que intenta ingresarme en algun sitio. No le gusta eso de tenerme junto a la puerta de su casa. No le gusta que le recuerden sus origenes -se ha permitido soltar una risita-. Dice que estoy enferma, que no estoy en condiciones de cuidarme. Me envia a ese medico torpe que ella tiene para que me diga que puedo y que no puedo comer. ?Cualquiera diria que quieren que viva eternamente!
Sonrio.
– Estoy convencida de que Caroline se preocupa por usted -digo.
Armande me lanza una mirada burlona.
– ?Lo dice en serio? -suelta una risotada-. ?No me venga con estas cosas, carino! Usted sabe perfectamente que a mi hija lo unico que le preocupa es su persona. No soy tonta -hace una pausa al tiempo que fruncia los ojos y me lanzaba una mirada desafiante-. Lo que a mi me importa es el chico -anade.
– ?El chico?
– Luc, se llama Luc. Mi nieto. Cumplira catorce anos en abril. Seguro que lo ha visto en la plaza.
Lo recordaba vagamente, un muchacho apagado, excesivamente correcto, con pantalones de franela muy planchados y americana de tweed. Tenia unos ojos de un gris verdoso debajo de un flequillo lacio. Afirmo con la cabeza.
– Lo he hecho beneficiario de mi testamento -continua Armande-. Medio millon de francos, que le dejo en fideicomiso hasta el dia que cumpla dieciocho anos -se encoge de hombros-. Yo no lo veo nunca -anade sin mas-, Caro no lo consentiria.
Si, los habia visto. Ahora lo recordaba. El chico daba el brazo a su madre camino de la iglesia. Era el unico muchacho de Lansquenet que no habia comprado nunca golosinas en La Praline, aunque me parecia haberlo visto una o dos veces parado delante del escaparate.
– La ultima vez que vino a verme tenia diez anos -la voz de Armande se vuelve extranamente monocorde-. En lo que a el toca, es como si hiciera cien anos -se termina el chocolate y deja el vaso en el mostrador con un golpe final de remate-. Recuerdo que era su cumpleanos. Le regale un libro de poemas de Rimbaud. Estuvo muy… educado -lo dice con amargura-. Desde entonces lo he visto varias veces por la calle, como es natural -anade-. No puedo quejarme.
– ?Por que no va a verlo a su casa? -le pregunto llena de curiosidad-. ?Por que no sale con el, no habla con el, no se hacen amigos?
Armande ha hecho un gesto negativo con la cabeza.
– Caro y yo no nos tratamos -de pronto su voz se ha vuelto quejumbrosa; al desaparecer la sonrisa de su rostro, la habia abandonado tambien aquella sensacion ilusoria de juventud y de pronto me parecio horriblemente vieja-. Se averguenza de mi. Sabe Dios que le habra contado al chico -hace unos movimientos disuasorios con la cabeza-. No, es demasiado tarde. Lo veo por la cara del chico… siempre tan educado el… y tan educadas tambien esas felicitaciones de Navidad que no quieren decir nada. Un chico con tan buenas maneras… -su sonrisa era amarga-… tan educado y con tan buenas maneras…
Se vuelve hacia mi, ahora con una sonrisa deslumbrante.
– Si por lo menos yo supiera lo que hace… -dice-… supiera que lee, que equipos apoya, quienes son sus amigos, que rendimiento tiene en la escuela. Si pudiera saber todo esto…
– ?Que?
– Ya se que podria enganarme… -veo por espacio de un segundo que esta al borde de las lagrimas. Despues se calla, hace un esfuerzo, como si tratara de hacer acopio de voluntad-. ?Sabe que me parece que me tomaria otro de esos chocolates especiales que usted prepara? ?Me tomo otro? -lo dice como una baladronada, lo que ha provocado en mi una indecible admiracion.
Me gustaba que, a pesar de la pena que sentia, todavia pudiera darselas de rebelde y que, al apoyar los codos en el mostrador para sorber el chocolate, mostrara aquella especie de jactancia en sus movimientos.
– Sodoma y Gomorra sorbidas a traves de una paja. Mmmmm. Es como si me acabara de morir y fuera directa al cielo. De todos modos, no me falta mucho.
