– ?Que estas…?
– No pienses que es lastima, boba. Es un abrazo de amigo. Antes compartiamos muchos.
– Si.
Diez anos de distanciamiento se esfumaron en un segundo. Revivio los abrazos de oso de Clay, los cercanos latidos de su corazon, el calor del musculoso cuerpo y las grandes manos. Le rodeo con sus brazos y froto la mejilla con la barbilla de el. El deseo fluyo por sus venas de modo inevitable como reaccion al contacto entre sus pechos y muslos… inevitablemente. Aquella primera noche en casa de ella Liz habia temido haber destruido cualquier posibilidad de reiniciar la relacion con Clay que en otro tiempo habia sido tan preciada para ella.
Cuando Clay puso fin al abrazo, Liz estaba sonriendo. La sonrisa se convirtio en una risita cuando el le empujo la barbilla y le subio la cremallera del chaqueton hasta el cuello como si fuera a enviar a una nina a una tormenta de nieve.
– ?Tienes algo para la cabeza?
– No.
El hizo una mueca burlona.
– Nunca quisiste comprarte un sombrero.
– Ni tu tampoco.
– Pero yo soy mas duro que tu -le acaricio la nariz con la punta del dedo-. De regreso a casa, no aceptes limonadas de hombres que no conozcas.
Ella fingio reflexionar.
– No se, Clay. Siempre me ha encantado la limonada.
– ?Serias tan amable de largarte de aqui para que yo pueda trabajar un rato?
La sonrisa de Clay desaparecio mientras la veia correr por el aparcamiento resbaladizo por la lluvia. No habia tenido intencion de abrazarla, ni de tocarla siquiera, pero solo podia pensar en el bastardo que la habia hecho dano. «Estoy perfectamente», habia dicho ella. ?Perfectamente? Tenia la intencion de tirar a la basura su profesion, mudarse alocadamente y cambiar toda su vida. Liz representaba para el la luz, el sol, la dulzura… todo lo bueno de la vida, todo lo que es vulnerable. Clay habria cambiado cinco anos por cinco minutos con el ex marido de Liz. Debia afrontar la verdad. «La has abrazado porque la deseabas», penso, «porque siempre la has deseado. Dejala en paz. Ahora mismo es tan vulnerable como el cristal». Liz habia sido siempre una dama para caballeros andantes blancos, no para los negros. El coche de ella se habia ido y seguia lloviznando mientras el permanecia alli, de pie.
Capitulo Tres
Las hojas se arremolinaban en los tobillos de Liz mientras volvia a casa desde el pueblo. Cada arbol alineado en las calles del vecindario parecia arder al reflejarse el sol en las hojas bermejas, ambar, melocoton y oro. En las ventanas habia pegatinas de esqueletos y calabazas como anticipo de Halloween. Alguien estaba quemando hojas; el olor era delicioso.
Llego a la alta valla que rodeaba los terrenos de la escuela elemental. Entonces se detuvo. Las ninas saltaban a la cuerda y los ninos jugaban al baloncesto. Las risas y los chillidos parecian flotar suspendidos en el aire. Liz recordaba los recreos y la espera para subir a los columpios metalicos como si hubiera sucedido el dia anterior.
Llevaba en casa dos semanas Y seguia esperando que la depresion volviera a aparecer. «?Que haces jugando con las hojas secas cuando estas sin trabajo, Liz? ?No te preocupa el estado de tu cuenta corriente?»
