– Peso demasiado para ponerme de pie sobre tus hombros. El espacio de la ventana es demasiado pequeno. ?Esta demasiado alta!

– El unico motivo de tus protestas es que crees que voy a ver algo. Lo he visto todo antes, preciosa, y nadie esta mirando. Vamos.

Para el era muy facil hablar asi. Ya le habia quitado la toalla. Ella no estaba obsesionada por el sexo, pero, cuando una mujer tiene las piernas desnudas alrededor del cuello de un hombre, se siente ligeramente inclinada a distraerse. Eso sin hablar del orgullo herido.

– Aunque me ponga de pie en tus hombros, aunque consiga salir por la ventana… me dara miedo caerme por el otro lado.

– No te vas a caer.

– ?Me lo puedes garantizar por escrito?

– Lo que vas a hacer, Liz, es esperar arriba hasta que yo trepe a la ventana contigua. Luego bajare y te cogere desde abajo. Ahora, vamos.

El le dio unas palmaditas impacientes en el trasero. Ella deseaba asesinarle. Todas sus fantasias con Clay Stewart incluian la desnudez, pero no de aquel modo. No se habia imaginado trepando por una pared con los pies descalzos en los hombros de el, ni ofreciendole una vision panoramica de su trasero mientras se aferraba al marco de la ventana. Lo absurdo de la situacion no la alcanzo hasta que estuvo incomodamente instalada en el borde de la ventana entre la fria noche de noviembre y una piscina climatizada, desnuda, con el pelo empapado y revuelto y los dientes castaneteando. Aquello no podia estar sucediendo. Debia ser una pesadilla. Clay salto desde el banco con agilidad de pantera y se colgo de la ventana contigua. Luego salto afuera. Sonreia como un crio.

– Hace anos que no me divertia tanto. Vamonos, enana.

Con las manos le indico que saltara.

Aquellas manos estaban muy abajo. Liz solo podia ver la hierba cubierta de escarcha y una gran luna otonal y amarilla. Ni un arbol ni un arbusto. Aspiro hondo y salto. El se tambaleo bajo su peso, pero los calidos brazos no fallaron. La dejo sobre la hierba escarchada antes de cogerla de la mano y tirar de ella hacia los dos solitarios coches del aparcamiento. Liz solo pudo pensar que era demasiado mayor para ser arrestada por nudismo.

– Las llaves de tu coche, Clay -susurro-. ?No estaban en el Vestuario? Las mias estan en mi bolso.

Deberia haber sabido que Clay estaba preparado. Tenia unas llaves de repuesto sujetas con cinta adhesiva bajo la capita del coche y una manta, no muy limpia, en el maletero. Segundos despues, Liz estaba envuelta como una momia en la manta con olor a grasa y las rodillas bajo la barbilla mientras Clay ponia en marcha el motor y la calefaccion. El la miro de reojo. Ella sabia muy bien cual era su aspecto, desde el pelo de bruja y los labios azulados hasta la manta apestosa y los dedos de los pies sobresaliendo. Sin poder evitarlo, su boca empezo a temblar. La sonrisa de el se transformo en una estentorea carcajada. Ella tambien se echo a reir.

– Solo contigo, preciosa -murmuro el-. Solo contigo.

Con aquellas tres palabras consiguio que Liz le perdonara su comportamiento dictatorial. Cesaron las carcajadas y Clay siguio sonriendo. No habia olvidado que habia estado a punto de hacer el amor con ella. No habia olvidado que habia admitido que la deseaba. No tenia intencion de olvidarlo, ni ignorarlo, ni borrarlo… solo negarlo. La miro fugazmente antes de fijar la vista en la carretera. Despues de salir del aparcamiento no habia mas luces que los dos rayos amarillos de los faros del coche sobre el asfalto negro.

– Una pequena aventura que ha puesto color en tus mejillas. Ha sido divertido, ?verdad?

– Clay…

– Hace mucho que nos conocemos y esta noche no ha pasado nada malo entre nosotros. Nadie va a saberlo; nadie va a darle importancia. Los amigos…

Ella dejo de escuchar despues de «amigos». Habia oido aquello anteriormente. El estaba intentando decide que sus sentimientos hacia ella siempre serian los de un hermano mayor honorario y un guardian. Liz volvio la cabeza para observar el obstinado angulo de su mandibula, el distanciamiento de su mirada. «No, Clay. Esta vez no. Yo estaba alli, en el agua, en la oscuridad. Cuando me deseabas tanto que temblabas». Cerro los ojos y apoyo la cabeza en el asiento. Penso que ninguna mujer en su sano Juicio se tiraria desde un acantilado. Penso en los errores que habia cometido al tomar decisiones racionales en vez de confiar en su intuicion.

