elevaban hacia el cielo; luego aspiro con fuerza y comenzo a cantar.

La diversion continuo indefinidamente hasta que Indigo perdio por completo el sentido del tiempo. Los ninos parecian incansables, y la finalizacion de cada baile o juego provocaba sonoras y apasionadas suplicas de uno nuevo hasta que llego un momento en que Indigo sintio que ya no podia entonar ni una sola nota mas.

Alzo ambas manos en senal de protesta al estallar un nuevo grito en demanda de otro juego. —?Por favor, por favor! —suplico. «?Dulce Senora!», penso con desesperacion. «?Cuantas horas han transcurrido? ?Que estara sucediendo en Alegre Labor... y que deben de pensar Hollend y Calpurna?»

»?Mi garganta esta demasiado cansada! —La rodeo con Una mano y saco la lengua, haciendo una horrible mueca; los ninos se echaron a reir divertidos, e Indigo les siguio la corriente—. ?Soy demasiado vieja para mantener vuestro ritmo mucho tiempo!

Se llevo la otra mano a la espalda y empezo a dar torpes saltitos como una anciana en una obra comica. La exhibicion fue recibida con estruendosas carcajadas, e Indigo se sintio ligeramente sorprendida ante lo facil que le habia resultado adoptar el papel de companera de juegos y animadora; tambien se dio cuenta de que se estaba divirtiendo enormemente con todo aquello, igual que se habia divertido en su anterior juego con Grimya, cuando se olvido de todo en alas de una total y desenfrenada diversion.

Pero ?habia algun mal en tan inocente juego? Los rostros embelesados de los ninos habrian sido recompensa suficiente en cualquier circunstancia; en este entorno tranquilo y a la vez estimulante el encanto se multiplicaba por diez.

Ahora estaban silenciosos, o al menos tan silenciosos como les permitia su entusiasmo, Indigo abandono la pose comica y anuncio:

—Debo descansar un rato. Tengo la voz ronca, y los pies destrozados. —Necesitaba encontrar algun modo de separar a Koru del resto sin despertar sus sospechas ni las de ellos. Tenia que hablar con el nino.

Una de las ninas tomo la palabra.

—?Ya se! Nosotros te cantaremos una cancion a ti. —Se volvio a sus companeros mas proximos—. Nosotros sabemos canciones, ?no es verdad? ?Muchas canciones!

Se elevo un murmullo de voces.

—?Oh, si, claro que si, muchas! ?Cantemos una ahora!

—?Cual?

—La que mas me gusta es la cancion de los saltitos. —No, no, ya hemos cantado esa. Cantemos la otra. Ya sabeis, la del bote. —?Que es un bote? —?Yo se lo que es un bote! Va sobre el agua, y flota. ?Si, cantemos esa!

Se escucho un coro de aprobacion general, y dos chiquillas menudas pero energicamente maternales se adelantaron corriendo para aplastar la hierba y convencer a Indigo de que se sentara.

—Vamos, senora que canta, sientate aqui y te cantaremos. —Se ocuparon de que estuviera comoda, y luego volvieron a incorporarse de un salto—. ?Vamos, Koru! Tu puedes dirigirnos.

Koru, con las mejillas coloradas de satisfaccion, sonrio a Indigo.

—Ellos me ensenaron esta cancion —explico algo avergonzado—. No la se muy bien aun, pero lo intentare.

—?Vamos, vamos, Koru! —le instaron los otros, impacientes.

Koru se irguio en toda su estatura y, con voz aguda pero autenticamente de soprano, empezo a cantar.

Y a Indigo le dio la impresion de que el corazon le habia dejado de latir.

Era imposible —o eso al menos se dijo— poder estar segura, porque la melodia no era exactamente como la recordaba y Koru no sabia toda la letra. Y existia siempre la posibilidad de que la cancion, antigua como era, hubiera conseguido llegar a Alegre Labor y a las mentes de los ninos fantasmas. Pero la cancion que entonaba Koru le era tan familiar como lo habia sido el anterior estribillo; una cancion de las Islas Meridionales: una saloma marinera de su pais natal, que no habia vuelto a escuchar desde hacia mas de medio siglo.

