envuelta en pieles que aparecio en el limite del bosque. Habia recargado la ballesta en cuestion de segundos, y permanecia alli de pie, las piernas bien clavadas en el suelo, en actitud casi desenfadada, con la ballesta apuntando a su estomago.

—Eso fue simplemente un aviso, Indigo. —La voz familiar de Kinter atraveso el espacio nevado, pero ahora poseia un tinte maligno que ella no habia percibido antes—. No fallare la segunda vez, de la misma forma que no falle con el conde.

Ni Indigo ni Grimya se movieron, Indigo penso: «Puede que este mintiendo; no es tan buen tirador.» Pero deshecho al punto la idea. La verdad es que no sabia lo experto que podia ser Kinter, y no deseaba ponerlo a prueba. De lo que no habia duda era de que la tenia a tiro; si disparaba tenia todas las probabilidades de que la saeta diera en el blanco. ?Y si lo hacia?, se pregunto. No podia matarla, pero en ese momento su inmunidad ante la muerte era un triste consuelo: aunque fuera inmortal no era insensible al dolor o al dano fisico. Y sabia muy bien la clase de dano que podian infligir aquellas saetas.

Grimya hizo un movimiento espasmodico en direccion a ella. Kinter movio la ballesta unos milimetros e Indigo alzo una mano rapidamente.

—?No, Grimya! ?Quedate donde estas!

La reaccion de Kinter fue suficiente para decirle que sabia lo que se hacia, y que sus reflejos eran rapidos. Se paso la lengua por los labios, notando un sabor a escarcha y sal, sin que le importara que aquella humedad pudiera helarse y agrietarle la piel.

—Se retirara si se lo digo —siguio despacio y con voz clara—. Dejala ir. No tienes nada en su contra y ella no puede delatarte.

Kinter se encogio de hombros con despreocupado desinteres.

—Lo que tu quieras, Indigo. Como dices, no tengo nada contra Grimya, y no me gustaria desperdiciar la vida de un animal noble sin necesidad. Y en cuanto a tus otros amigos... —La joven percibio un debil destello cuando la mirada de el se desvio brevemente en direccion al bosque por donde habian desaparecido el tigre y el espiritu, luego dio unos cuantos pasos al frente hasta quedar bien alejado de los arboles —. Si son sensatos, se iran tranquilamente y nos dejaran ventilar nuestros asuntos. Si no son sensatos, tengo saetas suficientes para todos ellos. ?Me comprendes?

Ni siquiera el tigre seria bastante rapido contra el; lo veria si se lanzaba al ataque y podia matarlo antes de que tuviera la menor posibilidad de alcanzarlo, Indigo trago bilis, y asintio.

—Te comprendo, Kinter.

Y mentalmente dijo:

«Grimya, vete. Refugiate en el bosque, y advierte a los otros de que no intenten acercarse.»

«?No!», exclamo Grimya, angustiada. «?No te abandonare, Indigo! ?No lo hare!»

«?Grimya, obedeceme en esto!»

Puso toda la autoridad, toda la energia que pudo reunir en su desesperada orden porque algo se agitaba en el fondo de su cerebro; algo que habia visto, un indicio, una pista. Cuando Kinter echo una ojeada en direccion al bosque y ella vio que sus ojos reflejaban la luz del sol por un instante, aquellos ojos eran plateados. Color plata. Como el hacha y el escudo. Como los ojos de la criatura diabolica llamada Nemesis. Este no era Kinter tal y como ella lo habia conocido. Algo se elevaba dentro y a traves de el, y se trataba de un adversario que habia llegado a conocer bien, muy bien.

«Obedeceme, Grimya», dijo con severidad al ver que la loba aun vacilaba. «Obedeceme como obedecerias al jefe de tu manada. ?Vete!»

Grimya gimoteo lastimera, pero comprendio que nada de lo que pudiera decir o hacer haria cambiar de opinion a Indigo e, instintivamente, se sentia obligada a obedecerla. Se volvio y se alejo despacio, con el rabo entre las piernas. Cada pocos pasos volvia la cabeza y su mente intentaba formar una suplica, pero solo se encontraba con una pared inexpugnable que le impedia el acceso.

Kinter vigilo a la loba hasta que esta llego a los arboles y desaparecio entre las sombras. Luego empezo a andar otra vez sin decir palabra en direccion a Indigo. Esta clavo los ojos en la ballesta pero no dijo nada y tampoco se movio. De subito Kinter le dedico una sonrisa displicente.

