despojado de raices y ramas, clavado en el suelo para formar una estaca de unos dos metros y medio de altura. Y atada a la estaca, de espaldas a ellos de modo que era imposible reconocerla, habia una figura humana.

—Por los Ojos de Madre... —De la boca de Indigo surgio una bocanada de vapor al susurrar estas palabras—. ?Quien...? —Y se interrumpio cuando el viento transporto hasta ellos el tremulo y agonizante grito.

—Ayudad...me. Por favor... ayuda...

Indigo no perdio un segundo. Corrio hacia adelante, hundiendose en la nieve, que de improviso habia alcanzado mayor espesor, y avanzo penosamente en direccion a la estaca y a su indefenso y patetico prisionero. A su espalda el tigre rugio una advertencia pero ella no le presto atencion, limitandose a seguir adelante a duras penas, al tiempo que sacaba el cuchillo lista para cortar las ataduras. Veia una melena negra ondeando al viento, el desgarrado y sucio dobladillo de un vestido cubierto de tierra, pero no comprendio su reveladora significacion hasta que fue demasiado tarde, habia llegado hasta la figura atada, y...

—?Ahhh!

La sorpresa y la repugnancia se estrellaron como un puno de hierro contra su estomago. Retrocedio tambaleante apartandose del horrible espectaculo del cadaver putrefacto de Moia, el cual descompuestos sus labios y su nariz, le sonreia con una mueca delirante en medio de sus ligaduras. Grimya, que habia corrido a reunirse con ella, se detuvo patinando sobre la nieve y lanzo un gemido al encontrarse cara a cara con el espectaculo, y la mujer, siguiendo a la loba, contemplo aquel horror con ojos llenos de desaliento y piedad.

—Ha robado su cadaver... —La realidad la golpeo como un segundo punetazo, y se alejo de la espantosa vision, intentando contener las nauseas—. Lo robo, y... —La voz, claro; ?aquello era lo que no concordaba! No era el grito de una mujer en demanda de ayuda sino la imitacion hecha por un hombre, una trampa, un senuelo...

De improviso, el tigre de las nieves rugio. Fue un rugido atronador que hizo que Grimya lanzara un ganido de temor, Indigo y la mujer giraron en redondo para ver que las ramas del limite del bosque se agitaban violentamente impulsadas por algo que se abria paso entre la maleza. Otro sonido contesto al desafio del tigre; pero no era el rugido de un felino sino una voz humana que gritaba, bramaba, una palabra que helo la sangre de Indigo al reconocerla.

—?MOI-AA!

El conde Bray se lanzo fuera del bosque como un enloquecido oso herido. Su mano derecha balanceaba el hacha, haciendola describir amplios arcos, mientras con la izquierda sujetaba el escudo por encima de su cabeza como si se tratara de un estandarte de batalla. Durante los primeros y aterradores segundos, Indigo se percato de que no solo la hoja sino tambien todo el mango del hacha estaban recubiertos de sangre seca. El escudo, asimismo, estaba salpicado y manchado de sangre. Y el conde parecia una pesadilla viviente. No podia ni pretender imaginar lo que podia haberle sucedido durante aquella larga noche, pero casi desnudo, en su piel aparecian sintomas de congelacion y estaba cubierto por las cicatrices sanguinolentas de heridas nuevas que se habia autoinfligido. La indomable mata de cabello habia desaparecido casi por completo; se la habia arrancado el mismo a grandes mechones y el desnudo cuero cabelludo que habia dejado al descubierto estaba aranado e inflamado. Sus ojos, que antes ardian con un fuego devorador y demente, eran ahora como dos hornos semiapagados que relucian sanguinarios en los huecos negros de sus cuencas.

El conde Bray vio la escena que tenia delante (o la registro de alguna forma en su cerebro deteriorado), y se detuvo. Los brazos le cayeron inertes a los costados, arrastro las mortiferas armas sobre la nieve y miro a la estaca mas alla de Indigo y sus companeros. Despacio, muy despacio abrio la boca babeante y un sonido borboteo desde lo mas profundo de su ser.

—Mer... mer...

