de labios una pregunta o un comentario sobre sus vidas y sus problemas. Que si la artritis de Blaireau, que si el hijo soldado de Lambert, que si Narcisse y sus orquideas galardonadas con premios. Incluso sabe como se llama el perro de Duplessis. ?Es astuta! Es imposible no percatarse de su presencia. O reaccionas o pasas por grosero. Incluso yo debo sonreirle y saludarla con la cabeza aunque por dentro este que eche chispas. Y su hija lleva el mismo camino que ella, siempre correteando como una loca por Les Marauds con una pandilla de chicos y chicas mayores que ella. La mayoria tienen ocho o nueve anos y no digo que no la traten con afecto, es como si para ellos la nina fuera una hermanita mas pequena o una mascota. Siempre van juntos, corriendo, gritando, moviendose de aqui para alla con los brazos abiertos como si fueran bombarderos que se disparasen entre si, cantando y armando bulla. Jean Drou tambien se ha sumado a la panda, lo que despierta las preocupaciones de su madre. En una o dos ocasiones ha intentado prohibirselo, pero el chico esta cada dia mas imposible y, si lo encierra en casa, incluso salta por la ventana. Pero a mi, mon pere, me afectan preocupaciones mas serias que las provocadas por el comportamiento levantisco de unos cuantos mocosos ingobernables. Hoy, al pasar por Les Marauds antes de la misa, he visto amarrada a un costado del Tannes una casa flotante del tipo que usted y yo conocemos tan bien. Se trata de un habitaculo verdaderamente miserable, pintado de verde pero muy descascarillado, con una pequena chimenea que vomita unos humos negros y ponzonosos y un tejadillo ondulado como esos de las chabolas de carton que se ven en los bidonvillesde Marsella. Usted y yo sabemos de que hablo. Y que anuncia. En la franja de tierra humeda que bordea la carretera ya asoman sus corolas los primeros dientes de leon de la primavera. Cada ano intentan lo mismo, remontan el rio desde las ciudades o barrios de chabolas o, peor aun, desde lugares mas lejanos, como Argelia o Marruecos. Buscan trabajo. Buscan un sitio donde instalarse y empezar a criar… Esta manana he predicado un sermon contra ellos, pero se que, pese a esto, algunos de mis feligreses -entre ellos Narcisse- los acogeran aunque solo sea para desafiarme. Son vagabundos. No tienen ningun respeto a nadie ni tampoco disponen de valores morales. Son gitanos de rio y no hacen mas que propagar enfermedades, robar, enganar a la gente y hasta asesinar si se tercia. Como dejemos que se queden, arrumbaran todo lo que hemos conseguido, pere. Incluso con la educacion que nosotros impartimos. Y sus hijos corretearan con los nuestros hasta demoler todo cuanto hicimos por ellos. Les sacaran de la cabeza todo lo que les hemos inculcado. Les ensenaran a odiar y a faltar al respeto a la Iglesia. Haran de ellos unos vagos y unos irresponsables. Los convertiran en delincuentes y los iniciaran en los placeres de las drogas. ?Se han olvidado ya de lo que ocurrio aquel verano? ?Seran tan incautos que no vean que aquello puede repetirse?
Esta tarde he ido a visitar la casa flotante. Ya se le habian juntado otras dos, una roja y otra negra. No llovia y habian instalado una hilera de ropa tendida entre las dos embarcaciones recien llegadas; he visto ropa de nino colgada flaccidamente de la cuerda. En la cubierta de la embarcacion negra un hombre sentado de espaldas a mi estaba ocupado en pescar. Llevaba la larga y roja cabellera atada con un trozo de tela y tenia tatuajes de henna a la altura de los hombros desnudos. Me he quedado mirando las barcas. Me maravillaba ser testigo de tanta miseria, esa pobreza desafiante. ?Que bien se procura esta gente? Este pais es prospero. Somos una potencia europea. Seguro que tiene que haber trabajo para ellos, actividades utiles, viviendas decentes… ?Por que deciden, entonces, vivir de esta manera, hacer el vago, chapotear en la miseria? ?Sera posible que sean tan gandules? El pelirrojo que estaba sentado en la cubierta de la embarcacion negra ha abierto los dedos a manera de signo protector contra mi y ha seguido pescando.
– No pueden quedarse aqui -le he gritado desde la orilla-. Esto es propiedad privada. Tienen que marcharse.
Oi sus risas y las burlas que salian del interior de las barcazas. Pese a que notaba un fuerte latido en las sienes, procure conservar la calma.
