La evidencia de la realidad se ha puesto a girar entre las dos como un adorno del arbol de Navidad.
– La situacion puede mejorar -le digo finalmente-. Paul- Marie no es el amo del mundo.
– Igual podria serlo -replico Josephine con obstinacion.
Sonrei. Si esta obstinacion que dirige hacia adentro la dirigiera hacia afuera, ?cuantas cosas conseguiria! Percibo sus pensamientos, los noto muy cerca, invitandome a abrirles paso. Seria tan facil dirigirla… pero aparto con impaciencia la idea. No tengo ningun derecho a forzar sus decisiones.
– Antes no tenia usted a quien acudir -le digo-, ahora si.
– ?Tengo a quien acudir? -dicho con su voz equivalia a admitir su derrota.
No respondi. Que se responda ella misma.
Me miro un momento. Los ojos le centelleaban con las luces del rio que se reflejaban desde Les Marauds. Me sorprendio de nuevo pensar que, con solo operar en ella un ligerisimo cambio, podria transformarse en una hermosa mujer.
– Buenas noches, Josephine.
No me volvi a mirarla, pero se que ella se quedo observandome mientras yo subia cuesta arriba y que incluso ha permanecido en el sitio despues de que yo hubiera doblado la esquina y ya me hubiera perdido de vista.
15
Miercoles, 25 de febrero
Sigue esta lluvia interminable. Cae como si se desplomara un pedazo de cielo para volcar tristeza en la vida de acuario que prolifera debajo. Los ninos, como rutilantes patitos de plastico con sus impermeables y sus botas de lluvia, graznan y chapotean en la plaza y parece que sus gritos rebotaran en las nubes bajas. Yo estoy trabajando en la cocina pero no pierdo de vista a los ninos que juegan en la calle. Esta manana he desmontado el escaparate, he retirado la bruja, la casa de pan de jengibre y todos los animales de chocolate apostados a su alrededor, que parecian contemplarlo todo con sus caritas relucientes y expectantes. Anouk y sus amigos se han repartido las figuras entre una y otra excursion a las aguas estancadas que la lluvia ha formado detras de Les Marauds. Jeannot Drou me observaba en la cocina, con un trozo de dorado pain d’epices en cada mano y los ojos relucientes. Anouk estaba detras de el y los demas detras de ella, todo un muro de ojos y cuchicheos.
– ?Y ahora que pondras? -su voz parece la de un chico con mas anos de los que tiene, su aire es descarado y lleva la barbilla sucia de chocolate-. ?Que vas a poner ahora? Quiero decir en el escaparate.
Me encojo de hombros.
– Es un secreto -digo mientras voy removiendo la creme de cacao en un cuenco esmaltado donde preparo la cobertura fundida.
– No, ahora en serio -insiste-. Ahora tendrias que hacer algo de Pascua. Ya sabes. Huevos y todas esas cosas. Gallinas y conejos de chocolate, cosas asi. Como hacen en las tiendas de Agen.
Recuerdo escaparates de mi infancia, chocolateries de Paris con sus cestas de huevos envueltos en papel de aluminio, estantes llenos de conejitos y gallinas, campanas, frutas de mazapan y marrons glaces, amourettes y nidos de filigrana llenos de petits fours y caramelos y mil y una epifanias mas de viajes en alfombras magicas de algodon de azucar, mas propias de un haren arabigo que de las solemnidades de la Pasion.
– Recuerdo que mi madre me hablaba de los huevos de Pascua.
Nunca habia dinero para comprar esas exquisiteces, pero a mi nunca me falto mi cornet-surprise, un cucurucho de papel con regalos de Pascua, monedas, flores de papel, huevos duros pintados de vivos colores, una caja de gallinitas, conejitos, ninos sonrientes que asomaban entre ranunculos, todo en papier-mache pintado de colores. Todos los anos lo mismo, cuidadosamente guardado para el ano siguiente y, entremezclado con todo, un minusculo paquete de uvas pasas de chocolate envueltas en celofan, que yo saboreaba larga y despaciosamente en las horas perdidas de aquellas extranas noches entre una ciudad y otra, con los destellos de neon de los nombres de los hoteles parpadeando entre las persianas y la pausada respiracion de mi madre, en cierto modo eterna, en el umbroso silencio.