Si, estaba preocupada. Daba largos paseos, algo que no habia hecho durante diez anos. Otras mejoras incluian dormir y comer bien, recordar la sensacion del sol en la cara, ver a viejos amigos, hacer cosas nuevas. La vida era maravillosa. ?Como habia podido olvidado durante tanto tiempo? La cara de su ex marido relampagueo en su mente. Penso en David, y en todas las amigas con las que habia ido a la escuela. Muchas se habian casado nada mas terminar la secundaria, con destellos en la mirada y suenos de felicidad eterna. Ella no habia querido cometer semejante error. Sus padres se habian querido y, a pesar de ello, su matrimonio habia terminado en divorcio. Obviamente una relacion no requeria amor para funcionar. Requeria esfuerzo y compromiso. Se habia casado con un buen hombre y habia tenido la intencion de ser una buena esposa para el. Lo habia intentado. Habia planchado sus camisas y habia leido libros de cocina, habia escuchado sinfonias y habia practicado ‹‹jogging», todo porque queria ser una buena esposa para David. Detestaba planchar, cocinar, la musica clasica y sudar. Siempre lo habia detestado. En aquella epoca, habia creido que las mentiras inocentes eran necesarias. Habia creido que se estaba enfrentando a la vida, que estaba haciendo lo que debia para que su matrimonio funcionara. La mujer debia ser la mas generosa. Pero nunca habia imaginado que el precio en desesperacion pudiera ser tan elevado. Lo peor para Liz habia sido descubrir lo dificil que era acostarse noche tras noche con un hombre al que no amaba. Cuando habia descubierto que David se estaba acostando con otra, su primera reaccion habia sido sentirse desolada y desilusionada. La segunda, de alivio. David se habia opuesto al divorcio durante mas de un ano, insistiendo en que merecia la pena luchar por su matrimonio. Le habia dicho que no le habria sido infiel si ella no hubiera sido tan fria. Ella podia ser una mentirosa imperdonable, pero no era fria.
Liz cerro los ojos para saborear el calor del sol en la cara y el susurro de las hojas sobre su cabeza. La culpa habia lastrado sus pasos durante un ano. Habia cometido un gran error, pero la unica manera posible de corregido era asegurarse de que no volviera a suceder. Nunca en toda su vida se habia sentido menos segura que, durante aquellas dos semanas sin trabajo y sin nada mas a lo que aferrarse que una cuenta corriente en disminucion. Estaba totalmente asustada… pero cada vez mas decidida. En el pasado habia apostado por la seguridad. Nunca mas.
Un balon salto la valla de la escuela y una docena de chicos corrieron hacia ella. Recogio el balon con una sonrisa y lo devolvio y solo entonces vio a un chico pequeno en medio del grupo. Debia tener ocho o nueve anos. Las pecas de su nariz brillaban al sol. Su cabeza era una grena de pelo castano claro. Sus zapatillas estaban desatadas y tenia un libro enorme en el regazo. El balon pasaba por encima de su cabeza y los otros chicos saltaban a su alrededor. Nunca se movia. En una ocasion levanto la mano pacientemente para evitar un inminente choque entre su cabeza y el balon. Liz estuvo segura de que era el hijo de Clay. No porque estuviera leyendo, ya que Clay jamas habia cogido un libro en la escuela a menos que se viera obligado, sino por la actitud del nino. La obstinacion de un nino en pos de lo que queria a pesar de la gente. Estaba sentado alli ignorando el peligro. Su aislamiento, su determinacion de ser parte de los demas pero no totalmente, fue otra pista. El timbre del recreo provoco un coro de protestas y una estampida de pies hacia las puertas de la escuela. El pequeno se puso de pie con el libro todavia abierto. Liz no pudo resistir la tentacion.
– ?Spencer?
El se volvio con los ojos castanos guinados por el sol. Tenia los ojos oscuros de su padre y la misma barbilla desafiante.
– ?Me conoces?
– No. Conozco a tu padre y en cuanto te vi supe que eras el hijo de Clay.
– Mi papa se llama Clay, pero yo no hablo con desconocidos.
– Haces bien. Solo queria conocerte, decirte hola. Ya se que tienes que entrar.
– Si, arman un jaleo de todos los demonios si llegas tarde -se despidio con la mano-Hasta luego.
Ella parpadeo ante su lenguaje; luego sonrio mientras le observaba. Se dirigia a la puerta con paso tranquilo, arrastrando los cordones de las zapatillas, con la chaqueta abierta a pesar del frio dia. Definitivamente era el hijo de Clay
Habia algo especial en los varones Stewart. En menos de sesenta segundos de conversacion se habia enamorado del nino de ocho anos. Y una de las verdades a las que estaba intentando enfrentarse despues de diez anos de ausencia, era que nunca habia conseguido dejar de amar a su padre.
En cuanto Clay salio del coche, oyo las maldiciones. Subio la cremallera para protegerse del frio viento y camino hacia las luces amarillas del garaje. Los imaginativos epitetos salian de debajo del oxidado armazon de un coche. Clay solo podia ver las largas piernas de Andy extendidas sobre el cemento.