– «Es el Hombre Negro.»

Reynaud es como una carta mala. Una y otra vez. Risas en las bambalinas.

Mucho despues de haber acostado a Anouk me pongo a leer las cartas de tarot de mi madre por primera vez desde su muerte. Las tengo guardadas en una caja de madera de sandalo y son suaves al tacto, impregnadas del perfume de su recuerdo. Las aparto de mi un momento sin decidirme a leerlas, turbada por la cascada de asociaciones que me trae su aroma: Nueva York, puestos de perritos calientes sobre los que aletea una nube de vapor, el Cafe de la Paix y sus camareros de inmaculado atuendo, una monja comiendo un helado fuera de la catedral de Notre-Dame, habitaciones de hoteles donde pasamos una noche, porteros desabridos, gendarmes suspicaces, turistas curiosos… Y por encima de todas estas cosas, ese algo innombrable, ese algo implacable de lo que huiamos.

Pero yo no soy mi madre. Yo no soy una fugitiva. Sin embargo, esa necesidad de ver y de saber es tan poderosa que me empuja a sacar las cartas de la caja donde las guardo y a desplegarlas, tal como ella hacia, a la vera de la cama. Echo una mirada atras para comprobar que Anouk duerme. No querria que advirtiese mi inquietud. Las barajo, corto, barajo de nuevo, vuelvo a cortar hasta que me quedan cuatro cartas: Diez de espadas, muerte. Tres de espadas, muerte. Dos de espadas, muerte. El Carro, muerte.

El Ermitano. La Torre. El Carro. Muerte.

Pero estas son las cartas de mi madre. No tienen nada que ver conmigo, me digo, pese a que me cuesta muy poco identificar al Ermitano. Pero ?y la Torre? ?Y el Carro?

?Y la Muerte?

La carta de la Muerte, me dice por dentro la voz de mi madre, no siempre pronostica la muerte fisica de la persona, sino que puede presagiar tambien la muerte de una forma de vida. Un cambio. Un giro del viento. ?Sera esto lo que significa?

No creo en las artes adivinatorias. Por lo menos no en la forma en que ella las practicaba, como una manera de rastrear los fortuitos caminos que vamos a recorrer. No como excusa de la inaccion, una muleta cuando las cosas van de mal en peor, un intento de racionalizar el caos que llevamos dentro. Oigo ahora su voz; suena igual que entonces en el barco, la fuerza de mi madre transformada en pura cabezoneria, su buen humor en aciaga desesperacion.

«?Y Disneylandia? ?A ti que te parece? ?Los cayos de Florida? ?Y los Everglades? Nos queda tanto por ver en el Nuevo Mundo, tantas cosas en las que ni siquiera hemos sonado… ?No crees que es esto? ?No es esto lo que dicen las cartas?»

La Muerte estaba entonces en todas las cartas, la Muerte y el Hombre Negro, que ya habian empezado a ser una sola y misma cosa. Huiamos de el y el nos seguia, metido en una caja de madera de sandalo.

A manera de antidoto yo leia a Jung y a Hermann Hesse y asi me instruia acerca del inconsciente colectivo. La adivinacion es un procedimiento para decirnos lo que ya sabemos. Lo que tememos. Los demonios no existen, solo hay un conjunto de arquetipos que todas las civilizaciones tienen en comun. El miedo a la perdida: la Muerte. El miedo al desalojo: la Torre. El miedo a la transitoriedad: el Carro.

Pero mi madre murio.

Dejo con ternura las cartas en su caja perfumada. Adios, madre. Aqui termina nuestro viaje. Aqui es donde nos quedamos, dispuestas a hacer frente a lo que puedan depararnos los vientos. No volvere a leer las cartas.

13

Domingo, 23 de febrero

Bendigame, padre, porque he pecado. Se que me oye, mon pere, y no hay nadie mas a quien quiera confesarme. Por supuesto que no me confesaria con el obispo, tan protegido en su remota diocesis de Burdeos. Y la iglesia me parece enormemente vacia. Me siento estupido cuando me pongo al pie del altar y levanto los ojos para contemplar a Nuestro Senor sumido en su remordimiento y en su agonia -los dorados se han empanado con el humo de los cirios y las manchas oscuras le dan un aire taimado y de disimulo-, y la oracion, que en otro tiempo fuera un consuelo tan grande, tal fuente de alegria, se ha transformado ahora en una carga, un grito al pie de una desolada montana que en el momento mas impensado podria desencadenar una avalancha sobre mi.

