– Tal vez a usted no le importe ver que los vagabundos invaden Les Marauds -le dije con viveza-, pero hay algunas personas… entre ellas la hija de usted, que piensan que, como se les deje poner un pie en la puerta…

Armande tuvo un acceso de risa.

– Si, claro, ella habla como usted -repuso-. Son esas tonterias que se oyen en el pulpito y demas estupideces nacionalistas. Yo no veo que esta gente nos haga ningun dano. ?Por que tenemos, pues, que emprender una cruzada y echarlos si, por otra parte, no tardaran en marcharse por propia voluntad?

Me encogi de hombros.

– Veo claramente que no entiende el asunto -la corte.

– Yo ya se lo he dicho a Roux, aqui presente -hizo un gesto vago con la mano en direccion al hombre de la barcaza negra-. Le he dicho que tanto el como sus amigos eran bienvenidos siempre que solo se quedasen el tiempo necesario para reparar el motor y aprovisionarse de comida -me lanzo una mirada disimulada y triunfante-. O sea que no puede decir que se hayan propasado. Estan aqui, delante de mi casa, y en lo que a mi toca estoy encantada.

Puso un enfasis especial en la ultima palabra, como si quisiera burlarse de mi.

– Y tambien con sus amigos cuando vengan -me dedico otra de sus miradas insolentes-, todos sus amigos.

Bueno, habria debido esperarmelo. Que lo haria aunque solo fuera por despecho. Esa mujer disfruta con la notoriedad que esto le proporciona, sabiendo como sabe que el hecho de ser la habitante mas vieja del barrio la autoriza a permitirse ciertas licencias. De nada serviria discutir con ella, mon pere. Eso ya lo sabemos. Disfrutaria si nos peleasemos, de la misma manera que disfruta del contacto que tiene con esta gente, con sus historias, con sus vidas. No es extrano que ya sepa sus nombres. No voy a darle la satisfaccion de tenerle que pedir las cosas por favor. No, tengo que enfocar el asunto de otra manera.

Gracias a Armande Voizin me he enterado de una cosa: vendran mas con seguridad. Tenemos que esperar para ver cuantos. Pero es lo que yo me temia. Hoy han llegado tres. ?Cuantos vendran manana?

Al venir hacia aqui he pasado por casa de Clairmont. El se encargara de propagar las noticias. Espero que se produzca alguna resistencia, aunque Armande sigue teniendo amigos y es posible que Narcisse necesite que ejerzan sobre el cierta labor de persuasion. Pero en terminos generales espero cooperacion. En este pueblo sigo siendo alguien. Mi buena opinion tiene cierto peso. Tambien he visto a Muscat. El ve a mucha gente en su cafe. Es el jefe del Comite de Residentes. Un hombre recto, pese a sus fallos, y un buen feligres. Y si hiciera falta actuar con mano dura, por mucho que yo deplore la violencia, como no puede ser de otra manera por otra parte, no se sabe nunca que hacer cuando uno tiene que haberselas con esta gente… Bueno, en cualquier caso estoy seguro de que podria contar con Muscat.

Armande lo llamo cruzada y su intencion era insultarme, lo se de sobra, pero aun asi… siento como un arrebato de exaltacion al pensar en este conflicto. ?Sera posible que esta sea la tarea para la que Dios me ha elegido?

Para eso vine a Lansquenet, mon pere. Para luchar por mi gente. Para salvarlos de la tentacion. Y cuando Vianne Rocher vea el poder de la Iglesia, la influencia que tengo sobre todas y cada una de las almas de esta comunidad, sabra que ha perdido la partida. Cualesquiera que sean sus esperanzas, sus ambiciones, comprendera que no puede quedarse. Que no puede luchar y esperar ganar.

Porque sere yo quien gane.

14

Lunes, 24 de febrero

Caroline Clairmont entro despues de la misa. Iba acompanada de su hijo, que llevaba la mochila con los libros colgada de la espalda. Es un chico alto, palido y de rostro impasible. Ella llevaba en la mano un fajo de tarjetas amarillas escritas a mano.

Los recibi con una sonrisa.

La tienda estaba practicamente vacia. Eran las ocho y media y los habituales acostumbran a llegar alrededor de las nueve. Anouk estaba sentada delante del mostrador con un cuenco de leche a medio terminar y con un pain au chocolat. Echo una mirada interesada al chico, agito el bollo en el aire con un gesto vago de saludo y volvio al desayuno.

– ?Puedo servirla en algo?

Caroline echo un vistazo a su alrededor con una expresion en que la envidia se mezclaba con la desaprobacion. El chico tenia la mirada fija al frente, pero me he dado cuenta de que sus ojos porfiaban por posarse en Anouk. Lo observaba todo con mirada educada pero hosca y, aunque tenia un brillo en los ojos, estos eran inescrutables debajo del largo flequillo.

– Si -me respondio con una voz que dejaba traslucir una falsa cordialidad y con una sonrisa dulce y fria como el hielo que tenia la particularidad de resultar particularmente irritante-. Estoy distribuyendo estas tarjetas -dijo mostrandome el taco que llevaba- y me he dicho que seguramente no le importara exponer una en su escaparate -me la muestra-. Todo el mundo se ha brindado -anadio como si bastara con esta frase para forzar mi decision.

Estaban escritas en letras mayusculas de palo con tinta negra sobre el fondo amarillo del papel:

PROHIBIDA LA ENTRADA A VENDEDORES AMBULANTES,

VAGABUNDOS Y MENDIGOS. R ESERVADO EL DERECHO

DE ADMISION A CUALQUIER HORA

– ?Y por que he de poner el letrero? -le he dicho entre sorprendida y contrariada-. ?Por que tengo que impedir la entrada de nadie en mi establecimiento?

Caroline me dirigio una mirada en la que la conmiseracion que yo le inspiraba se mezclaba con el desprecio.

– Claro, como usted es nueva en el pueblo, no esta enterada -me responde con sonrisa almibarada-, pero en otros tiempos tuvimos problemas. De todos modos, se trata simplemente de una medida de prudencia. Dudo mucho que esa clase de gente le haga ninguna visita. Pero mejor asegurarse que tener que lamentarlo despues, ?no le parece?

Como yo seguia sin entender nada, le pregunte:

– ?Por que tendria que lamentarlo?

– Pues bueno, son gitanos. Son gente que vive en el rio -habia una nota de impaciencia en su voz-. Han vuelto y querran hacer… -compuso una discreta y elegante moue de asco-… las cosas que tienen por costumbre hacer.

– ?Y que? -la inste a seguir.

– Pues que tendremos que demostrarles que no pensamos consentirselo -Caroline empezaba a ponerse nerviosa-. Nos pondremos de acuerdo en no servir a esa gente y haremos que vuelvan al sitio de donde han venido.

– ?Ah! -me quede pensando en lo que acababa de decir-. Pero ?podemos negarnos a servirlos? -inquiri llena de curiosidad-. Si llevan el dinero y quieren gastarselo en lo que sea, ?podemos negarnos?

– ?Naturalmente que podemos! -exclamo, impaciente-. ?Quien nos lo puede impedir?

Me quede un momento pensativa y despues le devolvi la tarjeta amarilla. Caroline clavo sus ojos en mi.

– ?No quiere? -la voz le subio una octava; en el proceso habia perdido una buena parte de la entonacion propia de una persona educada.

Me encogi de hombros.

– A mi me parece que si alguien se quiere gastar aqui su dinero, yo no soy quien para prohibirselo -le dije.

– Pero es que la comunidad… -insistio Caroline-. A buen seguro que usted no querra que venga aqui gente de esa calana… vagabundos, ladrones, arabes… ?por el amor de Dios!

Un fogonazo de instantaneas guardadas en la memoria: porteros cenudos de Nueva York, senoronas de Paris, turistas del Sacre-Coeur camara en ristre, volviendo la vista para otro lado para no ver a aquella nina pordiosera con un vestido tan corto que dejaba al descubierto sus piernas larguiruchas… Pese a haberse criado en un ambiente

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