Hayley era generosa. Y leal. Una persona digna de confianza.

Por primera vez en su vida, alguien distinto de Justin o Victoria -y ademas del sexo femenino- le estaba tratando con sinceridad, ternura y amabilidad, y sin esperar nada a cambio. Era algo que nunca le habia ocurrido a Stephen Alexander Barrett, octavo marques de Glenfield. Pero le estaba ocurriendo a Stephen Barrettson, tutor. Aquella subita revelacion sacudio a Stephen como si acabara de caerle un rayo encima, dejandole sin habla. Era extraordinario que un plebeyo pudiera tener algo que no tenia un marques.

– Por favor, disculpeme, senor Barrettson. -El suave susurro de la voz de Hayley saco a Stephen de su ensimismamiento-. Solo estaba bromeando, pero es evidente que le he hecho sentir incomodo con mi pregunta. - Le miro con ojos serios y redondos y anadio-: Lo siento.

– Al contrario, senorita Albright. Soy yo quien debe disculparse. Usted solo me ha mostrado una suprema bondad. Es obvio que usted es una persona digna de mi confianza.

Stephen no pudo evitar percatarse del placer con que recibio aquellas palabras Hayley, que volvio a ruborizarse.

– Bueno, ahora que hemos acabado con su barba -dijo con una risita nerviosa-, debo dejarle. Tengo unas cuantas tareas que completar antes de que vuelvan los ninos.

– Por supuesto. Gracias otra vez por afeitarme. Me siento casi humano. -Se paso las palmas por las mejillas, ahora suaves-. Y parece ser que no estoy sangrando, y mis orejas siguen en su sitio.

Ella esbozo una breve sonrisa.

– Lo prometido es deuda. -Se dio la vuelta y se dirigio hacia la puerta.

– ?Senorita Albright?

Hayley se detuvo en el umbral y se volvio.

– ?Si?

Stephen no estaba seguro de por que la habia llamado.

– Eh, bueno… La vere a la hora de cenar -dijo, sintiendose ridiculo.

Una sonrisa ilumino el rostro de Hayley y se le formaron dos encantadores hoyuelos en las mejillas.

– Si, senor Barrettson. A las seis en punto. Le sugiero que descanse hasta entonces. -Luego salio de la habitacion, cerrando suavemente la puerta tras de si.

«?Maldita sea! -penso Stephen- ?No podre esperar tanto!»

Capitulo 8

Despues de que Hayley saliera de la alcoba de Stephen, este intento descansar, pero tenia la cabeza demasiado llena de ideas, y la mente demasiado activa para conciliar el sueno. Intento idear un plan para atrapar a su asesino, pero le resultaba imposible.

Tenia la mente en otro sitio.

La senorita Hayley Albright.

Por mal que le supiera, no podia dejar de pensar en aquella mujer. Y sabe Dios que no podia imaginarse por que. Era atractiva, pero el conocia a muchas mujeres que, con diferencia, eran mas hermosas que ella.

Y, desde luego, no era aquel caos de casa lo que le atraia. El comportamiento de sus habitantes distaba poco de lo insoportable, pero, por descontado, comentarselo a su anfitriona no era lo que a el mas le convenia.

Inquieto, molesto y profundamente irritado, Stephen empezo a dar vueltas por la habitacion. ?Que diablos tenia aquella mujer que tanto le atraia? Recordo con irritacion como el mero roce de los senos de Hayley en su brazo le habia hecho palpitar las partes intimas. Se detuvo, intentando recordar la ultima vez que habia mantenido relaciones sexuales con una mujer.

Con una exclamacion de disgusto, se percato de que hacia casi tres semanas que no visitaba a su amante. Para el era sumamente inhabitual tener periodos de abstinencia tan largos.

Con razon su cuerpo reaccionaba de ese modo ante Hayley. Necesitaba un desahogo. Cuanto antes volviera a Londres y se reencontrara con su amante, mejor.

Desahogarse. Si, eso era cuanto necesitaba. Un buen y largo desahogo sexual.

