Grimya tenia razon; aquellos dias habian desaparecido para siempre, y el antiguo ?poder con ellos. Pero ?que habia ocupado su lugar?, se pregunto. «Armas mas fuertes y mejores», acababa de decir Grimya. No obstante, ?de que le servian si no sabia como utilizarlas?

—Quiza ya estan demostrando su valia, Indigo —dijo Grimya, leyendo sus pensamientos—. Por ejemplo, ?no ?te has preguntado por que, desde que llegamos aqui, no hemos en... centrado la menor senal de Nemesis? Indigo se volvio rapidamente, sintiendo un familiar escalofrio en lo mas profundo de su ser, como si una daga de hielo le hubiera atravesado el corazon en el mismo instante en que Grimya pronunciaba el nombre que la muchacha aborrecia mas que cualquier otro en el mundo: Nemesis. Podia muy bien llamar a la criatura de ojos y lengua plateada su demonio personal, pues habia surgido de su propia

psiquis, como la encarnacion de la parte oscura de su alma.

Nemesis le habia seguido los pasos desde el dia en que habia abandonado su pais cincuenta anos atras, y su unico objetivo —de hecho la unica razon de su existencia—era hacerla fracasar en su empresa. A dondequiera que fuera ligo, en todas partes y a la vuelta de cada esquina, alli la esperaba Nemesis para enganarla, confundirla, conseguir atraerla hacia el fracaso y el desastre; y, a medida que se acercaba mas al demonio correspondiente, Nemesis descubria burlonamente su presencia mediante la unica senal por la que siempre podria reconocerla: el color plata. Hasta ahora...

Comprendio que Grimya volvia a tener razon. Habia encontrado el escondite del siguiente demonio, y, por primera vez desde el inicio de su busqueda, Nemesis no habia hecho acto de presencia.

—Cr... eo —agrego Grimya— que a lo mejor Nemesis te Atiene miedo ahora.

Indigo titubeo y se volvio una vez mas para contemplar la tranquila y pegajosa noche. Por un instante, las palabras de Grimya habian encendido una chispa vehemente, pero esta se apago nada mas encenderse. Conocia demasiado bien a Nemesis.

Sonrio con tristeza, sin dejar que la loba viera su expresion, y respondio:

—Si eso fuera cierto, Grimya, dormiria mucho mejor esta noche.

Mas tarde, con las lamparas apagadas y solo la luz difusa de la luna filtrandose a traves de la cortina para mitigar la oscuridad de la noche, Indigo escuchaba el respirar uniforme de Grimya, dormida en el suelo a sus pies, y daba gracias porque la conversacion hubiera terminado donde lo habia hecho. Habia estado a punto de expresar en palabras aquella otra ocurrencia suya, aquella idea machacona que la atormentaba como un gusano que acechara en lo mas profundo de su mente, pero finalmente decidio que era mejor no comentarla. No obstante, el no haber hablado de ella no la habia borrado de sus pensamientos, y ahora, mientras empezaba a flotar hacia la frontera del sueno, volvia a surgir, silenciosa, con suavidad, insinuante.

La Dama Ancestral, la Reina de los Muertos, ?existia en realidad? Uluye y sus sacerdotisas creian en ella; incluso la prosaica Shalune creia en ella. La Reina de los Muertos. Esta noche habia visto como los hushu, los seres sin alma, venian a buscar a un nuevo converso a sus filas. Los hushu, segun palabras de Shalune, eran seres expulsados del reino de la Dama Ancestral; pero ?que sucedia con los otros, con aquellos cuyas almas se suponia que la Dama Ancestral hacia suyas? Tambien los habia visto durante la Noche de los Antepasados, saliendo del lago para reunirse por un breve espacio de tiempo con sus seres queridos. Y, justo antes de caer en el trance del oraculo, habia visto a Fenran entre ellos...

Se dio la vuelta sobre el lecho y oculto el rostro en el pliegue de un brazo. Intento deshacerse de la idea, pero era ya demasiado fuerte para que pudiera

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resistirse: Fenran, entre los difuntos que habitaban el reino de la Dama Ancestral. Pero el no estaba muerto. Se encontraba en el limbo. Eso era lo que ella creia. Siempre lo habia creido, pues, sin esta creencia, no podia existir esperanza de encontrarlo otra vez y, sin esperanza, no podia existir determinacion, ni objetivo: nada. Pese a ello, lo habia visto; andando con los muertos, moviendose entre ellos... No podia ser verdad. No tenia que ser verdad.

