– Hace mas de una decada que somos amigos.

Sin preguntarselo, Hayley sirvio una taza de te a Stephen, y el asintio en senal de agradecimiento. En el fondo, lo que de verdad le apetecia era una copa de oporto, o tal vez de brandy, pero dudaba que la senorita Hayley tuviera esa clase de bebidas en casa. No habia bebido tanto te en toda su vida. Echo un vistazo al libro que habia en la mesa.

– ?Que esta leyendo?

– Orgullo y prejuicio. ?Lo ha leido?

– Me temo que no.

– ?Le gusta la lectura?

– Mucho -contesto Stephen-, aunque leer por placer es algo para lo que no me suele sobrar mucho tiempo.

– Ya se a que se refiere. Yo no suelo tener muchos ratos libres para sentarme tranquilamente a leer.

De repente, Stephen cayo en la cuenta de que los dos estaban a solas y que era una bendicion el silencio que reinaba.

– ?Donde se ha metido todo el mundo?

– Tia Olivia, Winston y Grimsley han llevado a los ninos de excursion. Estan en el pueblo, haciendo compras.

– ?Y usted no ha querido ir con ellos?

– No. Prefiero leer a ir de tiendas.

– Y yo la he interrumpido -dijo Stephen mirandola por encima del borde de la taza de te.

– En absoluto -le aseguro ella con una sonrisa-. Es un placer hablar con otro adulto, creame. Sobre todo con una persona culta como usted. Tenemos una biblioteca bastante completa, senor Barrettson. Tal vez le gustaria verla.

– Por supuesto -dijo Stephen, asintiendo.

Hayley lo guio hacia el interior de la casa por una serie de pasillos.

– Esta es mi habitacion favorita -dijo ella, empujando una doble puerta de roble.

Stephen no estaba seguro de lo que esperaba ver, pero, desde luego, no una habitacion tan enorme y luminosa como aquella. La pared que tenian enfrente estaba compuesta por unos largos ventanales que iban desde el suelo hasta el techo. Las recias cortinas de terciopelo verde oscuro estaban abiertas, y la luz del sol banaba la estancia. Las tres paredes restantes estaban ocupadas de arriba abajo por estanterias. Volumenes con cubiertas de piel llenaban ordenadamente todos y cada uno de los estantes, y habia varios sofas de brocado que parecian muy comodos y varias butacas desgastadas en torno al hogar.

Avanzando a paso lento por la habitacion, Stephen leyo con atencion algunos titulos. Se dio cuenta de que habia libros sobre todas las materias, desde la arquitectura hasta la zoologia.

– Realmente se trata de una biblioteca muy completa, senorita Albright -dijo Stephen, incapaz de ocultar su sorpresa-. De hecho, esta coleccion casi hace sombra a la mia.

– ?Ah, si? ?Y donde guarda semejante cantidad de libros?

– Sobre todo en la finca que tengo en el campo… -Stephen se callo de golpe y ahogo una blasfemia ante su metedura de pata. Forzando una timida sonrisa, anadio-: Me refiero a la finca del caballero para quien trabajo. No puedo evitar pensar en ese lugar como en mi propia casa. Digame, y usted… ?como ha conseguido reunir una coleccion tan formidable?

– Muchos de estos libros pertenecian a mi abuelo, quien los habia heredado de su padre, y el, a su vez, se los dejo a mi padre. Este amplio considerablemente la coleccion con lo que recogia en sus viajes.

Stephen deslizo lentamente los dedos sobre un volumen de poesia elegantemente encuadernado con cubiertas de piel y comento:

– Entiendo perfectamente por que es esta su habitacion favorita.

– Por favor -dijo ella-, utilice la biblioteca con toda libertad durante su estancia aqui, senor Barrettson. Uno de los mayores placeres de tener libros es compartirlos con otras personas que los aman tanto como uno.

– Es usted muy generosa, senorita Albright y, por descontado, acepto su invitacion. -Stephen siguio repasando los libros con la mirada durante unos minutos. Cuando se dio la vuelta para mirar de nuevo a Hayley, se percato de que ella lo estaba estudiando atentamente-. ?Ocurre algo? -quiso saber.

