barba blanca y un traje rojo arrojando caramelos a la multitud. Lo habia visto en la cabalgata haciendo el papel de Santa Claus y me habia fijado en que su manera de arrojar los caramelos parecia estar guiada por la esperanza de acertar a alguien en un ojo. Justo en aquel momento un grupo de ninos se paro ante el escaparate y ya me fue imposible ver mas, aunque ahora creia saber por que Josephine habia huido tan precipitadamente.

– Lucie, ?ves a ese hombre que esta en la plaza? Ese que lleva la camisa de cuadros. ?Quien es?

La nina hace una mueca. Los ratoncitos de chocolate blanco son su debilidad, cinco por diez francos. Anado un par mas al cucurucho de papel.

– Lo conoces, ?verdad?

Asiente con la cabeza.

– Es monsieur Muscat. El del cafe.

Conozco el sitio, un local sordido al final de la Avenue des Francs Bourgeois. Media docena de mesas metalicas en la acera y un parasol descolorido con un anuncio de Orangina. Un letrero anticuado identifica el establecimiento adjudicandole un nombre: Cafe de la Republique. Agarrando con fuerza el cucurucho de caramelos la nina se vuelve para marcharse, pero se da de nuevo la vuelta.

– Seguro que no adivinara cual es su golosina favorita -dice-. No tiene ninguna.

– Cuesta de creer -digo con una sonrisa-. Todo el mundo tiene sus preferencias. Incluso monsieur Muscat.

Lucie se queda pensativa un momento.

– Quiza lo que mas le gusta es lo que puede quitar a los demas -me dice con todas las letras.

Y a continuacion se da la vuelta y me saluda con la mano a traves del cristal del escaparate.

– ?Diga a Anouk que a la salida de la escuela vamos a Les Marauds!

– Se lo dire.

Pienso en Les Marauds y me pregunto que puede gustarles del lugar. El rio con sus orillas sucias y malolientes. Las callejas estrechas y llenas de basura. Es un oasis para los ninos. Cuevas, piedras planas que asoman apenas en las aguas estancadas. Secretos dichos a media voz, espadas hechas con ramas, escudos hechos con hojas de ruibarbo. Guerras entre la marana de zarzamoras, tuneles, exploradores, perros vagabundos, extranos ruidos, tesoros robados… Anouk llego ayer de la escuela con una nueva actitud y me mostro un dibujo que habia hecho.

– Esta soy yo -una figura vestida con unos pantalones rojos y con una masa difusa de pelos negros en lo alto de la cabeza-. Este es Pantoufle -lleva el conejo sentado en el hombro como si fuera un loro y el animal tiene las orejas gachas-. Y este es Jeannot -el dibujo del nino esta pintado de verde y tiene una mano tendida. Los dos ninos sonrien.

Parece que en Les Marauds no se admiten madres, aunque sean maestras de escuela. La figura de plastilina sigue junto a la cama de Anouk y ahora ha sujetado el dibujo en la pared sobre la misma.

– Pantoufle me ha dicho que tengo que hacer -lo levanta y le da un abrazo.

Con esta luz veo perfectamente a Pantoufle, es como un nino pero con bigotes. A veces me digo que tendria que sacar estas imaginaciones de la cabeza de mi hija, pero no quisiera imponerle la soledad. A lo mejor, si nos quedasemos en este pueblo, seria posible sustituir a Pantoufle por companeros reales.

– Me alegra que sigais amigos -le he dicho, besandole en lo alto de la rizada cabeza-. Preguntale a Jeannot si quiere venir un dia de estos a ayudarme a cambiar el escaparate. Puedes invitar a los demas amigos.

– ?La casa de pan de jengibre? -sus ojos parecen agua que el sol acabase de iluminar-. ?Oh, si! -atraviesa saltando la habitacion con subita exuberancia, a punto esta de derribar un taburete y de sortear un obstaculo imaginario dando un gigantesco salto para despues huir escaleras arriba subiendo los peldanos de tres en tres-. ?Rapido, Pantoufle! -abre la puerta y el golpe resuena en la pared, ?pam!

Siento una dulce punalada de amor, me ha cogido desprevenida como suele ocurrirme siempre. ?Mi pequena desconocida! No esta nunca quieta, nunca en silencio.

Tras servirme otra taza de chocolate, el sonido de las campanillas de la puerta al abrirse me hacen volver la cabeza. Por espacio de un segundo he sorprendido su rostro anodino, su mirada inquisitiva, la barbilla echada para adelante, los hombros cuadrados, las venas marcadas en sus brazos desnudos, de piel brillante. Despues sonrio, una sonrisa desvaida y sin calor alguno.

– Monsieur Muscat, ?verdad?

Me pregunto que querria. ?Estaba tan fuera de lugar alli en la tienda, mirandolo todo con la cabeza baja! Su mirada bajo de mi cara a mis pechos en un gesto mecanico, una vez, dos veces.

– ?Que queria? -aunque no ha levantado la voz, el tono era energico. Movio la cabeza de un lado a otro como si se tratara de algo increible-. ?Que demonios busca en un sitio como este? -senalo una bandeja de almendras azucaradas a cincuenta francos el paquete-. ?Eso es lo que busca? -me interpelo extendiendo al mismo tiempo las manos-. Bodas y bautizos. ?Que busca con todas esas zarandajas de las bodas y bautizos? -vuelve a sonreir, pero ahora con aire simpatico, como tratando de seducir y fracasando en el intento-. ?Que ha comprado?

– Supongo que se estara refiriendo a Josephine.

– A mi mujer -pronuncia las palabras con una curiosa entonacion, una especie de ineluctable fatalidad-. Las mujeres son asi. Tu matate a trabajar para ganar el dinero que se necesita para vivir y ellas, ?que hacen? Pues despilfarrarlo en… -hizo otro gesto con el que ha abarcado las hileras de bizcochos de chocolate, las guirnaldas de mazapan, el papel de plata, las flores de seda-. ?Que queria? ?Tenia que hacer algun regalo? -habia un matiz de desconfianza en su voz-. ?Para quien compra regalos? ?Son para ella? -breve risita, como si se tratara de una idea ridicula.

No veia claramente que asunto se llevaba entre manos aquel hombre. Pero en sus maneras habia una cierta agresividad, un nerviosismo en torno a los ojos y en la gesticulacion de las manos que me obligaba a ponerme en guardia. No por mi, porque en los largos anos que habia pasado con mi madre habia aprendido a guardarme, sino por ella. Sin que pudiera impedirlo, salta una imagen de el a mi: unos nudillos ensangrentados grabados en humo. Aprete los punos debajo del mostrador. En este hombre no habia nada que me interesara.

– Me parece que se confunde -le dije-. He sido yo quien ha preguntado a Josephine si queria tomar una taza de chocolate. La he invitado como amiga.

– ?Ah! -por un momento se ha quedado desconcertado, pero en seguida ha soltado aquella carcajada suya que era como un especie de ladrido, aunque ahora era casi sincera, como si la cosa le pareciera chusca y no consiguiera evitar un cierto desden-. ?Que usted quiere ser amiga de Josephine? -otra vez aquella mirada de evaluacion, nos comparaba a las dos, los ojos se desplazaban de nuevo a mis pechos sobre el mostrador; cuando habla, su voz ha sido como una caricia, un canturreo que el imaginaba seductor-: Usted es nueva aqui, ?verdad?

Asiento.

– Quiza podriamos tratarnos un poco, ?que le parece? Me refiero a conocernos mejor el uno al otro.

– Quiza -digo con toda la naturalidad que me ha sido posible-; podria invitar tambien a su esposa, ?que le parece? -anado con voz suave.

Transcurre un momento. Vuelve a fijar los ojos en mi, pero esta vez la mirada era calculadora, reflejaba una oscura sospecha.

– Supongo que ella no le habra contado nada, ?verdad?

– ?Que podia contarme? -pregunto con aire expectante.

Hace un rapido movimiento con la cabeza.

– Nada, nada. Habla mucho. No hace mas que hablar. Como no tiene otra cosa que hacer… Todos los dias lo mismo -otra vez aquella risita breve y cinica-. No tardara en descubrirlo -anade con amarga satisfaccion.

Yo murmuro unas palabras que no comprometen a nada. Despues, obedeciendo a un impulso, saco un paquetito de almendras de chocolate de debajo del mostrador y se lo doy.

– ?Querra darselo a Josephine de mi parte? -dije con toda naturalidad-. Pensaba hacerlo yo y se me ha olvidado.

Me miro pero no se movio.

– ?Que le de esto? -repitio.

– Si, es gratis. Invita la casa -dije con la mas irresistible de mis sonrisas-. Es un regalo.

Su sonrisa se ensancho y cogio la coquetona bolsita plateada.

– Se lo hare llegar -dijo embutiendose los bombones en el bolsillo de los pantalones vaqueros.

– Es lo que mas le gusta -le dije.

– Pues no creo que haga muchos negocios como siga haciendo tantos regalos -comento con cierta indulgencia-. Le doy un mes de vida -otra vez la miradita avida y dura, como si yo tambien fuera un bombon y estuviera

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