flanqueaban; y, si penetraba en el rio y ellos abandonaban las paredes y caian al agua, entonces estarian alli, con ella y... —?No, oh, no!

Se llevo las manos a la cabeza, retorciendose de un lado a otro en frenetica negacion a la vez que intentaba no escuchar los terribles crujidos que ahora parecian llenar el tunel, salpicados de furtivos chapoteos producidos por nuevos pedazos de arcilla que caian al rio. Deseaba cerrar los ojos tambien, no tener que contemplar este horror, penso la idea de no ver, de no saber lo que sucedia, resultaba mas aterradora aun.

—?Regresad, regresad! —La voz se le quebro por los nervios—. ?Por favor..., en nombre de la Madre, deteneos.

—... miedo... Indigo... miedo... —La respuesta le llego debil, entristecida y apagada, por entre los chasquidos y corrimientos de tierra. Las voces volvian a empezar.

—No...

—... nosotros... miedo, Indigo... nosotros... no...

Conteniendo las nauseas, Indigo intento coger la esfera de luz, su unico bastion contra los horrores que se arras traban a su alrededor. Pero, cuando cerro la mano sobre ella, se vio obligada a dar un salto atras con un grito de dolor: la diminuta esfera ardia. Jadeante, se retorcio los dedos chamuscados; luego, a medida que recuperaba la respiracion y el dolor disminuia hasta convertirse en fuertes punzadas, se dio cuenta de que este pequeno incidente la acababa de salvar de caer en un panico total. El sobresalto producido por algo tan corriente como hacerse dano habia desviado la atencion de sus sentidos por un instante, y su cerebro habia aprovechado la oportunidad para reafirmar un cierto autocontrol. Agachada sobre el esquisto, con el fuego de san Telmo brillando a su lado y la mano dolorida cerrada con fuerza, paseo la mirada rapidamente de un lado a otro, conteniendo el terror, conteniendo la sensacion de nausea y repugnancia.

—No tengo miedo. —Pronuncio las palabras como en una letania—. No tengo miedo.

—... miedo... no... Indigo —respondieron las voces.

Dulce Diosa, veia como se movian aquellas mandibulas destrozadas...

—No tengo miedo. No podeis hacerme nada.

—... nada... no, Indigo... miedo... nosotros...

Una pausa, un momentaneo silencio; luego, como si lentamente las voces aprendieran —o volvieran a aprender un modo mas claro de expresarse, le llego un suave y sibilante coro que la dejo helada.

—;... no nos tengas miedo, Indigo... ayudanos... elevanos contigo, Indigo... casa... casa... no tengas miedo...

Indigo sintio que se le contraia el estomago y jadeo, sin aire. Por primera vez comprendia la terrible afliccion que expresaba el coro de voces, y su terror quedo subitamente eclipsado por una horrorizada piedad. Muy despacio, se puso en pie, con el corazon latiendole enloquecido, y miro a su alrededor.

—?Que es lo que quereis? —grito— ?Que es lo que creeis que puedo hacer?

La respuesta le llego con una horrible y hueca ansiedad e impaciencia.

—... libres... libres, Indigo... nosotros... liberanos...

—No puedo liberaros. No tengo ese poder.

—... si... libres... nosotros... poder... liberanos...

—?No puedo! No soy una diosa.

—... no... no... no... no... no... no...

Habia un repentino nerviosismo en las respuestas, y no sabia si las voces confirmaban o negaban sus palabras. Entonces, mientras el coro de voces se apagaba, un solitario susurro floto sobre las oscuras aguas.

—... miedo... nosotros, Indigo... nosotros... tenemos miedo...

Dos diminutas estrellas relucientes llamearon en la oscuridad fuera del alcance del fuego de san Telmo. A Indigo se le puso la carne de gallina.

—?Miedo? —Su voz era indecisa, temblorosa casi—. ?De que teneis miedo? ?Que podeis temer?

Se escucho un siseo, como si un millar de serpientes hubieran hecho acto de presencia en el tunel. En un principio Indigo penso que se trataba de un sonido incoherente, pero luego se dio cuenta de que las voces repetian una palabra, una unica palabra, una y otra vez.