– Podemos hablar -he insistido-. Soy sacerdote. Quiza podamos encontrar una solucion.
En las puertas y ventanas de las tres barcazas asomaron varias caras. He visto cuatro ninos, una mujer joven con un nino en brazos y tres o cuatro personas de edad, todos envueltos en esas ropas incoloras y grisaceas que los caracterizan y con esas caras de expresion aviesa y desconfiada. He visto como se volvian hacia el Pelirrojo, como si esperasen que les dijera lo que tenian que hacer. Me dirigi a el.
– ?Eh, usted!
Adopto una actitud de atencion pero de ironica deferencia.
– ?Por que no se acerca y hablamos? Asi podre explicarme mejor en lugar de tener que hablarle a gritos desde la orilla -le digo.
– Expliquese -me respondio. Hablaba con un acento marselles tan marcado que a duras penas entendia sus palabras-. Yo le oigo muy bien.
Los que estaban en las demas barcazas se daban codazos y se reian. Espere pacientemente a que se callaran.
– Esto es propiedad privada -repeti-. Siento decirles que aqui no se pueden quedar. Aqui viven otras personas - les indique las casas que bordean el rio a lo largo de la Avenue des Marais. La verdad es que la mayor parte de estas casas actualmente estan desocupadas, se encuentran muy deterioradas a causa de la humedad y del abandono, pero algunas todavia estan habitadas.
El Pelirrojo me lanzo una mirada cargada de desden.
– Estas barcas tambien estan habitadas -me dijo senalando las embarcaciones.
– Lo comprendo, pero de todos modos… -el me interrumpio.
– No se preocupe, no vamos a quedarnos mucho tiempo -su tono era perentorio-. Necesitamos hacer reparaciones, recoger suministros. Y esto no lo podemos hacer en pleno campo. Vamos a quedarnos un par de semanas, quiza tres. Supongo que podra soportarlo, ?verdad?
– A lo mejor un pueblo mas grande… -noto que su insolencia me saca de quicio, pero procuro conservar la calma-. Quizas una ciudad como Agen…
Me contesto muy seco:
– No, ese sitio no. Precisamente venimos de alli.
No me extrana. Se que en Agen son muy duros con los vagabundos. Ojala nosotros tuvieramos en Lansquenet un cuerpo de policia propio.
– Tengo el motor averiado. Llevo varios kilometros perdiendo aceite. Tengo que hacer la reparacion antes de seguir adelante.
Entonces me puse firme.
– No creo que encuentre aqui lo que busca -le dije.
– Cada uno que piense lo que quiera -respondio como dando la cuestion por zanjada, casi como si le divirtiera decirlo.
Una de las viejas solto una risa cascada.
– Hasta los curas tienen derecho a pensar lo que quieran -comento.
Mas risas, pese a lo cual conserve la dignidad. Esa gente no se merece que sus palabras me ofendan.
Ya me habia dado la vuelta dispuesto a marcharme cuando alguien me interpelo.
– ?Vaya, vaya, M’sieur le cure! -la voz estaba detras mismo de mi y, a mi pesar, retrocedi-. Nervioso, ?verdad? -continuo en tono malevolo-. No es para menos. Aqui no esta en su territorio, ?verdad? ?Que mision tiene ahora? ?Convertir a los paganos?
– Madame -pese a la insolencia, le dedique un gesto de cortesia-, espero que se encuentre bien de salud.
– ?Lo espera en serio? -dijo mientras en sus negros ojos chisporroteaba la risa-. Habria jurado que se moria de ganas de darme la extremauncion.
– En absoluto, madame -le respondi con fria dignidad.
– Pues me parece muy bien, porque esta oveja descarriada y vieja no piensa volver al redil -declaro-. O sea que usted tendria mucho trabajo. Recuerdo que su madre decia…
La corte con mas brusquedad de la que era mi intencion.
– Lamento no tener tiempo para charlar, madame. Esas personas… -hice un gesto en direccion a los gitanos del rio-… esas personas deben resolver su situacion antes de que el asunto se nos escape de las manos. Tengo que proteger los intereses de mi rebano.
– ?Que cosas dice usted! -observo Armande hablando muy lentamente-. ?Los intereses de su rebano! Todavia me acuerdo de cuando usted era nino y jugaba a indios en Les Marauds. ?Le ensenaron alguna otra cosa en la ciudad que no sean todos estos remilgos y a tanto darse importancia?
La mire fijamente. Es la unica persona de Lansquenet que se regodea recordandome cosas que prefiero olvidar. Supongo que, cuando muera, esos recuerdos moriran con ella, lo que no deja de complacerme.