Mientras Koru continuaba con su cancion ella permanecio inmovil observandolo, desconcertada, y cuando se incorporaron las voces de los otros ninos, alzandose en ; alegre coro, ella apenas si se dio cuenta. Cuando la cancion termino por fin, Indigo seguia inmovil, la mirada fija al frente.

Durante varios segundos reino el silencio, que se fue volviendo mas y mas incomodo. Koru miro subrepticiamente a sus amigos pero se encontro con que estaban tan perplejos como el. Se acerco a Indigo y estudio su rostro con atencion.

—Indigo, ?he hecho algo malo? ?No te gusta la cancion? ?Que sucede?

Los demas ninos tambien la rodearon, gorjeando y murmurando llenos de preocupacion.

—?Que sucede?

—?No se encuentra bien la senora que canta?

—?Como podemos hacer que se ponga bien?

Subitamente Indigo parecio salir de su trance. Parpadeo, sus ojos se clavaron en el monton de rostros que tenia adelante.

—Koru..., ?donde aprendiste esa cancion? Una de las ninas miro de reojo a Koru. —?No te gusta? —pregunto la chiquilla.

—Si... oh, si, me gusta mucho. Pero... —volvio la cabeza despacio y los fue mirando de uno en uno—, ?donde la aprendisteis?

Los ninos fruncieron el entrecejo entre murmullos. Uno o dos se rascaron la cabeza perplejos; luego un muchacho tomo la palabra. —La aprendimos de Koru.

—No, no es cierto —protesto otro—. Nosotros se la ensenamos a Koru. ?Lo acabamos de decir! Una tercera criatura intervino entonces. —Es cierto. —Sonrio con afectacion—. Yo se donde la aprendimos. —?Donde?

—En la torre del bosque. ?Recordais? Cuando fuimos a ver la torre. La torre nos la canto. —?No seas ridiculo! ?Las torres no cantan! —Esta si. Sabeis que lo hace; la hemos oido. — No era la torre, tonto. Era el hombre dormido. —Koru no estaba aqui entonces. —No, por eso tuvimos que ensenarle la cancion mas tarde. Pero fue el hombre dormido. —El chiquillo miro triunfante primero a Grimya y despues a Indigo—. El hombre dormido; el la canto.

Una curiosa excitacion se agito en Indigo, que inquirio: —?Quien es el hombre dormido? —En realidad no lo sabemos —respondio el nino encogiendose de hombros—. Vive en la torre. Al menos lo hace de vez en cuando, aunque no siempre esta alli. —?Donde se encuentra esta torre? —En los bosques. —Una mano senalo vagamente mas alla del muro— . Esta bastante lejos, por eso no vamos muy a menudo.

—Pensamos que era la torre que nos cantaba —apunto una nina—. Pero eso es estupido, porque las torres no cantan.

—?Si que pueden! ?Esta lo hace!

—No, no, no. Es el hombre quien canta. A veces, cuando esta alli, canta mientras duerme, y memorizamos algunas de sus canciones. Fue muy ingenioso, ?verdad? Las memorizamos. ?Fuimos muy listos!

El cerebro de Indigo trabajaba a toda velocidad intentando comprender la embarullada chachara de los ninos. ?Un «hombre dormido», que a veces estaba ahi, y a veces no, que conocia canciones de las Islas Meridionales y que las cantaba mientras dormia? No tenia sentido. ?Que querian decir los ninos? Resultaba imposible seguir de forma logica el funcionamiento de sus mentes, ya que revoloteaban de un tema a otro como pajaros al tiempo que daban su propia e indescifrable interpretacion a todo. Mentes de fantasmas... Reprimio un escalofrio que le subio por la espalda e intento cogerla por sorpresa. Debia descubrir que habia detras de todo esto. A lo mejor no conduciria a nada, se quedaria en nada; pero —y en ese momento no habria podido explicar por que— tenia que saber.

—Ninos —empezo a incorporarse—, ninos, me gustaria mucho ver al hombre dormido. ?Me llevareis hasta el?

Todos pusieron caras largas.

—?Oh, pero nosotros queremos cantar mas canciones!

—Esta lejos. Muy, muy lejos.

—Es mejor quedarse aqui. ?Es mejor seguir jugando!

La contrariedad se apodero de Indigo pero al momento la reprimio.

—Por favor —dijo, y entonces, con repentina inspiracion, anadio—: Me he quedado sin canciones que cantar.

Вы читаете Espectros
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату