– Me ha gustado, Vianne. Quiza vuelva otra vez -despues de lo cual me dirige una de sus miradas francas y tiende una mano para tocarme el brazo-. Gracias a usted he podido ver a mi nieto. Yo no habria sabido como conseguirlo.
Me encojo de hombros.
– Tarde o temprano tenia que ocurrir -le digo-. Luc ya no es un nino. Tiene que aprender a hacer las cosas por decision propia.
Armande movio negativamente la cabeza.
– No, ha sido usted -se empena en insistir. La tenia tan cerca que oli el perfume a lirios que llevaba-. Desde que usted esta aqui el viento ha cambiado. Todavia lo noto. Lo nota todo el mundo. Es como si de pronto se hubiera puesto todo en marcha. ?Yupi! -y ha soltado una especie de graznido con el que quiere manifestar su felicidad.
– ?Pero si yo no hago nada! -proteste riendome con ella-. Me limito a ocuparme de mis asuntos, a llevar la tienda, a ser yo misma.
Pese a que rio, me siento insegura.
– ?Y eso que importa! -me replica Armande-. Quien lo hace todo es usted. Fijese en todos los cambios que ha habido: yo, Luc, Caro, la gente del rio… -hace un gesto brusco de la cabeza en direccion a Les Marauds-, incluso aquel que vive en su torre de marfil al otro lado de la plaza. Todos hemos cambiado, todos nos hemos acelerado. Como un reloj viejo al que acabaran de dar cuerda despues de anos de estar parado.
Habia dicho algo que estaba demasiado cerca de lo que yo misma pensaba la semana anterior. Negue solemnemente con la cabeza.
– No soy yo -protesto-. Es el. Es Reynaud, no yo.
De pronto ha surgido una imagen en el fondo de mis pensamientos, como si acabara de dar la vuelta a una carta. El Hombre Negro metido en el campanario moviendo los mecanismos del reloj para hacer que funcionase cada vez mas aprisa, precipitando los cambios, haciendo sonar la alarma, ahuyentandonos de la ciudad… Y junto a tan perturbadora imagen surge otra: un viejo tendido en una cama, tubos en la nariz y en los brazos, el Hombre Negro de pie a su lado en actitud de pesar o de triunfo, mientras a su espalda crepitan las llamas…
– ?Es su padre? -dije las primeras palabras que me vinieron a las mientes-. Me refiero al… viejo al que visita en el hospital. ?Quien es?
– ?Y usted como sabe eso?
– A veces tengo… sensaciones… en relacion con las personas.
Por alguna razon soy reacia a admitir que lo habia visto en el chocolate, me resisto a emplear aquella terminologia con la que mi madre me habia familiarizado.
– ?Sensaciones?
Armande me mira llena de curiosidad, pero no me hace mas preguntas.
– ?O sea que hay un viejo?
No pude evitarlo; senti que acababa de tropezar con algo importante. Tal vez un arma que podria esgrimir en mi guerra secreta contra Reynaud.
– ?Quien es? -insisto.
Armande encogio de hombros.
– Otro cura -dijo con profundo desden, sin anadir nada mas.
16
Jueves, 26 de febrero
Esta manana, cuando abri la puerta, me encontre a Roux esperando. Llevaba un mono de dril y el cabello recogido hacia atras con un cordel. Me dio la impresion de que hacia un rato que esperaba, porque tenia los cabellos y los hombros perlados de rocio. No era propiamente una sonrisa lo que me dedico, pero dejo vagar la mirada por el interior de la tienda, donde Anouk estaba jugando.
– ?Hola, nina desconocida! -dijo a Anouk, aunque esta vez en su rostro aparecio una sonrisa de verdad, que lo ilumino durante un breve instante.
– Pase -le invite acompanando la palabra con un ademan-. ?Por que no ha llamado? No me habia fijado en que habia una persona esperando.
Roux murmuro unas palabras incomprensibles con su fuerte acento marselles y cruzo el umbral no sin cierta timidez. Se movia de una manera que era una extrana mezcla de gracia y torpeza, como si no se sintiera a gusto en un local cerrado.