—?Como esta Veness? —inquirio, sarcastico.

El sudor cubrio el rostro de Indigo y se helo de inmediato en el aire gelido, volviendose pegajoso.

—Veness vive —replico con ferocidad—. Y tambien Rimmi, a pesar de los intentos de esa zorra que tienes por esposa para acabar con ella.

—Bien, eso debe de ser un gran alivio para ti, ?no es asi? —se mofo Kinter—. Asi que de momento no hay lloros ni gemidos sobre el cuerpo del amante difunto.

Indigo enrojecio pero permanecio en silencio. Kinter aguardo unos instantes; luego, al ver que ella no se dejaba exasperar, continuo:

—Has hecho que la vida me resulte un poco incomoda en ciertos aspectos, Indigo. Primero, tu y ese maldito gato impedisteis arreglarle las cuentas a Veness, y ahora parece que ademas le has ido con cuentos a la familia. Es una lastima. Significa que tengo que elaborar una nueva estrategia para acabar con el resto. Pero entretanto tengo que decidir que hacer contigo.

Indigo lo observo con atencion. A pesar de su aparente despreocupacion se daba cuenta de que las manos que sujetaban la ballesta estaban bien colocadas y listas, y sabia que el menor movimiento que pudiera malinterpretarse le haria disparar. Sin embargo, tenia la impresion de que no queria

dispararle..., al menos, de momento.

La sonrisa de Kinter se convirtio en una mueca.

—?En que piensas, Indigo? ?Te preguntas por que no me limito a atravesarte el corazon con una saeta y acabar con esto?

Ella intento mantener la voz firme y segura.

—Me lo he preguntado, si.

—Bien, puedes estar tranquila, mis motivos no pueden ser mas racionales. No pienso recrearme ante ti por mi triunfo y saborear el espectaculo de ver como retuerces las manos, desesperada, antes de morir. —Dio otro paso, hacia ella; automaticamente Indigo retrocedio hasta volver a dejar la misma distancia entre ambos antes de comprender con inquietud que eso era lo que el esperaba y deseaba que ella hiciera—. He pergenado un plan mucho mas practico. —Se interrumpio, luego siguio—: Mira a tu espalda.

Volvio la cabeza. A unos metros de distancia, sobre la nieve revuelta, yacia con las piernas y brazos extendidos el conde Bray. En la muerte ya no resultaba aterrador; solo patetico. E, ironicamente, habia por fin soltado el hacha y el escudo, que se encontraban a su lado, uno a cada lado de sus brazos.

Indigo volvio otra vez la cabeza y el corazon le dio un vuelco. En un instante, tan fugaz que no podia estar segura de si realmente habia presenciado la transformacion o simplemente la habia imaginado, Kinter se desvanecio y en su lugar aparecio una figura mucho mas familiar. Los ojos plateados se burlaron de ella, los labios sonrientes se entreabrieron para mostrar los afilados dientes felinos, el cabello —una palida aureola— flotaba etereo impelido por una rafaga caprichosa de viento. Entonces Nemesis desaparecio y Kinter volvio a estar alli, Indigo se quedo con una furia abrasadora bullendo en su cerebro... y empezo a comprender.

«Asi pues», penso, «aqui estas por fin, mi malvada hermanita. Me preguntaba cuanto tardarias en presentarte o donde te manifestarias. Pero no me he dejado embaucar por tus esfuerzos para enganarme. Se que realmente no acechas tras los ojos de Kinter; no posees el poder de confundirte con un ser humano, y sea lo que sea, Kinter sigue siendo humano. No. Me parece que se donde te escondes y lo que esperas hacer.»

Kinter le dedico una leve sonrisa.

—Retrocede un poco mas —ordeno. Ella obedecio, y el la siguio, manteniendo siempre la misma distancia entre ambos—. Un poco mas. Eso es.

Se encontraba ahora junto al cuerpo del conde. El escudo, oscuro en contraste con la nieve y despidiendo un fulgor apagado bajo la luz del sol, estaba a pocos centimetros de su bota izquierda. Kinter sujeto la ballesta con mas comodidad y la joven vio que sus dedos se curvaban sobre el disparador.

—Te dare a elegir, Indigo —dijo con voz impasible—. Puedes morir ahora con el vientre atravesado o puedes tentar a la suerte con la misma locura que se apodero de mi tio. Toma el hacha y el escudo y te dejare marchar... a menos, claro esta, que me ataques, en cuyo caso me limitare a dispararte aqui mismo. —Hizo una mueca,

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