Pero, a pesar de que en su mente se agolpaban multitud de imagenes de contenido sexual, Stephen no conseguia imaginarse el hermoso rostro de su pequena amante de rubia melena. En su imaginacion, estaba besando a una mujer alta, esbelta y de cabello castano que le miraba con unos increibles ojos de un azul cristalino. Stephen se imagino el contacto de aquellos labios carnosos con los suyos, el calor de aquel voluptuoso cuerpo apretado contra el suyo.

Soltando una palabrota, Stephen sacudio energicamente la cabeza para librarse de aquellos pensamientos y calmar su cuerpo. Iba a estar viviendo alli solo durante unas pocas semanas. Hayley no era mas que una solterona que se habia quedado para vestir santos. «Con unos ojos en los que se podria perder cualquier hombre y un corazon bondadoso y compasivo que aparentemente abre a todo el mundo. Una sonrisa maliciosa y un rubor facil y encantador. Sin mencionar su cuerpo exuberante y curvilineo, que pide a gritos que lo toquen.»

Dejando escapar un resoplido de disgusto, Stephen se dirigio a la puerta. Si permanecia en aquella habitacion un minuto mas sin nada que hacer aparte de pensar en ella, iba a volverse loco. Bajo lentamente las escaleras y, al no ver a nadie, se dirigio a la biblioteca. Tal vez la lectura le ocupara la mente en otras cosas.

Una vez alli, inspecciono los libros y, cuando estaba a punto de escoger uno, descubrio una pila de revistas medio escondidas en una esquina del estante mas bajo. El titulo le llamo la atencion y se agacho para coger un ejemplar. Al parecer, el capitan Albright estaba suscrito a Gentleman's Weekly. Aquello le parecio bastante raro, puesto que no le parecia que aquel fuera el tipo de revista propio de un marinero. Cogio el ejemplar que estaba encima y lo contemplo sorprendido. Era un numero actual, de modo que era obvio que no pertenecia al padre de Hayley.

Colocandose la revista bajo el brazo, siguio inspeccionando a su alrededor y descubrio una garrafa y un juego de copas de cristal. Vertio en una copa un dedo de lo que deseo fervientemente que fuera un brandy aceptable, aunque llegado a ese punto, hasta un brandy horrible habria servido, y se lo bebio de un trago.

El fuerte licor bano sus entranas dejando un ardiente rastro, y Stephen suspiro satisfecho. Aquel era un brandy francamente bueno.

Sirviendose otra copa, Stephen se aposento en una butaca orejera que habia junto a la chimenea y coloco los pies en una otomana a juego. Dio otro sorbo al brandy y abrio la revista.

Parecia que solo habian pasado unos minutos cuando oyo llamar a la puerta.

– Aqui esta -dijo Hayley con una sonrisa mientras empujaba la puerta y entraba en la biblioteca-. Estaba a punto de darle por perdido. ?No tiene hambre?

– ?Hambre? -Stephen miro el reloj de sobremesa que habia sobre la repisa de la chimenea y se quedo de piedra al descubrir que eran casi las seis.

– Fui a su habitacion para preguntarle si seguia queriendo comer abajo o preferia que le subiera una bandeja. Creia que estaba descansando -dijo en tono de suave reganina.

– No conseguia conciliar el sueno, de modo que decidi aceptar su invitacion y coger prestado algo para leer. -Miro la copa vacia que tenia en la mano-. Tambien me he tomado la libertad de degustar su excelente brandy. Espero que no le importe.

– En absoluto. Quiero que se sienta como en su propia casa. A mi padre le encantaba el brandy y solo compraba el mejor. Es maravilloso que alguien mas lo pueda degustar. -Hayley se dejo caer en la butaca orejera que habia enfrente de Stephen-. ?Que esta leyendo?

– El ultimo numero de Gentleman's Weekly. -El vio como ella posaba la mirada en la revista que el tenia sobre los muslos y se ponia palida, una reaccion que el encontro de lo mas curiosa-. Debo admitir que me ha sorprendido encontrar una pila de numeros actuales de la revista en su biblioteca.

Hayley hizo un gesto brusco con la cabeza y volvio a buscar la mirada de Stephen.

– ?Sorprendido? ?Por que?

– No me puedo imaginar a Winston o a Grimsley leyendo esta revista, y, desde luego, no es una publicacion dirigida a las mujeres.

– Bueno… eh… A los chicos les gusta.

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