Cuando el aparco en su sendero, le sonrio.

– Las luces estan apagadas. No se como iba a explicarle a Andy lo que ha pasado. Te devolvere la manta, Clay

– Me encargare de sacar tu bolso y tu ropa de la piscina por la manana.

– Te amo.

Lo dijo simple y llanamente, desde el fondo de su corazon. Luego le beso en la mejilla y salio del coche. Gracias a Dios que Andy no habia cerrado con llave. Entro tiritando sin parar y se apoyo en la puerta con los ojos cerrados. Habia visto la expresion de Clay.

Dos simples palabras y el habia mostrado instantaneamente sintomas de padecer la gripe.

Ocho dias despues, Liz salio de la oficina de la Camara de Comercio sintiendose como si le hubieran dado una patada en los dientes. El viento de noviembre se colo por el abrigo y le mordio las mejillas y las orejas. Bajo por Main Street con los hombros encorvados para protegerse del frio. Paso ante la ferreteria, la tienda de ropa de Keeter, el banco y la Owl Book Shop, Nealy's…

Retrocedio dos pasos y empujo la puerta. Se acomodo en el taburete de plastico rojo del mostrador del drugstore, dejo el bolso a sus pies y espero. El senor Nealy tenia otros clientes. Nada habia cambiado desde que habia trabajado alli de jovencita, despues de las clases. La decoracion del deposito de soda seguia siendo roja y blanca. Todavia vendian caramelos de un centavo en el mostrador de cristal. En un expositor estaban los tebeos. Por las ventanas se veia el rio Ravensport. El viento rizaba la superficie del agua. La vista se acomodaba perfectamente a su estado de animo y le recordaba con demasiada nitidez el trabajo potencial que acababa de perder.

El hombre calvo y de barbilla floja se acerco a ella lentamente.

– No te molestes en decirme lo que quieres, Elizabeth Brady -dijo el anciano con voz aspera-. Dos bolas de vainilla con soda, y sin escatimar la soda. ?Que estas esperando?

– ?Perdon?

– Levantate y ven detras del mostrador. Conoces esto tan bien como yo, o al menos lo conocias. ?Crees que voy a perder el tiempo contigo cuando tengo que ocuparme de clientes de verdad?

Liz cogio su bolso con una risita sofocada y le siguio detras del mostrador. El senalo el delantal blanco extra colgado de una percha. Ella se lo ato obedientemente y se paso la larga cinta blanca por la cabeza.

– Y no uses toda la soda -le advirtio el.

– Si, senor.

– Y no seas tacana con el helado.

– Si, senor.

– ?Que significa esa sonrisa?

– Estaba recordando que usted solia aterrarme, senor Nealy.

– No lo suficiente -dijo el senor Nealy muy emocionado y la esquivo mientras preparaba tres helados triples para los chiquillos del rincon.

Era como montar en bicicleta. Liz no habia olvidado donde estaban las altas jarras de acero inoxidable, ni como habia que golpear la batidora con el canto de la mano para que funcionara. El olor a burbujas y vainilla la animo misteriosamente. No hizo caso de la mirada de desaprobacion del senor Nealy y se acomodo en el mostrador con una cuchara; la soda era demasiado espesa para sorberla con una paja. Para entonces, el habia terminado de preparar los helados para dos adolescentes y estaba limpiando los mostradores..

– ?Que sabes de tus padres?

El helado le habia dejado la lengua demasiado fria para hablar.

– Los dos estan bien. Se volvieron a casar.

– Eso he oido. Todavia recuerdo lo mal que te sento que se divorciaran. ?Andy va en serio con esa profesora de arte pelirroja o piensa seguir saliendo con ella otros cinco anos?

– Al parecer ella no quiere casarse.

– Se casaria si el tuviera valor para pedirselo. Todo el pueblo sabe mejor que ellos lo que sienten los dos. ?Los jovenes! El senor Nealy meneo la cabeza muy disgustado.

– No pense que tardarias tanto en volver a casa, Elizabeth.

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