—Te lo agradecere. —Cadic le devolvio la sonrisa—. Ahora lo mejor sera que me vaya. Gracias, Niahrin..., y no olvidare hacer correr la voz en busca de tu amiga perdida. Cuando el hombre hubo desaparecido en el bosque, Niahrin termino de regar sus jovenes plantas y regreso a la casa.
Volvio la cabeza por fin y dirigio la mirada a la estrecha puerta, cubierta por una cortina de lana, que separaba la zona de vivienda de la casa de la otra habitacion mas pequena. ?Cuanto tiempo hacia que no habia entrado alli dentro? ?Dos anos?, ?tres?, ?mas? Probablemente mas, ya que no recordaba que habia ocasionado su ultima incursion ni en nombre de quien habia tenido lugar. Desde entonces la puerta habia permanecido atrancada y la cortina no habia sido descorrida. Niahrin no queria alterar eso, pues siempre habia de pagarse un precio en aquella habitacion y el precio era alto. Sin embargo, el instinto le decia que, puesto que sus otras habilidades habian fracasado, o producido como maximo respuestas nebulosas y ambiguas, este podria ser el unico recurso valido.
Volvio a dedicar una rapida mirada a
pestillo y penetro en la habitacion.
La familia de la arana habia tejido toda una capa de telaranas sobre el ventanuco cuadrado, de modo que la luz que se filtraba por ella poseia un tinte opaco e irreal. Pero, aparte de eso, y bajo el polvo que descansaba como una mullida manta sobre todas las cosas, la habitacion estaba exactamente como la recordaba; tal y como la habia dejado cuando por fin habia salido dando traspies agotada y deprimida a causa del agobiante trabajo mental, fisico y espiritual que le imponia.
La rueca se encontraba en su rincon, con una silla baja colocada junto a ella. Los husos de plata, vacios, brillaban entre la patina del desuso; una corriente de aire penetro por la abierta puerta y la rueda se movio un poco, crujiendo en su soporte con un sonido que Niahrin recordaba bien. Pero, dominando la habitacion, oscuro y anguloso y tambien ligeramente siniestro, se alzaba el telar. Descuidado y sin tocar y sin alegres dibujos de urdimbre y trama que lo animaran, permanecia aletargado, tal y como lo habia estado durante anos; aletargado, pero no muerto. Niahrin percibio su contacto, su atraccion, igual que su abuela y su tatarabuela los habian sentido antes que ella. Otra parte de su legado; un poderoso sirviente y a la vez un amante exigente.
Permanecio con los ojos clavados en el telar y la rueca durante un buen rato, y luego, con calma, tomo su decision. Al otro lado de los limites del bosque, en los pedregosos paramos que separaban el bosque de la tundra septentrional, habrian empezado ya a esquilar a las menudas y robustas ovejas. Habrian empezado a esquilar su magnifica lana para cardarla y tenirla y luego venderla a los hilanderos y tejedores, quienes se reunirian en Ingan el proximo dia de mercado para comprar la primera —y la mejor— recolecta de primavera. Muy bien, pues; muy bien. Iria a Ingan, compraria y dejaria que la intuicion y la Madre eligieran los colores, y despues volveria a despertar los viejos poderes y veria lo que habia que ver. Mas infalible que las visiones, mas infalible que la mente sola. Si queria respuestas a las preguntas que se hacia, esta era la unica forma de obtenerlas.
Salio de la habitacion y atranco otra vez la puerta, dejando la rueca, el telar y las aranas en su secreto silencio.
Cadic Haymanson era un hombre en quien podia confiarse, y al cabo de dos dias empezo a correr la noticia por todos los pueblos de la costa de que la bruja Niahrin buscaba informacion sobre una mujer llamada Indigo, que, al parecer, habia estado a bordo del
—?Indigo? —Uno de los vigilantes del faro, de regreso a casa finalizado su turno de vigilancia, habia tropezado con un buhonero de Ingan en la encrucijada entre las carreteras de la costa y del interior—. Si, he oido mencionarlo. Habia alguien con ese nombre, una mujer, rescatada del naufragio de la ultima luna llena. —El vigia hizo una mueca—. Es un nombre curioso para una islena; de mal aguero, diria yo. Pero sobrevivio al naufragio, de modo que la suerte debe de haber estado de su lado al menos esa noche.
Respondiendo a mas preguntas dijo que si, que a la tripulacion del barco naufragado la habian llevado a su pueblo y creia que uno o dos todavia podian encontrarse alli. Pero no podia asegurar quien se habia ido y quien quedaba; lo mejor era preguntar a Olender, el medico. El buhonero le dio las gracias, y prometio pasar por su casa mas tarde para mostrar a su esposa algunas pieles recien curtidas, tras lo cual la conversacion paso a chismorreos mas generales y a las ultimas noticias procedentes de Ingan mientras que los dos entraban juntos en el pueblo.
El comerciante no tenia motivos para hacer hincapie en la cuestion de Indigo y ninguna razon para tomarse la molestia de hacer mas preguntas. Se trataba simplemente de un mensaje de entre los muchos que se le pedia que propagara durante sus viajes, y carecia de especial importancia para el. De todos modos, como pensaba pasar la noche en el poblado y por lo tanto tenia tiempo de sobra, pregunto el camino hasta la casa de Olender cuando hubo terminado sus transacciones comerciales. El medico estaba en casa, y el buhonero descubrio que su investigacion habia llegado con un dia de retraso. Indigo habia estado alli —durante varios dias, ademas, dijo Olender, recuperandose de una herida en la cabeza— pero el dia anterior por la manana habia partido en direccion a Ranna, junto con el capitan del
El comerciante dio las gracias a Olender, compro un tarro de pomada de saxifraga para un molesto panadizo de su dedo y se despidio del medico. A su regreso a Ingan transmitio las noticias que traia; Ranna se encontraba muy lejos de su territorio, pero varios carreteros viajaban con regularidad alli y pasarian el mensaje.
Se necesitaron otros cinco dias para que la busqueda llegara a Ranna, esta vez mediante un joven que viajo hasta alli en una carreta de pasajeros con la esperanza de hacerse marinero. Ranna era el mayor puerto de las Islas Meridionales, un lugar enorme, desconcertante, ruidoso y bullanguero. Pero incluso para un forastero resultaba bastante facil encontrar los muelles y tabernas donde los capitanes contrataban nuevas tripulaciones, y fue en una de estas tabernas que el joven tropezo con el davakotiano Brek.
Brek se mostro desconfiado, casi suspicaz, ante la mencion del
—?Alguien la busca? —Se inclino al frente con la mirada muy atenta—. ?Quien?
El joven solo sabia que el mensaje procedia indirectamente de los habitantes de los bosques cercanos a Amberland, y asi lo dijo. Brek se mordisqueo el labio inferior.
—Los habitantes del bosque... Me pregunto, ?podria ser familia suya alguno de ellos?
—Eso no lo se, senor —dijo el muchacho—. Pero habia un mensaje, segun me dijeron. Que le comunicaramos que alguien tiene a su amiga
gentes del bosque pueden decirle donde.
—
—Viva y bien, dijeron.
—?Dulce Madre del Mar! Esas son buenas noticias... no, mas que buenas, ?es asombroso! ?Pensaba que