alto del taburete, sacudida por una carcajada silenciosa-. Bueno, ?que hay del chocolate?
Se lo he preparado fuerte y negro pero, acordandome de que es diabetica, le pongo la menor cantidad de azucar posible. Armande, percatandose de mis titubeos, senala la taza con dedo acusador.
– ?Nada de racionamientos! -ordeno-. Trateme como me merezco. Virutas de chocolate y una de estas cosas para remover el azucar. Lo quiero todo. No empiece a hacer como los demas y a tratarme como si no estuviera en mi sano juicio y no supiera cuidarme. ?Le parezco senil?
He admitido que no me lo parecia en absoluto.
– ?Entonces? -ha tomado un sorbo de aquel preparado fuerte y dulce con visible satisfaccion-. ?Que bueno! Mmmm… ?Muy bueno! Parece que esto da energia, ?no es asi? Es… ?como lo llaman?… ?estimulante?
Asiento.
– Y tambien afrodisiaco, segun he oido decir -ha anadido con picardia, atisbandome por encima del borde de la taza-. Ya pueden vigilar los viejos del bar. ?Nunca es tarde para pasar un buen rato! -solto una risa que mas parecia un graznido y que sono estridente y exagerada. Le temblaban las manos asperas. Se llevo varias veces la mano al ala del sombrero, como para ajustarselo.
Disimuladamente, poniendo la mano debajo del mostrador, consulte el reloj, pero ella detecto el movimiento.
– No espere que venga -dijo laconicamente-. Me refiero a mi nieto. En todo caso, yo no lo espero -sin embargo, hasta sus mas minimos gestos desmentian sus palabras. Se le marcaban los tendones del cuello, lo que le daba el aspecto de una bailarina vieja.
Estuvimos un rato hablando de cuestiones baladies: la idea del festival del chocolate que se les ha ocurrido a los ninos -Armande se mondaba de risa cuando le decia lo de Jesus y lo del Papa de chocolate blanco-, los gitanos del rio… Parece que Armande se ha brindado a encargarles comida fingiendo que era para ella, lo que provoco las iras de Reynaud. Roux se habia ofrecido a pagarle la cuenta con dinero contante, pero ella prefirio que se la pagase arreglandole el tejado, que tiene goteras. Con risa traviesa me comento que esto pondria sobre ascuas a Georges Clairmont.
– Se figura que es el unico que puede echarme una mano -dijo con aire satisfecho-. Mi hija y el estan hechos el uno para el otro, son tal para cual, siempre cloqueando y amenazando con que aquello va a hundirse, siempre hablando de humedad. Querrian que dejase la casa, esta claro. Querrian que abandonase la casa tan bonita que tengo y que me metiese en una podrida residencia de viejos, donde hasta hay que pedir permiso para ir al retrete - estaba indignada, parecia que de los negros ojos le saltaban chispas.
– Yo les ensenare -declaro-. Antes de meterse en el rio, Roux era albanil. El y sus companeros me dejaran la casa nueva. Y prefiero pagar y que me lo hagan ellos que permitir que aquel imbecil me lo haga gratis.
Se vuelve a ajustar el sombrero con manos inseguras.
– No espero que venga, ?sabe usted?
Yo sabia que no se referia a la persona de la que acababa de hablar. Mire el reloj. Las cuatro y veinte. Ya estaba haciendose de noche. Y yo que estaba tan segura… Eso me pasa por meterme donde no me llaman, me dije de forma tajante. ?Que facil es hacer infeliz a la gente, hacerme infeliz a mi!
– Nunca he creido que viniera -continuo Armande con su voz estridente y decidida-. Ya se encargara ella de que no venga. Lo tiene bien ensenado -comenzo a moverse con esfuerzo para bajar del taburete-. Ya le he robado bastante tiempo. Tengo que…
– M-Memee.
Armande se volvio tan bruscamente que por un momento temi que se cayera. El chico estaba de pie, muy quieto, junto a la puerta. Iba vestido con unos vaqueros, una camiseta azul marino y en la cabeza llevaba una gorra de beisbol mojada y un libro pequeno de tapas duras bastante ajadas. Hablo en voz baja y comedida.
– He tenido que esperar a que mi ma-madre saliera. Esta en la pe-peluqueria. No volvera hasta las se- seis.
Armande lo mira. No se tocan, pero noto que entre los dos circula una especie de corriente electrica. Es algo demasiado complejo para que yo pueda analizarlo, pero hay calor y rabia, timidez y remordimiento y… detras de todo, una promesa de algo muy dulce.
– Estas empapado. Voy a prepararte algo para beber -le digo yendo a la cocina.
Cuando salgo vuelvo a oir la voz del chico, baja y titubeante.
– Gracias por el li-libro -dice-. Lo he traido -y lo levanta como quien levanta una bandera blanca.
El libro esta viejo, gastado como los libros que se han leido y releido muchas veces, con amor y durante mucho tiempo. Armande lo advierte y aquella mirada fija desaparece de su rostro.
– Leeme tu poema favorito -le dice.
Desde la cocina, mientras lleno de chocolate dos vasos largos, mientras remuevo la crema y la kahlua que les he anadido, mientras hago ruido con tarros y botellas para asi infundirles la ilusion de intimidad, oigo que el nino lee en voz alta, primero de forma pomposa y despues cada vez con mas ritmo y mayor confianza. No distingo las palabras, pero a distancia suenan como una oracion o una invectiva. Me fijo en que el nino no tartamudea cuando lee.
Dejo con todo cuidado los dos vasos sobre el mostrador. Cuando entro, el nino calla a media frase y me observa con cortes desconfianza, los cabellos caidos sobre los ojos como un caballito timido que se los tapara con la melena. Me da las gracias con escrupulosa cortesia y toma un sorbo del vaso con mas desconfianza que placer.
– A mi no me de-dejan tomar cho-chocolate -dice como dudando-. Mi madre di-dice que el cho-chocolate hace que me salgan gra-granos.
– Y a mi puede dejarme seca en el sitio -comenta Armande con presteza; a continuacion se rie de la frase-. Venga, chico, ?no has dudado nunca de lo que dice tu madre? ?O es que te ha barrido del cerebro el poco sentido comun que heredaste de tu abuela?
Luc se queda desconcertado.
– Es lo que e-ella di-dice -repite no muy convencido.
Armande mueve negativamente la cabeza.
– Mira, si quiero saber que dice Caro puedo quedar con ella -dice-. ?Que te parece? Tu eres un chico listo o por lo menos lo eras. ?Que me dices?
Luc toma otro sorbo.
– Me parece que mi madre exagera -dice con una ligera sonrisa-. Yo te ve-veo muy bien.
– Y no tengo granos -anade Armande.
La salida de su abuela arranca una carcajada a Luc. Me gusta mas verlo asi, con los ojos verdes centelleantes y su traviesa sonrisa parecida a la de su abuela. Aunque sigue en guardia, me doy cuenta de que detras de su profunda reserva hay una inteligencia despierta y un agudo sentido del humor.
Luc ha terminado el chocolate, pero no quiere tarta pese a que Armande ya se ha comido dos trozos. Estuvieron media hora charlando mientras yo fingia estar ocupada con mis cosas. Le sorprendo una o dos veces mirandome con precavida curiosidad, pero el fugaz contacto entre nuestras miradas se rompia tan pronto como se establecia. He dejado que los dos siguieran con lo suyo.
A las cinco y media se despidieron. No hablaron de volverse a encontrar, pero me parecio que la naturalidad con la que se han dicho adios parecia apuntar a que no tenian otra idea en la cabeza. Me ha sorprendido un poco verlos tan iguales, girando uno en derredor del otro con esa cortedad que se muestran los amigos que no se ven desde hace muchos anos. Tienen los mismos gestos, la misma manera directa de mirar, los pomulos sesgados, la barbilla recortada. Cuando la expresion del nino es neutra, el parecido con su abuela no es tan evidente, pero en cuanto se anima va pareciendose cada vez mas a ella al borrarse ese aire de sumisa cortesia que ella tanto deplora. Los ojos de Armande brillan debajo del ala del sombrero. Luc se mueve ahora con mas naturalidad y el tartamudeo cede paso a un ligero titubeo que apenas se advierte. Veo que se para en la puerta, tal vez preguntandose si debe besarla o no. La renuencia al contacto fisico propia del adolescente es fuerte y se hace patente. Levanta una mano en un timido gesto de despedida y a continuacion desaparece.
Armande se vuelve hacia mi, el rostro arrebolado por el triunfo. Por espacio de un segundo su rostro se inunda con un enorme sentimiento de amor, de esperanza, de orgullo. Pero despues recupera esa reserva que comparte con su nieto, una actitud de naturalidad impuesta, una sombra de rudeza en la voz cuando dice: