discreta ella, con esas bayas tan monas, una planta que por si sola no tiene fuerza alguna. ?Pero santo Dios! ?Vaya planta invasora! -tomo otro sorbo-. Envenena lo que toca -hizo unos movimientos de asentimiento con la cabeza, como quien conoce el pano-. Asi es mi Caro -concluyo-, asi.

Despues de comer volvi a ver a Guillaume. No se paro a saludarme; me dijo simplemente que iba a recoger sus revistas. Guillaume es adicto a las revistas de cine, aunque no pisa nunca el local, y todas las semanas recibe un paquete de publicaciones sobre el tema: Video, Cine-Club, Telerama y Film Express. Es el unico habitante del pueblo que tiene antena parabolica y en su casa, parcamente amueblada, tiene una gran pantalla de television y un aparato de video Toshiba, grabador y reproductor, montado en la pared sobre una estanteria atiborrada de cintas de video. Me fije en que volvia a llevar en brazos a Charly; el perro tenia los ojos empanados y un aire apatico en brazos de su amo. Guillaume le acariciaba a cada momento la cabeza con aquel gesto suyo habitual de ternura que ahora tenia algo de irrevocable.

– ?Como esta? -le pregunto por fin.

– Tiene sus dias buenos -respondio Guillaume-. Todavia tiene mucha vida.

Siguieron su camino, el hombrecito pulcro y aseado y, en sus brazos, agarrado con tanta fuerza como si le fuera la vida en ello, el perro pardo y triste.

Vi pasar por delante de la tienda a Josephine Muscat, pero no se paro. Me disgusto que no entrase, porque tenia ganas de volver a charlar con ella. Se limito a lanzarme una mirada de soslayo al pasar con las manos hundidas en los bolsillos. Observe que tenia el rostro abotargado y los ojos convertidos en una simple rendija, pense que quiza los entrecerraba para protegerse de la lluvia insidiosa que estaba cayendo. Pero tenia los labios prietos como si estuvieran cerrados con cremallera. Llevaba atado a la cabeza un panuelo grueso de color indefinido, cenido como un vendaje. La llame, pero no contesto y apreto el paso como huyendo de un inminente peligro.

Me encogi de hombros y deje que se alejara. Estas cosas exigen tiempo. A veces duran para siempre.

Mas tarde, sin embargo, mientras Anouk estaba jugando en Les Marauds y yo habia cerrado la tienda al final de la jornada, me encontre sin saber como caminando por la Avenue des Francs Bourgeois, en direccion al Cafe de la Republique, un establecimiento pequeno y sordido con ventanas pringosas en las que aparece garrapateada la inamovible specialite du jour y con un toldo zarrapastroso que no hace mas que reducir la ya escasa luz interior. Dentro, un par de maquinas tragaperras ahora sumidas en silencio flanquean un grupo de mesas redondas a las que estan sentados unos pocos clientes que hablan en tono desabrido de cuestiones sin importancia alguna delante de interminables demis y cafes-creme. Flota en el aire de la sala el olor dulzon y graso de la comida preparada en el microondas y un velo del humo untuoso de los cigarrillos, a pesar de que no he visto que nadie fumase. Detecte al momento, colocada en lugar estrategico junto a la puerta abierta, una de las tarjetas amarillas escritas a mano que repartia Caroline Clairmont. Mas arriba, colgado de la pared, un crucifijo negro.

Eche una mirada al interior y, tras vacilar un momento, acabe por entrar.

Muscat estaba detras de la barra. Vi al entrar que me recorria con los ojos. Casi imperceptiblemente, su mirada paso de mis piernas a mis pechos y -?flas, flas!- sus pupilas destellaron como las luces de una maquina tragaperras. Se llevo una mano al corazon flexionando su robusto brazo.

– ?Que quiere tomar?

– Cafe-cognac, por favor.

Me sirvio el cafe en una tacita pequena de color marron acompanada de dos terrones de azucar envueltos en papel. Me lo lleve todo a una mesa situada junto a la ventana. Un par de viejos -uno con la Legion de Honor prendida en la ajada solapa- me lanzaron una mirada cargada de resquemores.

– Si quiere compania… -me sugirio Muscat con una sonrisa afectada desde detras de la barra-. La veo muy sola en esa mesa…

– No, gracias -le respondi con la mayor cortesia-. Pense que podria ver a Josephine. ?Esta aqui?

Muscat me miro de traves, como si acabara de esfumarse por ensalmo su buen humor.

– ?Ah, si, claro! Su amiga intima… -dijo con aspereza-. ?La echa de menos quiza? Pues esta arriba, tumbada en la cama con uno de sus dolores de cabeza -se puso a secar un vaso con particular ferocidad-. Se pasa la tarde de tienda en tienda y despues, cuando llega la noche, tiene que tumbarse y me deja todo el trabajo a mi.