– Solia decirme que en la vispera de Viernes Santo, en lo mas secreto de la noche, las campanas abandonan los chapiteles y campanarios de las iglesias y, con alas magicas, salen volando hacia Roma.
El chico hace un gesto de asentimiento con esa cara de saberselas todas y de incredulidad que es tipica de los adolescentes.
– Todas las campanas se alinean delante del Papa, vestido de blanco y oro, con su mitra y su baculo dorado, las campanas grandes y las campanas pequenas, las clochettes y los pesados bourdons, los carillones y los cimbalillos y los do-si-do-mi-soles, todas esperando pacientemente a que el Papa las bendiga.
Mi madre estaba inmersa en ese acervo popular infantil, todo aquel absurdo le ponia brillo en los ojos. Todos los cuentos la deleitaban por igual, tanto los que hacian referencia a Jesus como a Eostre o a Ali Baba, y trabajaba con denuedo el tejido casero del folklore hasta convertirlo una vez y otra en la rica tela del hecho historico. La curacion por medio del cristal, los viajes astrales, las abducciones por obra de alienigenas y las combustiones espontaneas eran cosas en las que mi madre creia o fingia creer.
– Y el Papa las bendice todas, una por una, hasta muy entrada la noche, mientras millares y millares de campanarios de Francia quedan vacios esperando su regreso, silenciosos hasta la manana de Pascua.
Y entretanto yo, su hija, escuchaba con ojos muy abiertos todas aquellas fascinantes historias apocrifas, ademas de las de Mitra y de Baldur el Hermoso, de Osiris y de Quetzacoatl, entrelazadas todas con cuentos de bombones voladores y de alfombras magicas y de la Triple Diosa y de la cueva de cristal de Aladino y de aquella desde la cual se elevo Jesus a los tres dias, amen, abracadabra, amen.
– Y las bendiciones se transforman en bombones de todas las formas y tipos posibles y las campanas se vuelven boca arriba para llevarselos con ellas y seguidamente se pasan la noche entera volando y el domingo de Pascua, cuando llegan a sus torres y campanarios, vuelven a ponerse boca abajo y comienzan a tocar y tocar y a cimbrearse locas de alegria…
Campanas de Paris, de Roma, de Colonia, de Praga. Campanas matutinas, campanas que doblan a muerto, campanas que van senalando los cambios que se producen a lo largo de los anos que duro nuestro exilio. Campanas de Pascua cuyo tanido resuena con tal fuerza en la memoria que hasta duele oirlo.
– Y los bombones vuelan por encima de campos y ciudades. Y caen en el aire mientras suenan las campanas. Algunos van a dar en el suelo y se rompen en mil pedazos. Pero los ninos construyen nidos y los colocan en lo alto de los arboles para recoger huevos, pralines, gallinas y conejos, guimauves y almendras de chocolate…
Jeannot se vuelve hacia mi con entusiasmo y con una sonrisa que se va ensanchando por momentos.
– ?Bien!
– Esta es la historia que explica por que hay tanto chocolate en Pascua
– ?Anda, hazlo! ?Hazlo, por favor! -me dice de pronto apremiandome, aunque tambien con respeto.
Me vuelvo rapidamente para rebozar una trufa con cacao en polvo.
– ?Que haga que?
– ?Que hagas eso! Lo de la historia de Pascua. Seria estupendo… lo de las campanas y el Papa y todo… y podrias hacer un festival del chocolate… y que durase una semana… y nosotros pondriamos los nidos… y buscariamos los huevos de Pascua… y… -se interrumpe muy excitado y me tira de la manga con gesto autoritario-. Madame Rocher… por favor…
Detras de el Anouk me observa con atencion. Una docena de caritas sucias profieren timidas suplicas desde un segundo plano.
– Seria un Grand Festival du Chocolat.
Me quedo pensando en la idea. Dentro de un mes floreceran las lilas. Yo siempre hago un nido para Anouk, con un huevo y su nombre escrito en el con alcorza plateada. Podria ser nuestro carnaval particular, la celebracion de vernos aceptadas en este pueblo. No es una idea nueva para mi, pero escucharla de boca de ese nino es casi verla convertida en realidad.
– Necesitariamos hacer algunos carteles -digo fingiendo que titubeo.
– ?Los haremos nosotros!
Anouk ha sido la primera en brindarse, su rostro resplandece de excitacion.