– Y banderitas… colgaduras…

– Banderines…

– Y un Jesus de chocolate clavado en la cruz con…

– El Papa de chocolate blanco…

– Y corderos de chocolate…

– Concursos de huevos con sorpresas dentro, buscar huevos…

– Invitaremos a todo el mundo, sera…

– ?Fantastico!

– ?Si, superfantastico!

Tengo que hacerlos callar agitando los brazos, pero me rio a carcajadas. Mis gestos han hecho en el aire un arabesco de amargo polvo de chocolate.

– Vosotros hareis los carteles -les digo-. De lo demas me encargo yo.

Anouk ha saltado con los brazos abiertos para abrazarme. Huele a sal y a lluvia, ese olor a cobre que emana del heno y de la vegetacion anegada. En sus cabellos enmaranados hay prendidas gotitas de agua.

– ?Subid a mi cuarto! -dice gritandome la frase en el oido-. Pueden, ?verdad, mama? ?Di que si! Podemos empezar en seguida, arriba tengo papel y lapices de colores.

– Si, pueden subir -consiento.

Al cabo de una hora el escaparate ha quedado embellecido con un enorme cartel: el dibujo de Anouk ejecutado por Jeannot. El texto, escrito en letras verdes, grandes y temblorosas, reza:

GRAN FESTIVAL DEL CHOCOLATE

EN L A C ELESTE P RALINE

DOMINGO DE P ASCUA PRIMER DIA

TODO EL MUNDO ESTA INVITADO

???COMPRE ANTES DE QUE SE AGOTE TODO!!!

Alrededor del texto hay varias criaturas de dibujo fantasioso haciendo cabriolas. Veo a una figura vestida con una tunica y que lleva en la cabeza una corona muy alta y me figuro que debe de ser el Papa. A sus pies tiene unos dibujos de campanas recortados y pegados. Todas las campanas sonrien.

Me he pasado casi toda la tarde amasando la nueva hornada de cobertura y trabajando en el escaparate. Una base gruesa de papel de seda verde simula la hierba. Flores de papel -dientes de leon y margaritas, contribucion de Anouk- sujetas al marco del escaparate. Latas recubiertas de verde que fueron en otro momento recipientes de cacao en polvo, amontonadas unas sobre otras para representar la ladera escabrosa de una montana. Papel de crujiente celofan la recubre a la manera de una capa de hielo. Por ella, discurre hasta el valle la cinta sinuosa de seda azul de un rio, sobre la cual se agrupan unas cuantas casas flotantes, tranquilas, sin reflejarse en sus aguas. Y mas abajo, una procesion de figuras de chocolate -gatos, perros, conejos-, algunos con una pasa a modo de ojo, rosadas orejas de mazapan, rabos de regaliz y flores de azucar entre los dientes… Y ratones. Ratones en todas las superficies disponibles. Ratones corriendo ladera arriba, acurrucandose en los rincones, tambien en las casas flotantes de los rios. Ratones rosados y de coco envuelto en azucar, ratones de chocolate de todos los colores, abigarrados ratones jaspeados con trufa y crema de marrasquino, ratones de delicadas tonalidades, ratones escarchados y moteados con azucar. Y descollando por encima de todos ellos, el Flautista de Hamelin, resplandeciente de rojo y amarillo, con una flauta de azucar cande en una mano y el sombrero en la otra. En mi cocina tengo centenares de moldes, unos finos de plastico para los huevos y las figuras y otros de ceramica para los camafeos y los bombones de licor. Gracias a ellos puedo reproducir cualquier expresion facial e imprimirla en una superficie hueca, a la que despues incorporo cabellos y demas detalles con una manga de boca fina mientras que, aparte, hago el tronco y los miembros en piezas separadas y los pongo en su sitio con ayuda de alambres y chocolate fundido… Despues viene el camuflaje: una capa roja de mazapan, una tunica, un sombrero del mismo material, una larga pluma que roza el suelo junto a sus pies calzados con botas. Mi Flautista de Hamelin se parece un poco a Roux, con sus cabellos rojos y su vestimenta abigarrada.