—... si... si... si... si... si... miedo... ella, Indigo... ella tiene miedo... nosotros tenemos miedo... nosotros somos ella... ella es nosotros... ella tiene miedo... nosotros tenemos miedo... ayudala, Indigo... ayudanos, Indigo...

El corazon de Indigo retumbaba contra sus costillas.

Creia empezar a comprender lo que las voces querian decir, y de repente algunas de las enigmaticas y aparentemente insensibles palabras de la Dama Ancestral empezaron a encajar y a conformar un todo coherente. «Nosotros somos ella, ella es nosotros. El tiene miedo, nosotros tenemos miedo.» Oh, si, penso Indigo; oh, si...

—?A que teneis miedo? —grito a los inquietos y agitados cadaveres aprisionados entre las paredes—. Decidme su nombre y su naturaleza.

Al instante ceso todo sonido. El silencio cayo sobre el islote como un sudario; incluso el rio dejo de realizar sus leves chapoteos, Indigo arrastro un pie sobre el esquisto, rompiendo el abrumador silencio; pero las voces siguieron sin responder.

—Decidme —repitio.

Algo empezaba a agitarse en su interior, una nueva energia que emanaba de un punto que no podia definir pero que la llenaba de repentina seguridad. Poder, penso. El poder para vencer a un demonio...

Su voz resono por el tunel como un repiqueteo de campanas.

—?Os lo ordeno, y no me lo podeis negar! ?Decidme el nombre de vuestro temor!

Un sonoro gemido agudo y borboteante se expandio por la oscuridad, para desvanecerse en un sollozante quejido. Luego se dejo oir un solitario susurro, una unica palabra:

—... muerte...

Indigo bajo la mirada a la playa sobre la que se encontraba y se quedo muy quieta mientras el murmullo se apagaba y el silencio volvia a hacer acto de presencia. Permanecio inmovil durante un buen rato, y la atmosfera se volvio tensa, como la sofocante y silenciosa hora de espera que precede a la tormenta. Entonces, sin mirar, sin levantar siquiera la cabeza, Indigo dijo:

—Ahora se la verdad, senora. Muestrate.

Se escucharon una serie de chapoteos provenientes de algun punto fuera del haz de luz de la esfera, el crujido de un remo al moverse en el tolete y remover el agua, y el bote surgio lentamente de las tinieblas, con la Dama Ancestral recortandose en la popa. Tan solo la plateada aureola de sus ojos brillaba, fria y nacarada. Y la embarcacion transportaba tres pasajeros, Indigo los percibio antes incluso de levantar la cabeza y, cuando la irguio, no experimento sorpresa, ni la fria punzada del miedo. Sentado en la proa del bote, un lobo de pelaje leonado y con sus propios ojos de color Indigo la contemplaba con fijeza. Ella le sostuvo la mirada unos segundos; luego sus ojos se deslizaron hacia las dos figuras humanas alineadas sobre el banco situado entre el animal y la Dama Ancestral. La criatura de cabellos y ojos plateados le sonrio, mostrando sus menudos y afilados dientes de felino; su expresion era perversa. Junto a ella, el escultural ser cuyos cabellos tenian el color de la tierra fertil y que se cubria con una capa de hojas verdes y rojas le sonrio tambien; con dulzura y tristeza a la vez, y con un aire de cierta complicidad.

Animal, demonio y avatar. Pero ella, se dijo Indigo, ella era mas que eso...

Miro mas alla de ellos, a los relucientes ojillos de la Dama Ancestral, y dijo:

—No, senora. No los temo ni a ellos ni a lo que significan. Pero me parece que tu si.

—?Ah! —exclamo la figura, repentinamente alerta—. Asi que has aprendido algo durante tu estancia. —Pero su voz carecia de conviccion; habia cierta inquietud en ella.

—Si —respondio Indigo—. Y estos... invitados... que vienes a mostrarme no estan bajo tu control. Son mios.

Senalo a Nemesis. Se produjo una momentanea deformacion de sus percepciones, una ondulacion del tiempo y del espacio, y por un instante vio mentalmente una torre que se resquebrajaba y ardia, y el recuerdo le devolvio el sonido del alarido triunfal de una monstruosa risa de nino. Nemesis se desvanecio, Indigo volvio a senalar con la mano. Una habitacion fria y vacia en Carn Caille, y una muchacha sacudida por las angustias de la pena, con los

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