– No -respondio Hayley, ruborizandose-. Solo me preguntaba si querria usted afeitarse.

Stephen la miro fijamente, desconcertado ante aquella respuesta.

– ?Que ha dicho?

– Cuando le encontramos, estaba recien afeitado. Si quiere, puede utilizar la navaja de afeitar de mi padre.

Stephen se llevo una mano a la cara. La recia barba le resultaba extrana al tacto e incomoda. De hecho, los malditos pelos le picaban de una manera horrorosa. Un buen afeitado le iria de maravilla, pero no podia admitir que nunca se habia afeitado el solo y no tenia ni idea de como hacerlo sin dejarse la cara llena de cicatrices de por vida. Los tutores, de hecho, no tenian ayudas de camara que les afeitaran.

– Me gustaria afeitarme, en efecto -dijo con cautela-, pero me temo que la herida del hombro dificultaria un poco mis movimientos. Es obvio que esta es una perfecta oportunidad para estrenarme en eso de llevar barba. - Volvio a dirigir la atencion a los libros, convencido de que la cuestion habia quedado zanjada.

– Tonterias. Si no es capaz de hacerlo usted mismo, a mi me encantara afeitarle.

– ?Que ha dicho?

– Me estoy ofreciendo a afeitarle, si lo desea. Solia afeitar a mi padre cuando estaba enfermo, y nunca le hice ninguna escabechina. Tengo bastante experiencia en el tema, se lo aseguro.

Stephen la miro, consciente de que en su rostro debia de estar escrita la sorpresa. «?Afeitarme? ?A mi? ?Una mujer? ?Donde se ha visto nada igual!» Nadie, aparte de su ayuda de camara, habia utilizado nunca una navaja de afeitar en su rostro. Aquello era impensable. De repente, se rebelo su origen aristocratico. Un marques nunca deberia permitirlo. «Pero ahora soy tutor, y es mejor que me comporte en consonancia», se dijo para sus adentros.

Cuanto mas pensaba en la idea de quitarse aquellos pelos que tanto le picaban, mas le agradaba.

– ?Esta segura de que sabe…?

– Por supuesto. Venga conmigo y volvera a tener el cutis suave como la seda en un abrir y cerrar de ojos.

Hayley salio de la biblioteca y Stephen la siguio, no del todo convencido, pero intrigado por saber adonde se dirigia.

– Todos estos dias ha estado en la habitacion de mi padre -dijo ella mirando hacia atras-. Sus utiles de afeitar estan en el armario. Voy por un poco de agua y vuelvo enseguida.

Sin estar seguro de como habia ocurrido exactamente, Stephen se encontro de repente sentado en una solida butaca, con una sabana de lino en torno al cuello y sobre el pecho y Hayley de pie junto a el, moviendo con garbo una brocha de afeitar dentro de una jofaina de porcelana para obtener una espuma densa. Cuando la vio coger una afilada navaja de afeitar y restregar el filo contra un suavizador de cuero, no las tuvo todas consigo.

– ?Esta segura de que sabe hacerlo? -le pregunto, siguiendo con la vista la navaja con bastante mas que un poco de aprension.

Ella sonrio.

– Si. Le prometo que no le hare dano.

– Pero…

– Senor Barrettson, me he complicado bastante la vida para salvarle la suya. No pienso rebanarle el cuello y echar a perder todo ese trabajo. Ahora, limitese a cerrar los ojos y relajese.

A reganadientes, Stephen hizo lo que le mandaban, decidiendo que probablemente seria mejor no mirar.

– ?Que diablos es eso? -grito Stephen de repente, incorporandose.

– No es mas que un pano empapado en agua caliente para dilatarle los poros -respondio ella, mofandose de la evidente inquietud de Stephen-. Ahora solo le pido que se este quieto, o me temo que podria cortarle el cuello. No seria mas que un accidente, pero con consecuencias tan fatales como dolorosas.

Tragandose sus dudas, Stephen se retrepo en la butaca y dejo que Hayley le aplicara la toalla mojada en la cara. Repitio varias veces la operacion y Stephen tuvo que reconocer, aunque a reganadientes, que lo que le estaba haciendo Hayley era agradable. Muy agradable, en verdad.

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