– Perdoneme. Solo es que estoy ansiosa por…

Dejo la frase sin concluir, y Robert se encontro deseando que la acabara.

«Si, senora Brown. ?Que es exactamente lo que usted esta ansiosa por hacer?»

Pero en vez de satisfacer su creciente curiosidad, ella se despidio con una inclinacion de cabeza.

– Como tengo mi propia correspondencia que atender, debo desearle buenos dias, caballero.

Salio rapidamente de la habitacion, antes de que Robert tuviera la oportunidad de replicar. Era evidente que la despedida de la senora Brown era definitiva, al menos hasta que recibiera la respuesta de Shelbourne. Y de no ser por los acontecimientos de la noche anterior, Robert la hubiera dejado que se las arreglase sola. Porque sus planes para ese dia habian sido ir a visitar a su abogado.

Pero la noche anterior le habia hecho cambiar de idea. Podia visitar a su abogado cualquier otro dia. Hasta que la dejara a salvo en Bradford Hall, tenia la intencion de no quitarle el ojo de encima.

En su mente se dibujo la imagen del hermoso rostro de la senora Brown y reprimio un grunido. Al llegar habia afirmado que dormir unas cuantas horas le habia sentado de maravilla, pero su sueno habia sido cualquier cosa menos reparador.

En cuanto se tumbo en el lecho, en sus pensamientos solo hubo lugar para ella. La sensacion de su cuerpo apretado contra el suyo. Su perfume que lo envolvia. Sus ojos, muy abiertos por una mezcla de miedo y fortaleza, que lo llenaban de preocupacion y admiracion al mismo tiempo. Y algo mas. Algo calido que cubria a Robert como la miel. Y algo ardiente que le encendia la sangre y le hacia sentirse impaciente, frustrado y ansioso. Habia permanecido en la cama incapaz de apartarla de su pensamiento, y cuando finalmente habia conseguido dormir, ella habia invadido sus suenos. En ellos, se habia desprendido de sus negros vestidos y le habia indicado que se acercara. Habia ido hacia ella, hambriento, pero antes de que llegara a tocarla, ella habia desaparecido, como una voluta de humo. Se habia despertado con un sentimiento de vacio y abandono. Y sumamente excitado.

No, no quitarle el ojo de encima no iba a representar ningun problema.

Desgraciadamente, sospechaba que quitarle las manos de encima si que podria serlo.

Geoffrey Hadmore iba de arriba abajo en su estudio. El sol del mediodia dibujaba una brillante linea sobre la alfombra persa y las motas de polvo danzaban bajo la luz. Se detuvo ante la chimenea y miro el reloj situado en la repisa. La una y media. Habian pasado justo tres minutos desde la ultima vez que habia consultado el maldito aparato.

?Donde diantre estaba Redfern? ?Por que no habia tenido noticias de ese canalla? Solo podia haber una razon: habia fallado. De nuevo.

«?O es que tal vez Redfern tiene la intencion de traicionarme de alguna manera?»

Una mezcla de intranquilidad y furia le hizo apretar los punos. Redfern no seria tan estupido como para intentar algo asi. Geoffrey se obligo a relajar las manos, y luego flexiono los tensos dedos. No, Redfern podia no poseer una gran inteligencia, pero no era idiota. Sabia muy bien que era mejor no traicionarlo. Pero si llegase a ser tan estupido… bueno, entonces eso seria la ultima estupidez que cometiera en su vida.

Se inclino y acaricio suavemente el sedoso pelaje de Thorndyke. El somnoliento mastin alzo la enorme cabeza.

– Ah, Thorndyke, si Redfern fuera tan fiable como tu, yo no estaria en este lio.

Thorndyke le contesto con un sonido profundo y gutural. Geoffrey le palmeo la suave cabeza una ultima vez, luego se irguio y siguio dando vueltas por la sala. De nuevo se detuvo ante el escritorio. Tomo una hoja de papel y escribio una breve nota. No se molesto en tirar de la cinta de la campana para llamar a William, sino que salio directamente al vestibulo y le tendio la nota al mayordomo.

– Quiero que se entregue esto inmediatamente. -Indico la direccion de Redfern-. Si se encuentra en casa, espera la respuesta. Si no, dejalo alli.

– Si, milord.

– Estare en el club. Llevame alli cualquier carta de el en cuanto la recibas.

Redfern sostenia en la mano el sobre lacrado. Sabia de quien procedia. Ni siquiera tenia que leer nada para adivinar que contenia. No habia respondido a las persistentes llamadas a la puerta, ni habia recogido el sobre hasta que finalmente el hombre se habia marchado.

