Tomando aire profundamente, estiro la espalda y se alegro de haber podido colocar las cosas en la perspectiva adecuada. Especialmente porque casi habian llegado ya al almacen.
– Te agradezco que me acompanes al almacen y que nos ayudes a buscar en las cajas, Albert.
– No podria hacer otra cosa, miss Merrie. Sobre todo desde que parece que hay algun peligro rondando, con lo del robo y todo eso. Lord Greybourne me dijo que tenia que estar atento y vigilante.
Al cabo de unos minutos llegaron al almacen. Meredith echo a andar por el vasto edificio, entre las motas de polvo que bailaban en el aire caliente, con toda la intencion de concentrarse en la busqueda e ignorar a Philip. Pero sus buenas intenciones se empezaron a tambalear en el preciso instante en que doblo la esquina y se encontro frente a el.
Parecia que llevaba tiempo trabajando, porque una capa de polvo cubria su despeinado pelo castano y sus gafas estaban a medio camino de la punta de su nariz. Se habia quitado la chaqueta y el panuelo, y se habia remangado la camisa hasta los codos. Tenia un aspecto maravilloso. Por Dios, aquel iba a ser otro dia terriblemente largo.
En el transcurso de la manana, Meredith estuvo inmersa en catalogar objetos, con la tension que sentia al tener que estar tan cerca de Philip moderada por la belleza y el esplendor de las piezas antiguas que iban pasando entre sus manos.
Cuando llevaban aproximadamente una hora trabajando, llego un caballero al que le presentaron a ella y a Albert como el senor Binsmore. Meredith reconocio su nombre como el del caballero cuya mujer habia muerto, supuestamente por culpa del maleficio. Parecia cansado y demacrado, con sus oscuros ojos azules inundados de pena y una palpable tristeza ensombreciendo su caracter amable. Se notaba que estaba profundamente afectado por la muerte de su esposa.
Tras las presentaciones, el senor Binsmore miro a su alrededor y arqueo las cejas.
– Crei que Andrew estaria aqui.
– Esta llevando a cabo una investigacion para descubrir quien es el responsable del robo -dijo Philip.
– Oh, ?y ha hecho algun progreso?
– Acaba de empezar esta manana. Si se descubre algo te lo comunicare inmediatamente.
– Bien. Hablando de descubrir cosas… He acabado de catalogar las cajas que quedaban en el museo antes de venir. -El senor Binsmore meneo la cabeza-. Alli no habia ni rastro del pedazo de piedra que estamos buscando.
– Todavia nos queda la esperanza de que este entre las cajas que tenemos aqui -dijo Philip apretando la mandibula-. Y si no, todavia nos faltan las piezas del
Philip se coloco una mano bajo la cara. Parecia tan preocupado que Meredith tuvo que luchar contra si misma para no acercarse a el y acariciarle la arruga del entrecejo, o arrobarlo en un abrazo de conmiseracion.
Meredith y Albert estuvieron trabajando en una caja, mientras Philip y el senor Binsmore se dedicaban a otra. Meredith era capaz de identificar con facilidad muchas de las piezas, ya que buena parte de ellas eran reconocibles jarras, cuencos y lamparas. A pesar de que eso ralentizaba el trabajo, no podia evitar observar cada una de las piezas durante unos segundos, y luego cerrar los ojos tratando de imaginar a quien habria pertenecido y como habria sido la vida de aquella persona de una civilizacion antigua, en una tierra lejana.
Sus sentidos se quedaron helados cuando de repente noto una presencia detras de ella.
– Yo hago lo mismo -dijo Philip en voz baja, andando alrededor de ella hasta colocarse delante. Le ofrecio una media sonrisa que a ella le parecio entranable.Toco esos objetos y mi mente se evade mientras trato de imaginar a quien habrian podido pertenecer y que tipo de vida habria llevado aquella gente.
Con el corazon latiendole con fuerza, ella le devolvio la sonrisa.
– Yo acabo de decidir que la cuchara y el cucharon pertenecieron a una princesa egipcia que se paso la vida vestida con elegantes trajes de seda, y a la que se le consentian todos los caprichos.
– Interesante… e intrigante. Una princesa vestida de seda a la que se le consienten todos los caprichos. Dime, ?no reflejara eso alguno de tus deseos?
Ella se cerro en banda al oir solo mencionar la palabra «deseos», especialmente dado que el objeto de los mismos la estaba mirando con sus intensos y oscuros ojos castanos.
– Creo que todas las mujeres han sonado alguna vez con eso en secreto. Y estoy seguro de que la mayoria de los hombres suena tambien alguna vez con que se les concedan todos los deseos.
– Y mas aun si se los concede una princesa vestida de seda -dijo el guinandole un ojo.
Ella dejo escapar una autentica carcajada. Luego, al darse cuenta de que el senor Binsmore les estaba mirando con expresion curiosa, se tranquilizo y senalo hacia una pieza que estaba en una esquina de la manta.
– La he dejado aparte porque no estaba segura de lo que era -dijo ella.
Agachandose, el recogio un instrumento de metal con una forma parecida a un signo de interrogacion.
– Es un
Sus ojos se encontraron, y algo parecio suceder entre ellos. Un mensaje privado, silencioso y secreto que les hizo sentirse como si fueran las dos unicas personas que habia en aquella habitacion. Ella recordo al momento su viva fantasia de la noche anterior, sobre quitarle la ropa polvorienta y darle un bano. Le subio por la nuca un calor que la hizo sentirse aun peor, porque se daba cuenta de que el reconocia el sonrojo en sus mejillas.
– Los romanos eran famosos por sus banos de aguas termales, y tomar banos frecuentes en las termas era parte de su cultura. De modo que el estrigil era un utensilio muy comun en los banos. Cuando una persona acababa de tomar un bano, se pasaba el estrigil por la piel de esta manera. -El la agarro amablemente el brazo y se lo extendio, y a continuacion le coloco la parte curva interior del utensilio por encima del codo y luego lo deslizo lentamente hacia la muneca-. Por supuesto -anadio en voz baja-, deberias estar desnuda, y recien salida del bano. -Sujetando todavia su brazo, continuo-: El estrigil tambien se utilizaba para quitarse el aceite del cuerpo. Un aceite con el que las mujeres se daban masajes; despues, al cabo de una hora mas o menos, se extraian el exceso de aceite con el estrigil, lo que les dejaba una piel suave y olorosa.
Mientras pronunciaba las palabras «piel suave y olorosa» su pulgar acaricio suavemente el dorso de la mano de ella.
Mirando en sus ojos, una miriada de imagenes aparecieron en su imaginacion. De ella y de el, en la Roma antigua, desnudos en los banos. De el dandole un masaje con aceites por todo el cuerpo. Acariciandola, besandola. De el tumbandola sobre los humedos azulejos…
– ?Te estas imaginando como se utilizaba el estrigil? -murmuro el con un tono de voz muy bajo que claramente solo podia oir ella-. ?Imaginandolo en los banos? ?Haciendo resbalar el aceite de sus cuerpos?
Meredith tuvo que tragar saliva dos veces para recuperar la voz.
– ?Sus cuerpos? -Por el amor del cielo, ?ese graznido habia salido de su garganta?
– ?El de la gente de tu imaginacion? Romanos antiguos… o tal vez no.
No habia ninguna duda, mirandole a los ojos, de lo que el estaba imaginando, asi que ella aparto bruscamente su mano y miro para otro lado para que el no pudiera seguir leyendole el pensamiento.
Adoptando su tono de voz mas arisco, Meredith dijo:
– Muchas gracias por su edificante leccion, lord Greybourne. Tengo que ver si el estrigil esta anotado en el libro.
Dicho esto, concentro su atencion en el libro de entradas con el celo que un jefe de cocina pondria al preparar una de sus recetas mas apreciadas. Mirandole de reojo entre parpadeo y parpadeo, lo vio agacharse de nuevo y colocar el estrigil sobre la manta, y luego lo vio avanzar hacia el senor Binsmore y comentar algo con el.
Ella dejo escapar un suspiro de alivio. Bueno, ahora ya estaba otra vez lejos. Ahora ya podia olvidarse de nuevo de el y concentrarse en el trabajo.
Pero todavia podia oir el timbre grave de su profunda voz mientras hablaba con el senor Binsmore. Todavia podia sentir el calor de su mano sobre su piel, alli donde la habia tocado. Y todavia podia sentir un pequeno escalofrio en el lugar en que su pulgar le habia acariciado la piel. Cerro los ojos y rezo para que esa manana acabara pronto. Una risa seca le subio por la garganta. ?Deseaba que acabara la manana? Si, claro. Y de ese modo podria concentrarse en pasar toda la noche tambien en su compania.
Por Dios, cuanta razon tenia. Aquel iba a ser un dia muy, pero que muy largo.
A ultima hora de la tarde, Philip les dijo que dejaran ya el trabajo. Todos estaban sucios y cansados, y tristes
