poderosos los mantendrian bajo control.
Las mujeres de los tambores, que seguian golpeando con una energia inexorable y frenetica, volvieron las cabezas para no mirar cuando cuatro de las mujeres que habian marcado el cuadrado levantaron los cuerpos de Shalune e Inuss. Las mujeres restantes iniciaron entonces una serie de sonoras lamentaciones y, agitando sistros en direccion a los cadaveres, arrojaron mas punados de arena sobre ellos, tras lo cual las cuatro mujeres los condujeron apresuradamente hasta el cuadrado y los colocaron en el centro, los cuerpos cruzados el uno sobre el otro formando angulos rectos. Hecho esto, con los canticos y los repiqueteos resonando aun con toda su potencia, las cuatro mujeres que habian trasladado los cadaveres corrieron hasta el lago y se arrojaron al agua de la orilla mientras sus companeras arrojaban mas agua sobre ellas para ayudarlas a eliminar la macula dejada por las criaturas impias que acababan de tocar.
Grimya presenciaba la escena desde las sombras del pie de la escalera inferior donde se encontraba acurrucada. El miedo y la congoja hacian latir con fuerza su corazon, y no podia dejar de temblar; habria dado una fortuna por dejar de oir el sonido de los tambores, pero no habia ningun lugar en el que refugiarse del estrepito, ningun lugar donde encontrar el silencio que precisaba para poder pensar con claridad.
Habia estado esperando a Uluye; la Suma Sacerdotisa no habia vuelto a salir de la ciudadela, y, cuando la loba intento subir la escalera en su busca, dos guardianas le cortaron el paso amenazandola con sus lanzas y se negaron a dejarla pasar. Comprendio entonces que tambien ella se habia convertido en un paria a los ojos de las mujeres. Creian que Indigo las habia traicionado, de modo que Grimya, en su calidad de amiga de la muchacha, debia compartir su culpa. Era una locura, y la hostilidad de las mujeres hacia que fuera aun mas dificil para la loba encontrar una respuesta a la pregunta que ardia en su mente, la espantosa y apremiante pregunta: «?Donde estaba Indigo?»
Grimya solo estaba segura de una cosa y, aunque el consuelo que esto le proporcionaba era bastante minimo, al menos era mejor que nada. Lo que fuera que le hubiera ocurrido, Indigo debia seguir con vida aun. Ni siquiera un demonio como la Dama Ancestral podia matar a un inmortal, y esta seguridad era lo que impedia que la loba se dejara llevar por la desesperacion. Pero ?que habia sido de su amiga? ?Se encontraba atrapada, cautiva, herida? ?Era capaz de regresar al mundo exterior? Y, de ser asi, ?como y donde emergeria? El animal estaba seguro de que Uluye podia ayudarla, si quisiera. Tenia que volver a hablar con la Suma Sacerdotisa, por mucho que costase. Uluye tenia una deuda con ella, y debia persuadirla para que la pagara.
De improviso escucho el sonido de voces en lo alto y, a los pocos momentos, el golpear de varios pares de pies en la escalera. Salio corriendo de su refugio, levanto la cabeza, y vio que la Suma Sacerdotisa regresaba.
Uluye iba vestida de rojo de la cabeza a los pies: un rojo profundo y riguroso que la luz del sol convenia en sanguinolento. Llevaba la cabeza descubierta, y la larga melena negra suelta, impregnada de aceite y balanceandose como cuerdas alquitranadas sobre su pecho. Lo grotesco de su aspecto se veia aumentado por el rostro, pintado de modo que representara una mascara inhumana: ojos terriblemente exagerados, los labios una gruesa linea roja, trazos irregulares de diferentes colores irradiando de la nariz para atravesar luego las mejillas.
Tres mujeres enmascaradas descendian apresuradamente detras de ella, sosteniendo una coleccion de utensilios cuyo proposito Grimya no adivinaba: un mayal con unas perversas puas, un sistro con plumas negras entretejidas en el, un cuchillo demasiado embotado para ser de metal, y un caliz manchado y oxidado. Descendian cantando; no con los alaridos ululantes de sus hermanas de la orilla del lago, sino con siseantes susurros que transmitian un trasfondo de fria amenaza.
La fantasmal procesion llego al final de la escalera, y Uluye penetro en la arena.
—?U... luye!—Grimya surgio de las sombras para cortar el paso a la Suma Sacerdotisa y, dejando de lado toda cautela, grito en voz alta—: ?U... luye, tengo que hablar contigo!
Uluye se detuvo en seco; a su espalda, el siseante cantico ceso bruscamente mientras sus tres acompanantes contemplaban a la loba estupefactas. Luego, con tal rapidez que cogio a Grimya totalmente por sorpresa, Uluye giro en redondo y arrebato el mayal de puas de la mano de su asistente.
—?Brujeria!