Le servi un vaso grande de chocolate negro rociado con kahlua.
– ?Como ha venido sin sus companeros? -le pregunte con naturalidad.
Se encogio de hombros por toda respuesta. Veo que observa el entorno, movido por un profundo interes no exento de desconfianza.
– ?Por que no se sienta? -le pregunte indicandole los taburetes arrimados al mostrador.
Movio negativamente la cabeza.
– Gracias -dijo tomando un sorbo de chocolate-. El hecho es que he pensado que tal vez usted podria ayudarme, mejor dicho, ayudarnos -su voz sonaba cohibida y molesta a un tiempo-. No se trata de dinero -se apresuro a anadir, como si temiera que yo fuera a impedir que siguiera-. Pensamos pagar, por supuesto. Se trata simplemente de un asunto de… organizacion. El problema es el siguiente.
Me lanzo una mirada de resentimiento indiscriminado.
– Armande… Madame Voizin… ha dicho que usted me ayudaria -me explico.
Mientras yo lo escuchaba atentamente y asentia de vez en cuando con la cabeza para animarlo a continuar, me expuso la situacion. Comienzo a darme cuenta de que lo que yo tomaba por dificultad para expresarse no era otra cosa que la contrariedad que le producia tener que pedir ayuda. Pese a su acento peculiar, Roux se expresaba con inteligencia. Me explico que habia prometido a Armande que le repararia el tejado. Se trataba de un trabajo relativamente sencillo que solo le llevaria un par de dias. Por desgracia, el unico suministrador local de madera, pintura y demas materiales para realizar el trabajo era Georges Clairmont, que se habia negado de plano a suministrarselos, tanto a Armande como a el. Si su madre queria que le repararan el tejado, no tenia mas que pedirselo a el, le habia dicho, en lugar de recurrir a una pandilla de desarrapados. Como si no hiciera anos que el le estuviera pidiendo… rogando incluso por favor, que le dejara hacer la reparacion y, encima, de balde. Como dejara entrar a los gitanos en su casa, solo Dios sabia que podia pasar. Entrarian a saco con todo lo valioso que tuviera en ella, le robarian el dinero… No seria la primera vez que apaleaban o hasta mataban a una vieja para robarle lo poco que tuviera. No. El plan era absurdo y, hablando con toda franqueza, el no podia…
– ?Ese santurron hijo de puta! -ha dicho Roux hecho una furia-. ?No sabe nada de nosotros, nada! Segun dice, somos todos unos ladrones y unos asesinos. Yo siempre he pagado, nunca he mendigado nada a nadie, me he pasado la vida trabajando.
– Tome un poco mas de chocolate -le dije con voz suave sirviendole otro vaso-. No todo el mundo piensa como Georges y Caroline Clairmont.
– Ya lo se -estaba a la defensiva, habia cruzado los brazos sobre el pecho.
– Clairmont se encargo de hacerme las reparaciones de la casa -prosegui-. Le dire que necesito hacer otros trabajos y, si me da una lista del material que necesita, yo me encargare de pedirselo.
– Pienso pagarlo todo -volvio a decir Roux, como si la cuestion del dinero fuese algo en lo que nunca insistiria bastante-, el dinero no es problema.
– Ya me lo figuro.
Me parecio que se tranquilizaba un poco y vi que bebia otro sorbo de chocolate. Por primera vez demostro que le gustaba y me dedico una inesperada sonrisa de satisfaccion.
– Armande se ha portado muy bien con nosotros -dijo-. Nos ha encargado comida, ha comprado medicamentos para el pequeno de Zezette. Y ha salido en nuestra defensa cuando ese cura amigo suyo que tiene cara de palo asoma por la zona.
– Ese cura no tiene nada que ver conmigo -me apresuro a decirle-. Para el, yo soy tan intrusa como usted - Roux me mira con sorpresa-. Le aseguro que me tiene por una influencia corruptora -anadi-. Se figura que todas las