El dia de Halloween a las siete en punto, Clay descubrio que tenia el hombro pegado a la puerta del cuarto de bano. Unas noches antes le habia parecido una buena idea que Liz conociera a Spencer. El paseo bajo la lluvia habia tenido la finalidad de distraer a Liz de su reciente divorcio. Clay no habia dejado de preocuparse por ella desde la noche del balancin. Liz era una mujer peligrosamente vulnerable. Necesitaba consuelo, alguien que la abrazara y escuchara, y lo que le estaba volviendo loco era saber que cualquier otro hombre podria haber estado en el balancin con ella. Otro hombre que podria aprovecharse de su belleza, de su naturaleza generosa, del magico embrujo de su sensualidad. Era evidente que Liz debia mantenerse alejada de los balancines. Un paseo bajo la lluvia le habia parecido una estupenda opcion. Nadie siente deseo cuando se esta poniendo como una sopa. Con excepcion de Clay. Un deseo obsesivo. Cuando ella habia posado su boca mojada sobre la suya, solo habia podido pensar en su piel calida, en su cuerpo tan proximo, en sus ojos rebosantes de deseo y promesas. No iba a abandonar a Liz en una epoca dificil para ella, pero tenia la intencion de asegurarse de que no volviera a darse la posibilidad de una proximidad fisica. Halloween le habia parecido perfecto. Ella queria conocer a su hijo y Clay tenia la conciencia tranquila.

No se trataba de que a Spencer no le gustaran las chicas, pero el hijo de Clay nunca hablaba con una mujer si habia un perro en la misma habitacion. Durante anos, Spencer se habia acostumbrado a aterrorizar a cualquier mujer que entrara en la vida de Clay El no queria que Liz pasara por dicha prueba, pero cuando un hombre tiene en casa una carabina de semejante magnitud…

Una velada de Halloween con Spencer mantendria ocupada a Liz. Lo que el no habia imaginado habia sido la aparicion de Liz en su puerta con una falda de percal zarrapastrosa, pecas pintadas en la nariz y trenzas medio deshechas detras de las orejas.

Ni Spencer tampoco.

– Mas horrible, por favor.

La exigencia de Spencer saco a Clay de su ensueno.

– ?No crees que ya estas bastante horrible?

– ?Demonios, no! Quiero parecer aterrador, pavoroso, sanguinario.

– Puede hacerse, carino.

Liz se inclino sobre el hijo de Clay con un tubito blanco. Spencer estaba sentado en la taza con las piernas cruzadas y la cabeza echada hacia atras. Su cara tenia una base blanca, un ojo con un cuadrado azul y ambas cejas pintadas de amarillo chillon. Lenta y firmemente, dibujo una raya roja en la comisura de la boca. Luego retrocedio para observarle.

– Mirate ahora -sugirio.

Spencer puso un pie calzado con una zapatilla deportiva en la tapa de la taza para poder verse en el espejo inclinando la cabeza.

– ?Demonios! ?Tengo un aspecto maravilloso!

– No reniegues.

Eran las primeras palabras que Clay conseguia decir en media hora.

El vampiro le ignoro, pero la nina extraviada le dirigio otra mirada interrogativa con sus tiernos ojos castanos: «Creia que me habias dicho que no le gustaban las mujeres».

?Que podia decir el? Spencer no habia cerrado el pico desde que ella habia entrado con el tubo de sangre falsa y el estuche de maquillaje.

– ?Crees que necesito un poco mas de sangre?

Liz miro a Spencer con mirada critica.

– Creo que estas muy bien. Por otro lado, en Halloween nunca se lleva demasiada sangre. Como quieras.

– ?Que opinas, papa?

– Creo que ya es hora de que lleve a los dos… ninos en el coche si quereis llenar esas bolsas de dulces.

La manzana en la que Clay detuvo el coche estaba iluminada por las luces de los porches, las farolas y las calabazas con velas dentro. Los residentes podrian presentarse a las pruebas para una pelicula de miedo. Los payasos se mezclaban con los Draculas. Las brujas se cruzaban con golfillos con caretas de plastico. Un San Bernardo con un barrilete al cuello acompanaba a sus amos de puerta en puerta.

La nina extraviada y el vampiro llamaron a cinco casas antes de volver al coche corriendo y riendo. Liz subio junto a Clay y cerro la puerta con todas sus fuerzas.

– ?Mira que botin! -chillo.

– Si. ?Quieres cambiar?

Spencer estaba inspeccionando su bolsa.

– Claro que quiero cambiar. Detesto los caramelos duros. ?Te han dado nueces?

– No sabia que planearas ir con el -murmuro Clay en voz baja.

– Se lo habia prometido a tu hijo -respondio Liz simplemente.

Clay estaba confuso. Se sentia asombrado, aunque encantado, de que Liz y Spencer hubieran congeniado. Los tres lo estaban pasando muy bien y comprendio que un hombre podia enviciarse facilmente con las risas de un nino y una mujer. Pasaron dos horas antes de que los dos estuvieran exhaustos. De regreso al aparcamiento del motel, Clay llevo a Spencer hasta la puerta antes de acompanar a Liz hasta su coche.

– Ve a ensenarle todo a Cameron. Vuelvo en un abrir y cerrar de ojos.

– Nunca habia conseguido tantos dulces. Tenemos que llevarla otra vez -dijo Spencer con mucha emocion-. Es maravillosa, papa.

Clay habia notado que cada vez que Liz hacia «un cambio», su bolsa permanecia milagrosamente vacia mientras la de su hijo estaba a punto de reventar. Volvio junto a la rubia pecosa y delgaducha capaz de seducir sin ningun esfuerzo a los varones Stewart. Ella estaba apoyada en la puerta de su coche con las llaves bailando en la mano. Su alegre mirada le puso nervioso.

– ?Es un chico estupendo, Clay! y creo que me ha dedicado el mejor de sus cumplidos. Me ha dicho que no parecia una chica. Me ha dicho que yo era casi una persona normal.

– ?Que edad crees que debe tener un nino para aprender a tener tacto? -pregunto Clay debilmente.

Ella rio y se impulso hacia el. El se habria apartado de haber tenido tiempo, pero los dedos de ella le rodearon el cuello rapidamente.

– Gracias por pedirme que viniera. Lo he pasado maravillosamente.

Liz se puso de puntillas y le beso. Sus labios sabian a caramelo y chocolate. Sabian a inocencia, felicidad y risas. Clay intento pensar en la cara pecosa de una nina. Intento pensar en las facturas del dentista que ella le iba a echar encima por darle a su hijo todos aquellos dulces. Pero las facturas del dentista no podian competir con el olor a rosas amarillas. Como movidas por voluntad propia, sus manos subieron hasta las trenzas, deshaciendolas. Ella era tan pequena, su cuerpo tan fragil… Liz siempre habia sabido a algo que el nunca habia tenido, nunca tendria y no queria tener. Ella podia hacer que un hombre olvidara… la fealdad. La fealdad de crecer con el estigma de bastardo. Los feos recuerdos de una cocina llena de botellas vacias en vez de comida. Los recuerdos de haber sido rechazado de adolescente para trabajar a tiempo parcial por ser quien era, de utilizar los punos para vengarse del mundo, de intentar hacer lo correcto muchas veces y acabar haciendo lo incorrecto siempre.

Habia madurado por Spencer y luchaba por salir de aquel pozo emocional. Pero cada vez que tocaba a Liz la vieja imagen de perdedor le obsesionaba. El no era un buen tipo; el no era un caballero andante. Mas de una mujer le habia llamado «insensible›› en la cara. Liz estaba condenadamente loca. Le besaba como si besara a alguien maravilloso, vulnerable, abierto, generoso. Retrocedio bruscamente y se quedo atonito al mirarla. Sus labios estaban rojos por la presion que habian ejercido los suyos. Sus ojos brillaban sensualmente. El le habia revuelto completamente el pelo.

– No -dijo roncamente.

– Esta bien, Clay.

– No lo esta.

Por una vez, solo por una vez en su vida, iba a hacer lo correcto. No podia echar a perder algo tan preciado para el: a una mujer tan vulnerable como Liz.

Вы читаете Toda una dama
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату