muriendose de ganas de desenvolverme.

– Ya veremos -dije con voz suave observandolo mientras salia de la tienda y emprendia el camino de su casa moviendo con indolencia los hombros y contoneandose a lo James Dean. Ni siquiera aguardo a que no pudiera verlo para sacar la bolsita de bombones destinados a Josephine y abrirla. Tal vez suponia que lo estaba observando. Uno, dos, tres… iba llevandose la mano a la boca con indolente regularidad y antes de cruzar la plaza ya habia hecho una bola con el envoltorio plateado y, apanuscandolo con su puno cuadrado, habia dado cuenta de todos los bombones. Me recordo un perro famelico que quiere zamparse rapidamente su racion antes de devorar la del companero. Al pasar por delante de la panaderia intento acertar con la bola de plata la papelera colocada en la calle pero fallo el tiro, dio en el borde de la misma y la bola fue a dar en las piedras. Despues siguio su camino pasando por delante de la iglesia y continuo Avenue des Francs Bourgeois abajo sin volver la vista atras, haciendo saltar chispas del empedrado con sus botas sujetas con tiras de cuero.

12

Viernes, 21 de febrero

Anoche volvio a hacer frio. La veleta de Saint-Jerome estuvo girando y vacilando toda la noche, presa de angustiosa indecision, frotando con chirrido estridente los oxidados hierros a manera de advertencia frente a los intrusos. La manana se inicio con una niebla tan espesa que hasta el campanario de la iglesia, a veinte pasos del escaparate de la tienda, parecia remoto y espectral, y la campana que llamaba a misa desgranaba sus tanidos en sordina, enguatados en algodon de azucar, mientras se iban acercando los primeros feligreses con los cuellos subidos para resguardarse de la niebla, dispuestos a recibir la absolucion.

Asi que se ha bebido la leche que se toma por las mananas, he enfundado a Anouk en su abrigo rojo y, haciendo caso omiso de sus protestas, le he calado un gorro peludo en la cabeza.

– ?No quieres tomar nada para desayunar?

Ha negado con un gesto enfatico de la cabeza pero ha cogido una manzana de una bandeja colocada junto al mostrador.

– ?Y el beso?

El beso se habia convertido en el ritual de todas las mananas.

Echandome, marrullera, los brazos al cuello, me moja la cara de saliva y huye mondandose de risa; despues me envio otro beso desde la puerta y echo a correr a traves de la plaza. Yo he hecho como que estaba horrorizada y despues me he secado la cara. Ella se ha reido con ganas, me saco la lengua, una lengua pequenita y puntiaguda, y me grito: «?Te quiero!» y se desvanecio de pronto igual que un haz de luz escarlata que se perdiera entre la niebla, llevando a rastras la mochila. Se que no va a tardar ni treinta segundos en quitarse el gorro peludo de la cabeza y en esconderlo en el interior de la mochila, junto con los libros, los papeles y otros intempestivos recordatorios del mundo adulto. Por espacio de un segundo he visto de nuevo a Pantoufle, que la seguia dando saltos, pero en seguida he barrido esa imagen inoportuna. Senti de pronto toda la soledad que me provoca su ausencia -?como afrontare todo un dia sin ella?- y a duras penas he conseguido refrenar la urgente necesidad de llamarla.

Esta manana he tenido seis clientes. Uno es Guillaume, que viene de la tienda del carnicero con un trozo de boudin envuelto en un papel.

– A Charly le gusta el boudin -me explica muy serio-. Ultimamente come muy mal, pero estoy seguro de que esto le gustara.

– No olvide que usted tambien tiene que comer -le he recordado con voz suave.

– Si, claro -me responde con una sonrisa dulce y como disculpandose-. Yo como cantidad, en serio -me dirige una subita mirada de agobio-, aunque ya se que estamos en cuaresm -continua-, pero los animales no tienen que guardar la cuaresma, ?no le parece?