Pero habia llegado la hora de la verdad. Habia fracasado. Fracasado cn encontrar el anillo y fracasado tambien en deshacerse de la senora Brown.

?Donde habia fallado su plan? Oh, todo habia empezado como un regalo, y le habia ahorrado la molestia de sacarla de la casa. Incluso aporrear a aquel tipo en el callejon no habia sido ningun problema.

Si, y despues de dejar a los dos fuera de juego y bien ataditos, habia vuelto a la mansion. Lo unico que le faltaba era encontrar el anillo. Entonces podria acabar con la senora Brown. Tambien tendria que deshacerse del tipo. Con toda seguridad, el conde no querria ningun testigo que pudiera irse de la lengua. Quizas incluso le pediria al conde un extra, ya que tendria que matar a dos personas en vez de a una. Si, las cosas parecian ir como la seda.

Pero, despues de buscarlo durante mas de una hora, no habia encontrado el anillo. El panico le recorrio la espalda. Si no encontraba el anillo, no recibiria su recompensa. Pero habia mirado por todas partes. Incluso lo habia puesto todo en su sitio de nuevo para que nadie sospechara nada Tendria que decirle al conde que no habia ningun anillo, una perspectiva que le revolvia el estomago.

Las ultimas palabras del conde resonaban en sus oidos. «Encuentra ese anillo. Y cuando lo encuentres, quiero que ella desaparezca.» Bueno, ?y que se suponia que debia hacer con la senora Brown si no encontraba el anillo? ?Matarla? ?Dejarla ir?

Pensaria en ello mientras regresaba al almacen. Seguro que para cuando llegara, ya sabria que hacer.

Pero cuando llego alli, lo unico que quedaba de la senora Brown y del tipo eran un monton de cuerdas rotas. El canalla debia de tener un cuchillo. Era una maldita mala suerte. Nunca en toda su carrera las circunstancias le habian sido tan adversas. Pero el conde no tendria ningun interes en oir hablar de circunstancias imprevisibles.

Con mano temblorosa, rasgo el sello y contemplo la breve misiva. La frente se le cubrio de sudor. Aunque casi no sabia leer, comprendio lo suficiente. Era imposible malinterpretar el mensaje del conde.

Debia encontrar el anillo. Ese mismo dia.

Si no, era hombre muerto.

Y Lester Redfern no tenia ninguna intencion de morir.

Allie salio de su dormitorio aferrando la carta que acababa de sellar. Se apresuro a bajar por la curvada escalinata y llego al vestibulo. Esperaba ver a Carters, pero en vez de el junto a la puerta habia un joven lacayo.

– Me gustaria que se entregara esta carta -dijo-. En la residencia londinense del conde de Shelbourne.

– Como ordene, senora. -El lacayo tendio una mano enguantada-. Me ocupare de ello inmediatamente.

Allie le entrego el sobre, rezando para que el conde se encontrara efectivamente en la ciudad. Con suerte, lord Robert ya habria enviado su nota. Deberia haberlo hecho… Lo habia dejado en la sala del desayuno hacia dos horas. Sin duda habia tenido tiempo mas que suficiente para regresar a su casa y escribir una breve carta.

– ?Alguna cosa mas, senora Brown? -Le pregunto el joven sirviente.

– No, nada. Gracias. -Miro los dos pasillos que partian del vestibulo en sentidos opuestos. ?Como podia ocupar el tiempo mientras esperaba la respuesta? Necesitaba una distraccion, algo que le ocupara la mente. De otra manera solo se dedicaria a ir de arriba abajo impacientemente.

– Si busca a lord Robert -dijo el lacayo-, se halla en la sala de billar.

– ?Lord Robert esta aqui?

– Si, senora. En la sala de billar. -Senalo hacia el corredor de la izquierda-. La segunda puerta a la derecha. Si no desea nada mas, me encargare de su carta.

– Gracias -murmuro Allie.

Miro hacia el corredor de la izquierda. El estaba alli. En la segunda sala. Deberia evitarlo, a el y a su turbadora presencia. A sus ojos risuenos que ocultaban secretos. Si, debia regresar a su aposento y leer. Dormir un poco. Algo. Lo que fuera. Su cabeza lo sabia, lo mismo que su corazon.

Sin embargo, sus pies no sabian nada de eso y se dirigieron directamente hacia el corredor izquierdo.

La segunda puerta estaba entreabierta. La abrio un poco mas y se quedo mirando desde el umbral. Lord Robert le daba la espalda. Estaba estudiando la mesa de billar mientras sujetaba con la mano un palo estrecho y muy brillante. Vestia con los mismos pantalones beige de antes, pero se habia sacado la chaqueta. Una camisa

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