– ?Se encuentra bien?

Me mira.

– ?Claro que se encuentra bien! -responde con voz aspera-. ?Como quiere que se encuentre? Si la condenada senora se dignase mover el culo de vez en cuando quiza conseguiriamos sacar el negocio a flote -hunde en el interior del vaso el puno envuelto en el trapo con que lo secaba y refunfuna como si se quejara por el esfuerzo.

– Lo que quiero decir… -anade con un gesto expresivo- es que no tiene mas que ver como esta todo -me mira como si fuera a anadir algo mas, pero su mirada describe una trayectoria que termina mas alla de donde yo me encontraba, en direccion a la puerta-. ?Eh! ?Es que no me oyen o que? ?Esta cerrado! -he deducido que interpelaba a alguien situado fuera de mi campo de vision.

Oigo entonces una voz de hombre que decia algo incomprensible a modo de respuesta. Muscat hace una mueca con la que ha reflejado toda su hosquedad.

– ?No saben leer, imbeciles? -indica detras de la barra una tarjeta amarilla, hermana gemela de la que tiene en la puerta-. ?Venga, a ver si os largais de una vez!

Me he levantado para averiguar de que se trataba. Junto a la entrada del bar habia cinco personas, dos hombres y tres mujeres, que dudaban entre entrar o no. No conocia a ninguno de ellos, pero tenian ese aire exotico indefinible, con sus pantalones remendados, sus botas pesadas y sus deslucidas camisetas, que los delataba como forasteros. Conocia aquel aspecto. Era el que yo habia tenido en otro tiempo. El que habia hablado era pelirrojo y llevaba una banda verde atada en la frente para sujetarse el cabello. Su mirada era cautelosa, su tono de voz neutro.

– No vendemos nada -ha dicho a modo de justificacion-. Solo queremos tomar un par de cervezas y unos cafes. No vamos a molestar.

Muscat le mira con desprecio.

– He dicho que esta cerrado.

Una de las mujeres, una muchacha delgada y gris con una ceja perforada, tira de la manga del pelirrojo.

– No insistas, Roux, mejor que…

– Un momento -dice Roux moviendo la cabeza con impaciencia-. No lo entiendo. La senora que estaba aqui hace un momento… su esposa… iba a…

– ?Joder con mi esposa! -exclama Muscat con voz discordante-. Mi esposa no sabe donde tiene el culo ni buscandoselo con las manos y una linterna. El nombre que hay en la puerta es el mio y lo que yo digo… es… ?que esta cerrado!

Sale de detras de la barra y avanza tres pasos; con las manos en jarras, impide el paso a todo aquel que quisiera entrar. Parecia un pistolero gordo de un spaghetti-western. Vi el brillo amarillento de sus nudillos a la altura del cinturon, percibo su respiracion sibilante. Tenia el rostro congestionado a causa de la rabia.

– De acuerdo -Roux, con su rostro inexpresivo, observo con mirada deliberadamente hostil a los escasos clientes diseminados por la sala-. ?Esta cerrado! -dirigio otra mirada en torno a la estancia, lo que hizo que nuestros ojos se encontraran-. Esta cerrado para nosotros -comento con voz tranquila.

– Veo que no es tan imbecil como parece -comenta Muscat con profunda satisfaccion-. La ultima vez escarmentamos. ?Ahora no vamos a esperar sentados a ver que pasa!

– Muy bien -Roux dio media vuelta, mientras Muscat observaba como se alejaba con las piernas muy envaradas, como un perro que ventease una pelea.

Yo paso junto a Muscat sin decir palabra, dejando sobre la mesa el cafe a medio terminar. ?No esperaria propina, digo yo!

Alcance a los gitanos hacia la mitad de la Avenue des Francs Bourgeois. Habia empezado a chispear de nuevo y los cinco tenian un aspecto sordido y sucio. Desde alli se divisaban sus barcas amarradas en Les Marauds, una docena, dos docenas, toda una flotilla de embarcaciones verdes, amarillas, azules, blancas y rojas, algunas con los banderines ondeantes de la ropa tendida, otras pintadas con motivos de Las mil y una noches, alfombras magicas y unicornios, que se reflejaban en las aguas verdes y opacas del rio.

– Siento lo ocurrido -les dije-. Los habitantes de Lansquenet-sur-Tannes no son precisamente acogedores

Roux me lanza una ojeada neutra pero inquisitiva.

– Me llamo Vianne -le digo-. Soy la propietaria de la chocolaterie que esta delante mismo de la iglesia, La

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