Pero de repente le fue imposible conseguir que su garganta y su lengua articularan las silabas que formaban el nombre de su esposa. Lo abandonaban los ultimos vestigios de inteligencia, arrebatandole sus poderes vocales, dejandolo sin la poca coherencia que le quedaba, mientras seguia con los ojos clavados en aquella cosa inerte y putrefacta que en una ocasion habia sido su preciosa y joven Moia. Era imposible saber si la reconocio o no como lo que habia sido; todo lo que podia emitir eran aquellos sonidos espantosos una y otra vez, tan incomprensibles y pateticos como los de un buey moribundo.

El corazon de Indigo empezo a latirle con la fuerza de un martillo contra las costillas al darse cuenta de que ya no le tenia miedo. No habia nada que temer ahora. El conde Bray no la atacaria; estaba hipnotizado por el cadaver, aturdido, inmovil.

Con sumo cuidado, la joven dio un paso hacia adelante. El tigre, que seguia inmovil junto al linde del bosque, alzo la cabeza de inmediato, rigido, y Grimya proyecto una ansiosa advertencia.

«Indigo, ?ten cuidado!»

«Todo va bien. No creo que intente hacerme dano.»

... Y existia una posibilidad, se dijo, una remota y casi imposible posibilidad, de que de alguna forma pudiera quitarle las armas malditas. De alguna forma...

Dio otro paso. El conde Bray no parecia darse cuenta de su existencia y permanecia con los ojos fijos mas alla. Su boca se abria y se cerraba, largos hilillos de saliva resbalaban por su menton, pero ya no emitia el menor quejido.

Otro paso. Estaba ya a unos tres metros de el, no mas. Otro...

Y entonces lo oyo, en la decima de segundo anterior al hecho en si, el sonido sordo, pesado y mortifero del resorte de una ballesta al soltarse.

No vio la saeta, su vuelo era demasiado rapido para ser captado por el ojo humano. Pero si la oyo: el gemido del aire desplazado y el aborrecible golpe sordo al dar en el blanco. El conde Bray no grito. Se limito a balancearse sobre sus pies; luego, de forma grotesca, sus ojos bizquearon como los de un borracho cuando los bajo y fijo en la flecha de acero de veinte centimetros que se le habia clavado en la parte posterior del cuello atravesandole la garganta.

Intento hablar. Mientras Indigo y sus companeros permanecian inmoviles, demasiado aturdidos para reaccionar, el conde abrio la boca por ultima vez. Un hilillo de sangre le broto entre los dientes y se le derramo por encima del labio inferior. Luego sus hombros se estremecieron en un estertor y un torrente escarlata le fluyo de la garganta antes de que se balanceara como un arbol cortado y se desplomara de bruces sobre la nieve.

CAPITULO 18

—?CORRED! —Indigo recupero el aliento bruscamente, y grito con toda la potencia de su voz— ?Id hasta los arboles, protegeos..., rapido!

Gritaba al mismo tiempo que corria velozmente por la nieve, maldiciendose por su ciega estupidez al no haber visto lo evidente cuando lo tenia frente a las narices. Kinter habia preparado la trampa; lo sabia, lo mismo que sabia que era suya la voz que habia pedido ayuda y atraido al conde Bray a aquel lugar. Y el habia estado alli todo aquel tiempo, esperando y observando: claro que habia estado alli, incluso una criatura lo habria advertido, se habria dado cuenta, no habria permitido que una cerrazon tan desatinada, cegadora e idiotizante bloqueara todo lo que no fuera el momento inmediato...

Por instinto zigzagueaba al correr con la cabeza gacha, intentando ofrecer el menor blanco posible. Grimya saltaba y ladraba delante de ella; la loba podria haber alcanzado un lugar seguro en cuestion de segundos pero no queria dejar atras a su amiga, Indigo le grito, instandola a seguir: el tigre se habia desvanecido ya en la selva y la mujer era un espectro volante, a punto de llegar al refugio de su santuario. Entonces algo chasqueo, silbo saliendo del bosque a su izquierda y un borroso objeto plateado paso junto a Indigo a la altura de los ojos. Lanzo un alarido, perdio el equilibrio al intentar esquivarlo, y cayo sobre la nieve.

«?Indigo!» El asustado grito mental de Grimya fue acompanado por un aullido, «?Indigo, levantate!»

No la habia alcanzado de milagro... Indigo se puso en pie con dificultad... y se quedo helada al ver la figura

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