rural, Caroline Clairmont sabe que importancia tiene contar con la modiste adecuada. El discreto panuelo que le rodea el cuello ostenta una etiqueta Hermes y el perfume que la envuelve es de Coco Chanel. Mi respuesta es mas desagradable de lo que me habia propuesto.
– Pues que la comunidad se ocupe de sus asuntos -le respondi con acritud-. No es cosa mia, ni de nadie, decidir como tiene que vivir esa gente.
Caroline me lanzo una mirada cargada de veneno.
– ?Ah, muy bien, si usted piensa asi…! -dijo con las cejas exageradamente levantadas y dirigiendose hacia la puerta-… entonces no quiero apartarla de sus asuntos -puso especial enfasis en la ultima palabra y lanzo una mirada desdenosa a los asientos vacios-. Espero que no tenga que lamentar su decision, no le digo mas.
– ?Por que tendria que lamentarla?
Se encogio de hombros con aire petulante.
– Por si hay problemas o pasa algo -por el tono de voz me he dado cuenta de que la conversacion habia llegado a su punto final-. Esas personas provocan todo tipo de problemas, ?no lo sabe? Drogas, violencia… -por la acritud de su sonrisa he comprendido que queria decirme que, en caso de que se produjeran los mencionados problemas, se alegraria de que yo fuera victima de ellos. Su hijo me miro como si no entendiera nada. Y yo le dedique una sonrisa.
– El otro dia vi a tu abuela -he dicho al chico-. Me dijo muchas cosas de ti.
El chico se puso rojo como la grana y murmuro unas palabras ininteligibles.
Caroline se quedo muy tensa.
– Si, ya me han dicho que estuvo aqui -dijo con una sonrisa forzada-. No deberia seguirle la corriente a mi madre -anadio con fingida picardia-. Bastante mal esta ya.
– A mi me ha parecido una persona encantadora -le replique con firmeza sin apartar los ojos del nino-, refrescante. Y muy lista.
– Teniendo en cuenta la edad, claro -comento Caroline.
– Prescindiendo de la edad -dije yo.
– Supongo que es la impresion que produce en una persona que no la conoce -anadio Caroline con voz tensa-, pero a su familia… -me dirigio otra de sus sonrisas heladas-. No tiene la cabeza como en otros tiempos. Su vision de la realidad… -se interrumpio con un gesto nervioso-. Estoy segura de que no hace falta que se lo explique.
– No, no hace falta -le respondi con toda amabilidad-. Despues de todo, se trata de un asunto que no me incumbe -me doy cuenta de que sus ojos se empequenecian al registrar la pulla. Sera beata, pero de tonta no tiene un pelo.
– Me refiero a que… -se esfuerza unos momentos en proseguir. De pronto me ha parecido ver brillar una chispa de humor en sus ojos, aunque es posible que solo fueran imaginaciones mias-… a que mi madre no siempre sabe lo que le conviene -de nuevo volvia a ser duena de la situacion y su sonrisa estaba tan lacada como su cabello-. Esta tienda, por ejemplo.
La aliento a proseguir con un gesto.
– Mi madre es diabetica -explico Caroline-. El medico le ha dicho repetidas veces que evite el azucar, pero ella hace oidos sordos. Se niega a someterse a tratamiento -echo una mirada de soslayo a su hijo con aire de triunfo-. ?Le parece normal, madame Rocher? ?Le parece una forma normal de comportarse? -al decir esto levanta la voz, que se ha vuelto chillona y petulante. Su hijo parecia vagamente azorado y no paraba de echar ojeadas al reloj.
– Maman, llegare tarde -dijo con voz neutra y educada y, dirigiendose a mi, anadio-: Perdone, madame, pero tengo que ir a la es-escuela.
– Mira, ahi tienes uno de mis pralines especiales. Regalo de la casa -se lo di, envuelto en una espiral de celofan.
– Mi hijo no come chocolate -intervino Caroline con voz perentoria-. Es un nino hiperactivo. Una cuestion patologica. El sabe que no le conviene.
Mire al nino y no me parecio ni de lejos hiperactivo ni patologico; mas bien tuve la impresion de que estaba aburrido y de que era bastante timido.
– Ella piensa mucho en ti -le dije-. Me refiero a tu abuela. Quiza podrias pasarte por aqui un dia y saludarla. Es una clienta habitual de la casa.