Escupio la palabra como si se tratara de una maldicion o de un grito de combate, y la tralla del mayal cayo sobre la loba. Grimya dio un salto atras con un ganido, y la Suma Sacerdotisa se lanzo tras ella, agitando el mayal de un lado a otro y haciendo volar el polvo a cada golpe.
—?U... luye...! —intento volver a decir la loba, pero la mujer no le dio la menor oportunidad de hacerse oir. —?Magia negra y demoniaca! —rugio la Suma Sacerdotisa, y el mayal se estrello contra el suelo, errando a la loba por pocos centimetros—. ?Incluso ahora los blasfemos nos envian ilusiones para enganarnos! ?Coged a ese animal..., cogedlo y atadlo y haced que permanezca en silencio, o el mal quedara en libertad!
Las ayudantes recuperaron el control de si mismas, y las cuatro avanzaron sobre Grimya al unisono. La loba se vio acorralada, con la pared del zigurat a su espalda; se agazapo, las orejas pegadas a la cabeza y el pelaje erizado, y, cuando una de las mujeres se le acerco, un panico ciego la hizo reaccionar atacando y mordiendo. Se escucho un grito, y la loba sintio el sabor de la sangre en la boca; agacho la cabeza y gruno furiosa, y a traves del rugido su voz gutural jadeo:
—?No soy ningun demonio! ?Escuchad, deeebeis escuchar! Indigo esta...
No pudo seguir. Uluye volvia a empunar el mayal, y abatio el cincelado mango con todas sus fuerzas contra la cabeza de la loba. Grimya aullo y se tambaleo. Luz y oscuridad danzaron ante sus ojos en un tiovivo enloquecido. Sintio nauseas en el estomago; las patas le fallaron, se entrecruzaron y se doblaron bajo su peso cuando la desorientacion la golpeo como un segundo mazazo fisico, y el animal se derrumbo sobre la arena gimiendo aturdido.
Uluye bajo los ojos para contemplar la jadeante figura convulsionada.
—Atad las patas de esta criatura y amordazadle la boca —espeto; respiraba de forma entrecortada y con un gran esfuerzo. —?No deberiamos matarla, Uluye? —inquirio una de las ayudantes.
—Aun no. Es el espiritu familiar de nuestro falso oraculo; puede que la Dama Ancestral desee que se lo sacrifique en la forma adecuada. De todos modos ocupaos de que no pueda emitir ningun sonido.
—Un animal que habla... —se estremecio la ayudante—, es antinatural. Un mal presagio.
—?No quiero oir hablar de presagio! —exclamo Uluye revolviendose contra ella presa de colera—. ?Obedeceme, y no se te ocurra poner en duda mis deseos!
Grimya estaba consciente pero demasiado aturdida para resistirse cuando las mujeres trajeron gruesas cuerdas de fibra y le ataron las patas delanteras y traseras. Anudaron una tercera cuerda alrededor de su hocico de modo que, aunque podia respirar sin dificultad, no podia emitir mas sonido que un gemido o un debil grunido. Cuando terminaron, Uluye ordeno a las tres ayudantes que se adelantaran —al parecer no sentia la menor preocupacion por la mujer cuyo brazo habia mordido la loba— y, cuando estuvieron lo bastante lejos para que no pudieran oirla, se inclino junto al indefenso animal.
—?No quiero volver a oir nada mas sobre tu querida Indigo! —siseo, acercando los labios a la oreja de la loba—. La Dama Ancestral la tiene ahora, y ya se ocupara de ella a su manera. —La repugnante boca pintada se distendio en una mueca desagradable—. Tu me has mostrado la verdad, mutante. Tu me has mostrado que nuestro oraculo es un falso oraculo, un demonio enviado para enganarme y confabularse con los blasfemos en contra de mi ley. Te dire algo: no se puede jugar con la Dama Ancestral, ni tampoco con su Suma Sacerdotisa y leal servidora. Te he desenmascarado a ti y a tu diabolica senora. ?Habeis fracasado!
Se irguio con un brusco movimiento, dio media vuelta y se alejo por la plaza a grandes zancadas. Incapaz de moverse o de mostrar la menor reaccion, Grimya la vio alejarse. Tenia los ojos velados, y el dolor del golpe recibido la tenia todavia aturdida, pero las palabras de Uluye habian dado en el blanco; se dio cuenta de que, por primera vez, comprendia realmente lo que se ocultaba tras la amarga antipatia de la Suma Sacerdotisa.
Uluye podria haber ordenado su muerte, pero no lo habia hecho. El deseo mas apremiante de la sacerdotisa fue hacer callar a Grimya, impedir que revelase a nadie mas no solo su habilidad para hablar las lenguas de los humanos, sino tambien la historia que le habia contado. Y el motivo de Uluye en ambos casos habia sido el mismo: el miedo. La loba lo habia visto en su rostro, a pesar de la grotesca capa de pintura,