despojado de raices y ramas, clavado en el suelo para formar una estaca de unos dos metros y medio de altura. Y atada a la estaca, de espaldas a ellos de modo que era imposible reconocerla, habia una figura humana.
—Por los Ojos de Madre... —De la boca de Indigo surgio una bocanada de vapor al susurrar estas palabras—. ?Quien...? —Y se interrumpio cuando el viento transporto hasta ellos el tremulo y agonizante grito.
—Ayudad...me. Por favor... ayuda...
Indigo no perdio un segundo. Corrio hacia adelante, hundiendose en la nieve, que de improviso habia alcanzado mayor espesor, y avanzo penosamente en direccion a la estaca y a su indefenso y patetico prisionero. A su espalda el tigre rugio una advertencia pero ella no le presto atencion, limitandose a seguir adelante a duras penas, al tiempo que sacaba el cuchillo lista para cortar las ataduras. Veia una melena negra ondeando al viento, el desgarrado y sucio dobladillo de un vestido cubierto de tierra, pero no comprendio su reveladora significacion hasta que fue demasiado tarde, habia llegado hasta la figura atada, y...
—?Ahhh!
La sorpresa y la repugnancia se estrellaron como un puno de hierro contra su estomago. Retrocedio tambaleante apartandose del horrible espectaculo del cadaver putrefacto de
—Ha robado su cadaver... —La realidad la golpeo como un segundo punetazo, y se alejo de la espantosa vision, intentando contener las nauseas—. Lo robo, y... —
De improviso, el tigre de las nieves rugio. Fue un rugido atronador que hizo que
—?MOI-AA!
El conde Bray se lanzo fuera del bosque como un enloquecido oso herido. Su mano derecha balanceaba el hacha, haciendola describir amplios arcos, mientras con la izquierda sujetaba el escudo por encima de su cabeza como si se tratara de un estandarte de batalla. Durante los primeros y aterradores segundos, Indigo se percato de que no solo la hoja sino tambien todo el mango del hacha estaban recubiertos de sangre seca. El escudo, asimismo, estaba salpicado y manchado de sangre. Y el conde parecia una pesadilla viviente. No podia ni pretender imaginar lo que podia haberle sucedido durante aquella larga noche, pero casi desnudo, en su piel aparecian sintomas de congelacion y estaba cubierto por las cicatrices sanguinolentas de heridas nuevas que se habia autoinfligido. La indomable mata de cabello habia desaparecido casi por completo; se la habia arrancado el mismo a grandes mechones y el desnudo cuero cabelludo que habia dejado al descubierto estaba aranado e inflamado. Sus ojos, que antes ardian con un fuego devorador y demente, eran ahora como dos hornos semiapagados que relucian sanguinarios en los huecos negros de sus cuencas.
El conde Bray vio la escena que tenia delante (o la registro de alguna forma en su cerebro deteriorado), y se detuvo. Los brazos le cayeron inertes a los costados, arrastro las mortiferas armas sobre la nieve y miro a la estaca mas alla de Indigo y sus companeros. Despacio, muy despacio abrio la boca babeante y un sonido borboteo desde lo mas profundo de su ser.
—Mer... mer...
Pero de repente le fue imposible conseguir que su garganta y su lengua articularan las silabas que formaban el nombre de su esposa. Lo abandonaban los ultimos vestigios de inteligencia, arrebatandole sus poderes vocales, dejandolo sin la poca coherencia que le quedaba, mientras seguia con los ojos clavados en aquella cosa inerte y putrefacta que en una ocasion habia sido su preciosa y joven Moia. Era imposible saber si la reconocio o no como lo que habia sido; todo lo que podia emitir eran aquellos sonidos espantosos una y otra vez, tan incomprensibles y pateticos como los de un buey moribundo.
El corazon de Indigo empezo a latirle con la fuerza de un martillo contra las costillas al darse cuenta de que ya no le tenia miedo. No habia nada que temer ahora. El conde Bray no la atacaria; estaba hipnotizado por el cadaver, aturdido, inmovil.
Con sumo cuidado, la joven dio un paso hacia adelante. El tigre, que seguia inmovil junto al linde del bosque, alzo la cabeza de inmediato, rigido, y
Dio otro paso. El conde Bray no parecia darse cuenta de su existencia y permanecia con los ojos fijos mas alla. Su boca se abria y se cerraba, largos hilillos de saliva resbalaban por su menton, pero ya no emitia el menor quejido.
Otro paso. Estaba ya a unos tres metros de el, no mas. Otro...
Y entonces lo oyo, en la decima de segundo anterior al hecho en si, el sonido sordo, pesado y mortifero del resorte de una ballesta al soltarse.
No vio la saeta, su vuelo era demasiado rapido para ser captado por el ojo humano. Pero si la oyo: el gemido del aire desplazado y el aborrecible golpe sordo al dar en el blanco. El conde Bray no grito. Se limito a balancearse sobre sus pies; luego, de forma grotesca, sus ojos bizquearon como los de un borracho cuando los bajo y fijo en la flecha de acero de veinte centimetros que se le habia clavado en la parte posterior del cuello atravesandole la garganta.
Intento hablar. Mientras
CAPITULO 18
—?CORRED! —Indigo recupero el aliento bruscamente, y grito con toda la potencia de su voz— ?Id hasta los arboles, protegeos..., rapido!
Por instinto zigzagueaba al correr con la cabeza gacha, intentando ofrecer el menor blanco posible.
No la habia alcanzado de milagro... Indigo se puso en pie con dificultad... y se quedo helada al ver la figura