?Es eso la duda, mon pere? Ese silencio dentro de mi, esa incapacidad de rezar, de purificarme, de humillarme… ?es culpa mia? Miro la iglesia, que es mi vida, e intento sentir amor por ella. Amar esas efigies con el amor que usted sentia por ellas: san Jeronimo con su nariz rota, la Virgen sonriente, Juana de Arco con su estandarte, san Francisco con sus palomas pintadas. Personalmente detesto los pajaros. Debo de cometer un pecado contra mi tocayo pero no lo puedo remediar. Esos graznidos que lanzan, toda esa porqueria que dejan… en la misma puerta de la iglesia, las paredes encaladas recorridas por los regueros verdosos de sus excrementos. Y el alboroto que arman en el momento del sermon… Si enveneno a las ratas que infestan la sacristia y roen las vestiduras que alli se guardan, ?por que no puedo envenenar tambien a las palomas, que interfieren de esa forma en el cumplimiento de mis deberes? La verdad es que lo he intentado, mon pere, aunque no sirve de nada. Quiza san Francisco las protege.

?Si por lo menos mis meritos fueran mayores! Pero mi indignidad me desalienta, mi inteligencia -muy superior a la de mis feligreses- solo me sirve para ver mas claramente mi debilidad, lo endeble de la vasija que Dios ha elegido para que lo sirva. ?Este es mi destino? Yo habia sonado cosas mas grandes, sacrificios, el martirio y, en lugar de eso, malgasto el tiempo en angustias indignas de mi, indignas de usted.

Peco de mezquino, mon pere. Por esto Dios guarda silencio en su casa. Lo se, aunque no sepa curar al enfermo. He aumentado la austeridad de mis ayunos de cuaresma e incluso he optado por continuarlos cuando ya se permite una relajacion de la disciplina. Hoy mismo, sin ir mas lejos, he vertido en las hortensias la libacion que me permito los domingos y he notado que se me elevaba el espiritu de forma evidente. A partir de ahora las unicas bebidas que acompanaran mis comidas seran el agua y el cafe y este me lo tomare solo y sin azucar, para potenciar su sabor amargo. Hoy he comido una ensalada de zanahorias con aceitunas… raices y bayas en tierras desiertas. La verdad es que se me va un poco la cabeza, pero no es una sensacion desagradable. Siento un cierto remordimiento al pensar que hasta esa privacion puede producirme placer, por lo que resuelvo ponerme a merced de la tentacion. Me quedare cinco minutos delante de la rotisserie observando como se van asando los pollos ensartados en su espeton. Y si Arnauld me provoca, tanto mejor. Dicho sea de paso, tendria que cerrar en cuaresma.

En cuanto a Vianne Rocher… apenas he pensado en ella estos ultimos dias. Paso por delante de su tienda con la cabeza vuelta hacia el otro lado. Ha prosperado pese a la epoca y a la desaprobacion de los elementos bienpensantes de Lansquenet, pero yo atribuyo el exito a la novedad de la tienda. Con el tiempo declinara. ?Como van a subvencionar nuestros feligreses una tienda como esta, mas propia de una gran ciudad, si a duras penas consiguen cubrir sus necesidades diarias mas perentorias?

La Celeste Praline. Hasta el nombre parece un insulto premeditado. Pienso ir en autobus a Agen y presentar una queja en la agencia inmobiliaria. En primer lugar, no habrian debido autorizar a esa mujer a alquilar la tienda. Su situacion estrategica es garantia de prosperidad, incita a la tentacion. Habria que informar del asunto al obispo. Quizas el podria beneficiarse de una influencia que yo no tengo. Le escribire hoy mismo.

A veces la veo por la calle. Lleva un impermeable amarillo con margaritas verdes, una prenda infantil salvo por la longitud, mas bien indecente en una mujer adulta. Lleva la cabeza descubierta aunque llueva y los cabellos le relucen tan suavemente que parecen piel de foca. Y asi que llega al toldo de su tienda se los escurre como si fueran de tela. Debajo del toldo siempre hay gente esperando, resguardandose de la lluvia interminable y observando el escaparate. Ahora ha puesto en la tienda un radiador electrico, lo bastante cerca del mostrador para caldear el ambiente pero no tanto que estropee la mercancia que vende; pero con los taburetes, las cloches de vidrio llenas de pasteles y tartas y las chocolateras de plata que tiene sobre las repisas, el sitio parece mas un cafe que una tienda. Algunos dias he visto a diez personas o mas en el interior, algunas de pie, otras apoyadas en el mostrador de superficie almohadillada, enzarzadas en conversacion. Los domingos y los miercoles por la tarde el olor de reposteria inunda la humedad del aire mientras ella, asomada a la puerta, con los brazos enharinados hasta los codos, incita a entrar a los viandantes haciendoles oportunas observaciones. Me sorprende que conozca a tantas personas por su nombre -yo tarde seis meses en conocer a todos mis feligreses- y parece que tenga siempre a flor

Вы читаете Chocolat
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату