resultan invisibles a otros... ?Puedes llegar hasta el? ?Puedes decirme donde esta?

La mujer entrecerro los ojos.

—No... no puedo estar segura —respondio por fin—. Mis poderes son demasiado limitados... pero anoche, despues de que descubrimos el cadaver de Gordo, el tigre olio otra presencia humana en el bosque, no lejos de aqui. Yo no percibi nada, pero el animal si, y no me dejo investigar; me mantuvo a distancia. —Miro al tigre de las nieves que la contemplaba, con sus inexcrutables ojos ambarinos—: No se quien estaba ahi. Pero quiza valdria la pena echar un vistazo.

«No ha nevado desde hace varias horas», dijo Grimya. «Si existe algun rastro, el tigre y yo podriamos seguir la pista con facilidad.»

Era una posibilidad remota, pero de momento la unica pista que tenian, Indigo asintio:

—Si..., si, vale la pena intentarlo.

La mujer extendio una mano.

—Ven, pues. Te conducire alli.

Indigo tendio la suya automaticamente para tomar la mano que se le ofrecia. Se tocaron... y la mano de la mujer paso a traves de la suya sin que sintiera nada, tan insustancial como la bruma.

El corazon le dio un vuelco a Indigo y la mujer se quedo inmovil un instante.

—?Ah! —suspiro—. Claro. Por un momento olvide que tu y yo no somos totalmente iguales... —

Y con una leve sonrisa entristecida se volvio y empezo a guiarlas hacia el interior del bosque.

Anduvieron en silencio, la mujer delante, mientras Indigo la seguia flanqueada por Grimya y el tigre de las nieves. La luz del sol penetraba debilmente en el bosque, proyectando sombras enganosas; algun que otro trino del canto de pajaros se dejaba apenas oir a lo lejos, Indigo mantenia ojos y oidos bien alertas ante cualquier incidente extrano, pero sus pensamientos estaban puestos en otras cosas, en especial en el incomodo desasosiego, en la incongruencia (podria incluso decir insensatez) de la situacion. Eran cuatro de los mas disparatados e improbables aliados que imaginarse pudiera: Grimya y ella, un tigre salvaje y un fantasma, midiendose contra un enemigo sobrenatural cuya autentica naturaleza solo Grimya y ella conocian. El demonio que controlaba el hacha y el escudo poseia mucho mas poder que el contenido en la vieja maldicion de la mujer y, sin embargo, se habia propuesto enfrentarlo y destruirlo sin mas arma que el cuchillo de caza y la esperanza.

El hecho en si planteaba un nuevo interrogante: si tenia que triunfar sobre el demonio, debia primero enfrentarse al hombre cuya mente y cuerpo habia usurpado. El conde Bray era una victima inocente: su unico crimen habia sido enamorarse de una joven voluble e intentar, en su locura, poseerla en contra de su voluntad. Y era el padre de Veness. Loco o no, irremediablemente perdido o no, Indigo no se creia capaz de asesinarlo a sangre fria. Sin embargo hasta que, y a menos que, el conde muriera, el demonio continuaria alimentandose de su locura a traves de las armas malditas que empunaba. Y hasta que, y a menos que, ese pobre hombre muriera, no podria llegar al nucleo del mal; no podria alcanzar su corazon, apoderarse de el y aplastarlo acabando con su existencia.

La voz de Grimya dijo en su mente:

«A lo mejor no tiene que morir, Indigo. Si se lo pudiera separar de las armas, quiza la locura lo abandonaria.»

La joven medito sobre lo dicho por la loba pero, aunque fuera cierto, ?podria conseguirlo? Nadie podia acercarse al conde y esperar escapar ileso, y solo un espadachin experto tenia alguna posibilidad de lograr desarmarlo. Ella no poseia semejante habilidad (ni siquiera tenia una espada). ?Que podia esperar?

«Puede que aun exista una forma», repuso Grimya esperanzada cuando le transmitio sus pensamientos. «Se que no deseas que muera, y yo siento lo mismo. No merece la muerte.» Alzo la cabeza, y mostro los dientes de improviso. «No es el mismo caso que el de Carlaze y Kinter.»

Kinter estaba de momento muy lejos de la mente de Indigo, pero aquellas ultimas palabras indignadas de Grimya lo trajeron bruscamente al primer plano de sus pensamientos. Seria un error fatal pasar por alto a Kinter. Seguia en libertad, y ahora que su traicion habia quedado al descubierto solo tenia dos opciones: podia huir o podia intentar por cualquier medio recuperar la ventaja que habia perdido, Indigo sospechaba que era lo bastante despiadado (y estaba lo bastante desesperado) como para no rendirse, por mucho que las circunstancias estuviesen en su contra. Su situacion lo convertia en un ser muy peligroso.

?Se esconderia por alli?, se pregunto. Parecia probable; desde luego no se atreveria a regresar a la granja. Iba armado con su propia ballesta la cual tenia un temible alcance de tiro en manos expertas. Casi con seguridad estaria buscando al conde Bray; y era un factor impredecible, era como un animal suelto potencialmente letal.

Estaba a punto de llamar a la mujer que andaba delante de ella, de expresar sus temores y de advertirle el peligro que podia suponer Kinter, cuando el tigre se detuvo y levanto la cabeza. Las tres se quedaron inmoviles al instante, observando al felino con atencion. Los bigotes del tigre se agitaron, sus ojos ambarinos estaban clavados en los arboles del linde del bosque. Entonces sus labios se curvaron y lanzo un leve grunido de advertencia.

—?De que se trata?

La mujer volvio sobre sus pasos —el absoluto silencio con el que se movia, y que sus pies no perturbaran una hoja ni una brizna de hierba, desconcertaba a Indigo— y se detuvo junto al inmenso felino. Por unos instantes parecio como si no pudiese averiguar que era lo que habia atraido su atencion, pero de repente musito:

—?Escucha!

«?Lo oigo!», comunico Grimya con vehemencia a Indigo. «Un grito. Un grito humano. Parece alguien angustiado. Pero...»

No termino la frase: sin advertencia previa el tigre se lanzo hacia adelante en medio de los arboles. Se deslizo sin ruido, fundiendose entre las sombras. La mujer fue tras el y, ansiosa por no quedarse atras, Indigo y Grimya fueron en pos de ella. Se abrieron paso entre los apretujados troncos, a traves de ramas bajas que restallaban bajo las manos de Indigo y dejaban caer cortinas de nieve helada sobre su rostro y brazos, hasta que el gigantesco felino se detuvo otra vez y, sin aliento, Indigo consiguio alcanzar a sus veloces companeros.

Estaban muy cerca del linde del bosque: solo a pocos metros de distancia pudo ver la luz del dia que brillaba sin obstaculos proyectando sombras sobre los troncos de los arboles. No vio nada inusual alli pero tanto Grimya como el tigre miraban con atencion al frente, las orejas vueltas hacia adelante mientras escuchaban.

Y entonces lo oyo: un grito, ahogado y debil..., el triste gemido de alguien que sufria. La voz de una mujer, penso Indigo, pero al instante su instinto le dijo que algo no encajaba en aquella apreciacion. Algo relacionado con el tono de aquella voz no era normal, como si...

La sospecha se vio interrumpida, antes de que pudiera tomar forma, cuando el tigre lanzo un grunido ahogado y amenazador, y empezo a avanzar con suma cautela. Grimya lo siguio, las orejas echadas ahora atras y el cuerpo pegado al suelo. Los dos animales se arrastraron hasta llegar muy cerca del limite de los arboles; Indigo los vio penetrar en la zona banada por la luz del sol, detenerse, arrastrarse un paso mas. Entonces la voz sorprendida y excitada de Grimya resono en su mente.

«?Indigo, ven deprisa!»

El fantasma de la mujer y ella llegaron al limite del bosque a la vez. Indigo se detuvo en seco, resbalo ligeramente y estuvo a punto de caer, al ver lo que les aguardaba alli.

Un terreno virgen que se alejaba de los arboles en forma de suave ladera cubierta de nieve relucia bajo la palida luz del sol. Y a menos de veinte metros de donde se encontraban, la intacta blancura se veia desfigurada por lo que a primera vista parecia un arbol solitario, que proyectaba una sombra delgada y desigual sobre el suelo. Pero no se trataba de un arbol. O, mas bien, no se trataba de un arbol vivo. Eran los restos de un arbolillo, talado,

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