descubriendo los dientes por un instante—. Tal y como he dicho, es una posibilidad. Y eso es mejor que nada, ?no?

Indigo creyo comprender su razonamiento. Si tocaba una sola vez aquellas armas, se veria poseida por la demencia que habia destruido al conde Bray. Si se volvia enloquecida en contra de Kinter, este se limitaria a matarla antes de que pudiera tocarlo. Pero existia otra posibilidad: la atraccion de la granja y de los Bray supervivientes. Podria verse atraida de regreso alli, ?y cuantos estragos podria provocar antes de que le dispararan o acabaran con ella? ?Suficientes para permitir a Kinter que la siguiera y terminara lo que ella hubiera empezado? Oh, si; era posible. Y aunque las probabilidades de que tuviera exito e hiciera el trabajo de Kinter por el eran remotas, para Kinter valia la pena correr el riesgo. Aunque fracasara no habria perdido nada.

—?Bien? —La voz de Kinter se abrio paso entre sus revueltos pensamientos—. Decide, Indigo. No pienso perder mas tiempo. La muerte o las armas.

Dirigio una rapida mirada de reojo en direccion al bosque. No se veia ninguna senal de sus amigos aunque sospecho que Grimya intentaba comunicarse con ella; pero no permitiria que la loba consiguiera penetrar en su cerebro (no debia permitirlo). Por una vez, debia prohibirle a Grimya que fuera en su ayuda, por el bien de ambas.

Un pensamiento, una suplica atraveso su mente, mantenia atras, mantenia a salvo... y una vision momentanea del rostro orgulloso y bello del tigre de las nieves parpadeo como un espejismo en su cabeza. Luego desaparecio, y solo quedaron ella, el difunto conde y Kinter.

Bajo los ojos hacia el cadaver y contemplo el hacha y el escudo que habian sido la nemesis del conde Bray. Su nemesis: ahora, con una ironia que ignoraba en el, Kinter queria que fuesen la de ella. El escudo reflejo una apagada y borrosa imagen de su rostro y, por un instante, aquel rostro parecio ser mas pequeno, mas estrecho, sucio y burlon. Ah, si. Ella tenia razon. Sabia que tenia razon. Y el riesgo (quizas el mayor riesgo de toda su ajetreada vida) debia correrlo en ese momento.

Indigo se puso en cuclillas y extendio las manos en direccion a las armas. Vacilo un momento, levanto la vista hacia Kinter una vez mas, y de repente vio a traves de su envoltura de carne y hueso hasta llegar a su misma esencia: corrupcion, codicia, envidia (obsesiones mezquinas y muy humanas). Kinter no sabia con lo que estaba jugando, demasiado ensimismado para darse cuenta de lo que habia liberado. Ojala se lo pudiera mostrar. Ojala pudiera mantener el control. Ojala lo consiguiera.

Su mano izquierda se deslizo por el asidero del escudo, al mismo tiempo que la derecha se cerraba alrededor del mango del hacha.

Era como tocar... pero no podia contenerlo; ni su mente ni su cuerpo podian asimilar la colosal y estridente conmocion que surgio rugiendo de las tinieblas como un tornado, aplastandola y desmenuzandola... Indigo escucho un aullido espantoso y ululante que rasgaba el aire... pero no, no era su voz, no podia ser, eso no, no ese aullar inhumano...

Los brazos se le habian convertido en granito. Su peso la clavaba contra el suelo, y en cada mano sostenia un fuego al rojo vivo que empezaba a fundir la carne que le cubria los huesos. El suelo se tambaleaba bajo sus pies, como si algo enorme, innominable, se alzara tras un sueno de siglos en las profundidades de la tierra. No podia ver... El mundo era un caos de relampagos negros, lunas plateadas, calor abrasador y frio destructor; y una voz, no la suya, otra voz, gigantesca, insensata, espeluznante, empezo a rugir una y otra vez en su cerebro diciendole ?MATA! ?MATA! ?MATA! Y ella volvio a gritar, en terrible armonia ahora con la voz, el desafio de un alma en pena, una advertencia funesta: le era imposible contener la monstruosa energia, el odio desmedido, devastador, demoledor que llenaba cada una de las partes de su ser, odio al mundo, odio a la vida, odio a si misma, a... a si misma...

—NNNN...

El grito cambiaba, hizo que cambiase, tenia que hacer que cambiase. Una palabra, un nombre.

NEMESIS. Odio. Lo odiaba, y lo controlaria, porque no poseia ningun poder sobre ella, si ella lo deseaba, si podia abrirse paso entre el dolor, el miedo y las cadenas de una leyenda que intentaba convencerla de que su poder era mayor que el de ella. No era mayor: ella era la mas poderosa de las dos. Si, habia que repetirlo y repetirlo, una letania, un rito, un conjuro. ELLA ERA LA MAS PODEROSA.

Una explosion de oscuridad se alzo ante Indigo, surgiendo como una erupcion del vortice ante el cual su conciencia, todo su ser, pendian como una mosca atrapada en la tela de una arana, Indigo abrio la boca, chillo y sus pulmones se hincharon cuando aspiro las tinieblas, las absorbio, les dio la bienvenida, saco de ellas el mismisimo poder que ellas habian concentrado en su contra. Echo la cabeza hacia atras y, aunque su corazon parecia a punto de estallar, siguio aspirando, mas y mas y...

La explosion se convirtio en implosion, con un ruido que estallo mas alla del ruido para convertirse en una conmocion titanica y silenciosa. Y el mundo se oscurecio. Se volvio mas que oscuro: todos sus sentidos se habian cerrado. Sin vision: sin sentido del oido, sin sensaciones. Se dio cuenta de que se habia situado fuera del tiempo, quizas incluso fuera del espacio tal y como lo conocia. Entre mundos. Su mundo, y... ?que? No lo sabia. Pero eso, realmente, era la nada.

Sostenia aun el hacha y el escudo; sabia que estaban alli, a pesar de no poder sentir su fria realidad entre los dedos.

Y no estaba totalmente sola. No era Kinter: el estaba lejos, muy lejos en el mundo de la vida, paralizado en ese ultimo instante cuando Indigo toco las armas malditas, mientras ella penetraba en otro lugar. No; no era Kinter. Sino algo.

Indigo parpadeo. Y al instante, con un debil «clic» musical como si alguien hubiera golpeado un cristal con la punta de la una, una escena aparecio ante sus ojos.

Nemesis se encontraba de pie sobre una tarima en lo que era un remedo de la gran sala de Carn Caille. Detras de la demoniaca criatura, fantasmas familiares se movian con los gestos grotescos de los espectros, sus labios formaban mudas palabras, sus manos amontonaban comida invisible sobre platos invisibles y elevaban copas invisibles en brindis inexistentes. Su padre, su madre, su hermano: titeres, representando rituales que ya no tenian el menor significado.

Y Nemesis sonrio, y dijo:

—Bienvenida a casa, Indigo.

Levanto el escudo. Ya no resultaba pesado y, aunque todavia resplandecia como si estuviera al rojo vivo, no desprendia calor. Solo frio. Un frio intenso, implacable. Sostuvo el escudo ante ella y balanceo el hacha, una sola vez. Hendio el rostro del demonio y vio como su malevola sonrisita se trocaba en mueca de sorpresa, como sus ojos plateados parecian a punto de saltarle de las orbitas, como un torrente de sangre plateada brotaba del delgado cuello...

Indigo miro a traves de la aureola de su cabellera plateada, y volvio a parpadear. «Clic». La escena se desvanecio. Y ante ella, sobre una roca pelada cubierta de ceniza negra, vio un broche de estano, toscamente forjado en forma de ave. Clavo los ojos en el y el broche cobro vida. El ave, lisiada al parecer, agitaba debilmente las alas pero era incapaz de alzarse y volar. Entonces vio el punto central del ojo, que la contemplaba con astucia. Un ojo plateado.

Levanto el hacha, y abatio el arma con fuerza sobre la diminuta ave. Esta se rompio en mil pedazos, Indigo parpadeo con ojos que eran ahora de color plata.

«Clic». El dorso de la carta de la fortuna era plateado y, cuando Nemesis sonriente le dio la vuelta, vio la luna negra y el mar y la repugnante serpiente que se alzaba entre las aguas.

El hacha se balanceo en el aire. La cabeza de Nemesis se partio en dos cuando la hoja la golpeo en la coronilla. La carta cayo revoloteando, descendio, se desvanecio, desaparecio.

Indigo sonrio, mostrando sus afilados dientes gatunos, y parpadeo.

«Clic». Y en una sala putrefacta, una figura surgio entre resplandeciente luz blanco azulada y se coloco frente a ella como un diabolico anfitrion saludando a un huesped querido y largo tiempo esperado.

—Bienvenida, hermana —dijo Nemesis—. Te esperaba.

—Y yo —repuso Indigo—, te esperaba a ti.

Sintio crecer el manantial, un torrente, una catarata de poder. El hacha empezo a refulgir, el escudo llameaba como un sol cautivo, Indigo empezo a balancear el hacha por encima de su cabeza con ritmo hipnotico, dando vueltas, y vueltas, y mas vueltas. Oyo el aullante zumbido de la hoja, advirtio la rafaga de aire helado que levantaba

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