Niego con la cabeza al ver su expresion de desaliento. Tiene una cara pequena y de rasgos delicados. Es de esa clase de personas que parten las galletas por la mitad y se guardan un trozo para mas tarde.

– Me parece que deberian cuidarse mejor los dos.

Guillaume rasca la oreja de Charly. El perro esta apatico, no muestra ningun interes por el contenido del paquete de la carniceria que tiene en la cesta colocada a su lado.

– Lo hacemos -dice con una sonrisa tan automatica como la mentira-. De veras que lo hacemos -y apura su taza de chocolat espresso.

– Estaba buenisimo -me dice, como siempre-. La felicito, madame Rocher.

Hace tiempo que ya he desistido de pedirle que me llame Vianne. Su sentido del decoro se lo impide. Deja el dinero sobre el mostrador, se toca con la mano el viejo sombrero de fieltro y abre la puerta. Charly se enreda en sus pies y lo sigue, desviandose ligeramente hacia un lado. Asi que la puerta se ha cerrado tras ellos, veo que Guillaume se agacha para recogerlo del suelo y se aleja con el en brazos.

A la hora de comer he tenido otra visita. La he reconocido al momento a pesar del abrigo masculino e informe, por su avispada cara de manzana de invierno que asomaba debajo del sombrero de paja negro y por las largas faldas negras que le cubren las pesadas botas de trabajo.

– ?Madame Voizin! Pasaba usted por casualidad, ?verdad? Dejeme que la invite.

Sus ojos centelleantes se pasean con mirada apreciativa de un lado a otro de la tienda. Me doy cuenta de que no se perdia detalle. Al final se detiene en la carta de especialidades escrita por Anouk:

Mueve afirmativamente la cabeza, como aprobando lo que veia.

– Hacia anos que no estaba en un sitio como este -comenta-. Casi habia olvidado que existieran este tipo de sitios.

Su voz dejaba traslucir su energia, habia una fuerza en sus movimientos que desmentia su edad. Su boca se torcia en un mohin gracioso que me recordaba a mi madre.

– En otro tiempo me encantaba el chocolate -declara.

Mientras yo le lleno de mocha un vaso largo con un chorreton de kahlua en la espuma observo que mira con desconfianza los taburetes arrimados al mostrador.

– No querra que me encarame en una cosa de estas, digo yo.

Me echo a reir.

– De haber sabido que venia habria tenido preparada una escalera. Aguarde un momento -entro en la cocina y saco la vieja silla naranja de Poitou-. Pruebe esta.

Armande se deja caer pesadamente en la silla y ase el vaso con ambas manos. Su avidez es la propia de una nina pequena, le brillan los ojos, tiene una expresion arrobada.

– Mmmmm… -era un sonido que reflejaba algo mas que simple apreciacion, era casi reverencia-… mmmm…

Tenia los ojos cerrados mientras paladeaba la bebida. Su placer casi infundia miedo.

– ?Es fabuloso!, ?verdad? -hace una pausa momentanea y sus ojos se entrecierran mientras se sumia en la delectacion-. Hay crema y… cinamomo, creo… ?y que mas? ?Tia Maria?

– Mas o menos -le respondo.

– Lo prohibido siempre sabe mejor -declara Armande, secandose muy satisfecha la espuma que se le habia quedado en los labios-. Pero esto… -toma otro sorbo con avidez-. Que yo recuerde, jamas habia tomado una cosa tan buena como esta, ni siquiera cuando era nina. Yo diria que esto tendra diez mil calorias como minimo. O mas.

– ?Y por que tendria que estar prohibido? -pregunto movida por la curiosidad.

Era pequena y redonda como una perdiz, no tenia nada que ver con su hija, tan preocupada por su apariencia.

– ?Por los medicos! -dice Armande con un cierto desden-. Ya sabe como son. Son capaces de decir cualquier cosa -hace una pausa para sorber a traves de la paja-. ?Oh, esto es estupendo! ?Bueno de verdad! Caro hace anos

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