No puedo evitarlo: el escaparate es tan incitante que no puedo resistir la tentacion de adornarlo con algunos detalles dorados y, haciendo de tripas corazon, alegrar el conjunto con el dorado resplandor de la bienvenida. Pienso en un letrero imaginario que destella como un faro: VEN, dice. Tengo deseos de dar, de hacer feliz a la gente, seguro que esto no puede danar a nadie. Me doy cuenta de que este saludo de bienvenida puede ser una reaccion frente a la hostilidad que inspiran a Caroline los forasteros pero, arrastrada por la exaltacion del momento, no veo en ello ningun mal. Yo quiero que vengan. Desde la ultima vez que hable con ellos me los he encontrado en alguna ocasion, pero me han parecido desconfiados y furtivos, algo asi como zorros urbanos, dispuestos a hacer de basureros pero inabordables. Al que mas veo es a Roux, su embajador, cargado de cajas o de bolsas de plastico con comida, y a veces a Zezette, la chica delgada con la ceja perforada. Anoche dos ninos quisieron vender tomillo en la puerta de la iglesia, pero Reynaud los ahuyento. Los llame para tratar de que volvieran, pero tenian mucho miedo y me miraron de reojo con marcada hostilidad antes de lanzarse a la carrera colina abajo en direccion a Les Marauds.

Estaba tan absorta en mis planes y en el arreglo del escaparate que me olvide del paso del tiempo. Anouk preparo bocadillos en la cocina para sus amigos y seguidamente desaparecieron todos en direccion al rio. Puse la radio y empece a cantar mientras trabajaba e iba poniendo los bombones con mucho cuidado unos sobre otros para formar una piramide. La montana magica se abre para mostrar a medias una embriagadora exhibicion de riquezas, desde montones multicolores de cristales de azucar, frutas almibaradas y dulces que relucen como gemas. Mas atras, protegidas de la luz por los estantes invisibles, estan las mercancias en venta. Tendre que ponerme a trabajar en la reposteria de Pascua casi inmediatamente y anticipar gastos extra. Menos mal que tengo espacio sobrante en el fresco sotano de la casa para almacenar la mercancia. Tengo que encargar cajas para regalo, cintas, papel de celofan y adornos.

Estaba tan absorta en mis pensamientos que casi no oi a Armande cuando entro por la puerta entreabierta.

– ?Hola! ?Como esta? -dijo con sus modales bruscos-. Vengo a tomar uno de sus chocolates especiales, aunque veo que esta muy ocupada.

Me las arregle para salir del escaparate con todas las precauciones posibles.

– No, en absoluto -respondi-, la estaba esperando. Ademas, ya estaba terminando y la espalda me duele a morir.

– Bueno, si no es molestia… -hoy la noto diferente; en su voz habia una especie de crispacion, una naturalidad artificiosa que enmascaraba una profunda tension. Llevaba un sombrero de paja negra adornado con una cinta y un abrigo, tambien negro, que parecia nuevo.

– Esta muy elegante -observo.

Tiene un repentino acceso de risa.

– Hace tiempo que no me oia decir este cumplido, se lo aseguro -dijo, apoyando un dedo en uno de los taburetes-. ?Cree que puedo encaramarme ahi arriba sin riesgo de romperme una pierna?

– Ahora mismo le traigo una silla de la cocina -hago un gesto, aunque me detengo ante el ademan imperioso de la anciana.

– ?No me venga con pamemas! -exclama echando una ojeada al taburete-. En mi juventud me subia donde fuera -se levanta las faldas y deja ver unas botas gruesas y unas toscas medias grises-, especialmente a los arboles. Desde la copa arrojaba ramas a las cabezas de los que pasaban por debajo. ?Ja, ja, ja! -profirio un grunido de satisfaccion al conseguir sentarse en el taburete, agarrandose al mostrador como asidero.

Vislumbre un alarmante remolino escarlata debajo de las faldas negras. Armande parecia absurdamente satisfecha, sentada en lo alto del taburete, y se aliso cuidadosamente las faldas sobre aquel relampago de enaguas rojas.

– Las prendas intimas de seda roja -dijo con una ligera sonrisa al ver mi mirada-. Seguramente me tendra por una vieja loca, pero me gustan. He llevado luto tantos anos que casi habia llegado a figurarme que si me vestia decentemente de color alguien caeria fulminado, por lo que ya habia renunciado a llevar otro color que no fuera el negro -me dirigio una mirada rebosante de buen humor-. Pero la ropa interior ya es otro cantar -de pronto bajo la voz y me hablo en tono de complicidad-. La encargo en Paris por correo. Me cuesta una fortuna -se balanceo en lo

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