– Si usted quisiera, yo podria encargarme de darle noticias de Luc y de transmitirle las de usted.
Armande considera esta posibilidad en silencio. Me doy cuenta de que me observa por debajo de los parpados. Y que esta de acuerdo.
Por fin habla.
– A todos los jovenes les gustan las golosinas, ?verdad? -hablaba como sin dar importancia a lo que decia, pero yo asiento-. Y supongo que sus amigos vienen por la tienda, ?no?
Le digo que no estaba demasiado segura de conocer a sus amigos, pero que la mayoria de los ninos del pueblo entraban y salian regularmente de la tienda.
– Yo podria volver aqui -decide Armande-. Me gusta su chocolate, pese a que sus taburetes son terribles. Incluso podria convertirme en una cliente habitual.
– Aqui sera siempre bienvenida -le digo.
Se produce otro silencio. He comprendido que Armande Voizin hace las cosas a su manera y cuando se le antoja, que se niega a que la presionen o le den consejos. Asi pues, le dejo tiempo para pensar.
– Mire… ahi tiene.
Habia tomado la decision y no habia vuelta de hoja. Con un gesto brioso, golpea el mostrador con un billete de cien francos.
– Pero yo…
– Si lo ve, dele una caja de lo que mas le guste. Y no le diga que la he pagado yo.
Yo tomo el billete.
– Y no deje que su madre la sonsaque. Probablemente ya esta al acecho, ya esta propalando chismes con ese aire de superioridad que gasta. Hija unica y tenia que convertirse en una de las Hermanas del Ejercito de Salvacion de Reynaud -se le fruncen los ojos en un gesto malicioso que forma unos curiosos hoyuelos en sus redondas mejillas-. Ya circulan algunos rumores sobre usted -dice-. Ya puede imaginarselos. Si se relaciona conmigo no hara mas que empeorar las cosas.
Me echo a reir.
– Saldre del paso.
– Seguro que si -me mira de pronto de manera abierta; el tono burlon habia desaparecido de su voz-. Hay algo en usted… -murmura con voz suave-… algo que me resulta familiar. No creo que nos conocieramos ya el dia que nos encontramos en Les Marauds, ?verdad?
Lisboa, Paris, Florencia, Roma. ?Tanta gente! ?Tantisimas vidas que se entrecruzan con la nuestra, con las que coincidimos un momento fugaz, barrido por la enloquecedora trama de nuestro itinerario! Pero no creo que nos conocieramos.
– Y ese olor… esa especie de olor a quemado, ese rastro que deja el rayo diez segundos despues de descargarse un dia de verano. Ese perfume que dejan las tormentas de estio, los campos de trigo despues de la lluvia -su rostro estaba arrobado, sus ojos parecian buscar los mios-. ?Verdad que si? ?Verdad que es lo que he dicho? ?Verdad que usted es lo que es?
Otra vez aquella palabra.
Se echa a reir con aire divertido y me coge la mano. Su piel era fria, aquello no era carne, eran hojas. Me da la vuelta a la mano para examinarme la palma.
– ?Lo sabia! -ha recorrido con el dedo la linea de la vida, la linea del corazon-. ?Lo supe en cuanto la vi! -y, como hablando consigo misma, con la cabeza baja y con voz apenas audible, un simple halito sobre mi mano, dice-: Lo sabia, lo sabia. Pero jamas hubiera imaginado encontrarmela aqui, en este pueblo.
De pronto levanta los ojos y me dirige una mirada cargada de desconfianza.
– ?Reynaud lo sabe?
– No estoy segura.
Le he dicho la verdad. Que no sabia de que hablaba. Pero tambien yo podia olerlo: olor a vientos cambiantes, aquel aire de revelacion. Un aroma lejano de fuego y ozono. El chirrido de mecanismos que han estado mucho tiempo ociosos, la maquina infernal de la sincronia. O quiza Josephine tenia razon y Armande estaba loca. Despues de todo, veia a Pantoufle.
– Que Reynaud no lo sepa -me ha dicho con un centelleo de sus avidos ojos-. Ya sabe quien es, ?verdad?
La he mirado fijamente. Debia de haber imaginado lo que me diria entonces. O tal vez nuestros suenos se habian tocado un momento en aquellas noches en que estabamos en fuga.