Debajo del lacio flequillo de cabellos castanos sus ojos centellearon un momento.
– Quiza -dijo sin el menor entusiasmo.
– Mi hijo no anda tan sobrado de tiempo como para perderlo en las confiterias -dijo Caroline con cierta altivez-. Mi hijo es un nino comprensivo que sabe muy bien que debe a sus padres -habia cierta amenaza en sus palabras, algo asi como un reflejo de la seguridad que sentia. Se dio la vuelta para pasar por delante de Luc, que ya estaba en la puerta balanceando la mochila.
– Luc -se lo he dicho en voz baja pero incitante.
Se volvio hacia mi de mala gana y, sin habermelo propuesto, me encontre a su lado tratando de penetrar aquel rostro cortes e impenetrable, tratando de ir mas alla…
– ?Te gusto Rimbaud? -se lo he dije sin pensar, con la cabeza poblada de imagenes.
Por un momento el chico me miro con ojos de remordimiento.
– ?Como?
– Rimbaud. Ella te regalo un libro de poemas de Rimbaud el dia de tu cumpleanos, ?no es verdad?
– Sss… si -la voz era apenas audible.
Sus ojos, de una tonalidad gris verdosa intensa, se levantaron hasta los mios y capte un leve estremecimiento de la cabeza, como si se pusiera en guardia.
– Pero no los he leido -termino levantando mas la voz-. No soy… aficionado a la poesia.
Un libro con las esquinas dobladas, previsoramente escondido en el fondo de una comoda. Un nino murmurando en voz baja, solo para el y con especial orgullo, las fascinantes palabras. Ve, por favor, he dicho sin decirlo. Por favor, hazlo por Armande.
En sus ojos brillo una luz.
– Ahora me tengo que marchar.
Caroline esperaba, impaciente, en la puerta.
– Coge esto, por favor -le dije tendiendole el minusculo paquete: tres pralines de chocolate metidos en un rollo de papel de plata.
El chico tiene sus secretos. He notado que pugnaba por escapar. Con destreza, saliendo de la linea de vision de su madre, cogio el paquete y sonrio. Mas que oirlas, casi he imaginado las palabras que decia al alejarse:
– Digale que ire -murmuro a media voz-. Digale que el miercoles, el dia que mama va a la peluqueria.
Y desaparecio.
Hoy, cuando vino Armande, la puse al corriente de la visita de sus parientes. Con muchos movimientos de cabeza y mondandose de risa, escucho la descripcion que le hice de mi conversacion con Caroline.
– ?Ja, ja, ja! -repantigada en su sillon y con un tazon de mocha en esa delicada garra que es su mano, me parecio mas que nunca una muneca con cara de manzana-. ?Pobre Caro! No le gusta que le refresquen la memoria, ?verdad? -iba sorbiendo el liquido con delectacion-. Pero ?donde quiere ir a parar? -pregunto, irritada-. ?Mira que decirle a usted lo que tengo que hacer y lo que no tengo que hacer! ?Que soy diabetica? Eso querria el medicucho ese que creyeramos todos -refunfunaba-. Bueno, de momento todavia sigo viva, ?no es verdad? Yo me cuido, pero esto a ellos no les basta. Quieren meter las narices en todas partes -acompano las palabras con unos movimientos de la cabeza-. ?Pobre nino! Es tartamudo, ?no se ha fijado?
Asenti.
– La culpa la tiene su madre -dijo Armande con desden-. ?Si por lo menos lo dejara en paz! Pero no, siempre corrigiendolo, siempre queriendolo conducir… y lo unico que consigue es empeorar las cosas, quiere que piense que lo hace todo mal -profirio en tono de burla-. El chico no tiene nada incurable, si lo dejaran vivir a su aire -declaro de forma tajante-. Que lo dejen correr y no se preocupen de si se va a caer o no. Que lo dejen tranquilo. Que lo dejen respirar.
Le he respondido que era normal que una madre se mostrase protectora con sus hijos, pero Armande me lanzo una mirada sarcastica.
– ?A eso le llama proteccion? -dijo-. Pues asi protege el muerdago al manzano -se rio con sorna-. Yo antes tenia manzanos en mi jardin y el muerdago acabo con todos, uno tras otro. Una planta que es tan poca cosa, tan