Se mordio los nudillos mientras las lagrimas empezaban a manar sin control de sus ojos. Sabia que, en lo mas profundo de su ser, su fe seguia incolume y que todavia creia que lo presenciado en el lago habia sido una cruel ilusion, tal vez un guante arrojado para desafiarla y atraerla, una broma malevola del demonio. Pero se habian sembrado las diminutas semillas de la duda, y no existia mas que una forma de impedir que arraigaran: debia encontrar el portal que comunicaba los mundos de la vida y de la muerte; debia abrir la puerta y enfrentarse a su guardiana, tanto si era una diosa como un demonio, y averiguar por si misma la verdad.

Y estaba asustada, muy, muy asustada, de lo que podria encontrar.

CAPITULO 10

Grimya desperto temprano a la manana siguiente, cuando las primeras luces que anteceden al alba apenas si empellaban a iluminar el cielo por el este, Indigo dormia aun, en lugar de aguardar a que despertara, la loba decidio salir un rato al exterior antes de que el sol se alzara en el horizonte y el achicharrante calor resultara insoportable. Se escurrio por debajo de la cortina y descendio en silencio la zigzagueante escalera en direccion a la base del farallon. Al acercarse al redondel de arena se detuvo, recordando a los hushu que se habian acercado a la orilla del lago la noche anterior, pero se dijo que no era muy probable que tales horrores se acercaran a la ciudadela a esta hora. Ademas, ?que amenaza podian significar para ella? Nada tenia que temer de ellos.

De todos modos, evito el armazon de madera, que ahora estaba vacio y abandonado en la arena, y se dispuso a rodear el lago en direccion contraria a aquella que habian tomado los dos hushu y su nueva discipula al marcharse. Iniciando un trotecillo —un ritmo que podia mantener durante horas seguidas, si era necesario— abrio los sentidos fisicos y mentales a los sonidos y olores del bosque que empezaba a despertar, y, arrugando el hocico, lamio con la lengua la humeda y fresca atmosfera. Sombras y siluetas iban tomando forma y surgiendo de entre la oscuridad, y el sendero que circundaba el lago era una nitida cinta palida delante de ella; noto como sus musculos se relajaban, y agito la cola satisfecha mientras seguia rodeando el lago.

Habia completado medio circuito, y el zigurat era una vaga silueta que se alzaba al otro lado del agua, cuando algo se movio entre los arboles que bordeaban el sendero. Grimya se detuvo al instante, echando las orejas hacia el frente mientras giraba en direccion al lugar del que habia surgido el ruido. Un animal del bosque, penso, y uno grande... De improviso la suave brisa cambio de direccion, y su nariz distinguio el inconfundible sabor del olor humano.

El recuerdo de los hushu inundo al momento la mente de Grimya, y todo el pelaje del lomo se le erizo violentamente; pero entonces se le ocurrio que aunque, por fortuna, no habia estado nunca lo bastante cerca de un hushu como para percibir su olor, seguramente no oleria igual que un humano vivo. Ademas su fino olfato habia captado un efluvio familiar en este, una sugerencia de que se trataba del olor de alguien que conocia.

Una voz hendio el silencio, un rapido susurro apremiante, y la maleza volvio a crujir, mas cerca del sendero ahora. Prudente, Grimya retrocedio unos pasos y se acurruco alli donde las rizadas frondas de un macizo de helechos podian ocultarla. Escucho nuevos susurros. Luego la luz parpadeo levemente entre las ramas, y a los pocos instantes dos figuras salian al sendero de entre los arboles.

La primera llevaba un farol que, pese a su corta mecha, arrojaba luz suficiente para que Grimya pudiera distinguir el rostro de quien lo sujetaba. Se trataba de un joven, un desconocido, vestido con unos amplios pantalones de tela multicolor que le llegaban hasta las rodillas y un amplio cinturon de cuero del que pendian un machete y una larga funda de punal. Alrededor de la frente llevaba otra tira de cuero, y la gran cantidad de figuritas de hueso y madera que la decoraban lo senalaban como alguien acaudalado; el hijo, quiza, de un comerciante o maderero de buena situacion economica.

Al llegar al sendero, el joven extendio una mano como para ayudar a alguien, y entonces la segunda figura surgio del bosque. Desde su escondite, Grimya abrio de par en par los ojos, asombrada al

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