– Habiamos pasado solo para un minuto. ?Por que no nos vemos esta noche para cenar? -le sugirio Julius.
– ?Estaras en las carreras? Prinny anda diciendo a todo el mundo que va a ganar.
– Tal vez mas tarde -apunto Julius, inclinandose para hablar con los ninos-. Decidle a vuestra madre que os muestre el armario de la biblioteca… el que tiene las puertas de cristal. Alli encontreis algo para los dos.
– ?Un regalo! -grito Annie.
– ?Un juguete! -pego un alarido Harry.
– Id y descubridlo con vuestros ojos -dijo Julius, enderezandose con una sonrisa en los labios. Los ninos ya corrian hacia la casa.
Annie habia adelantado a su hermano pequeno. Harry le pedia a voz en cuello que le esperara, sus pequenas piernas de nino se agitaban como pistones.
– Sera mejor que vaya a supervisar -sonrio abiertamente Betsy-. Antes que te destrocen la biblioteca. Que tengais un agradable paseo.
– Nos vemos esta noche -le recordo el marques-. Dile al cocinero lo que prefieras tomar para la cena. -Con una inclinacion de cabeza, se dirigio al faeton y, de un salto, se encaramo al asiento.
Betsy le hizo una senal con la mano y fue en busca de los ninos.
– Ha sido bochornoso -murmuro Elspeth.
– Regrese lo mas rapido que pude en cuanto vi que Betsy se dirigia hacia usted. Deberia haberse presentado -Darley habia estado lo suficientemente cerca para oir la conversacion entre las mujeres-. Mi hermana sabe de que va la vida.
– O mas bien conoce su forma de vida.
– Dudo de que Yorkshire se libre de la conducta de la alta sociedad. No soy el unico, creame -le podria haber dicho que su marido habia salido para estar con una mujer mientras ellos hablaban, pero en lugar de eso prefirio la cortesia-. Conozco una pequena posada apartada donde podemos disfrutar de cierta intimidad, ahora que Betsy ha alterado nuestros planes.
– No estoy segura. Alguien podria verme.
– Usted decide. Pero es un pueblo muy pequeno que da la casualidad que es una de mis propiedades. Conozco a todo el mundo y todos me conocen a mi.
– Y lleva a mujeres alli constantemente.
– Voy alli a pescar.
– Perdoneme. No deberia estar en desacuerdo con su tipo de placeres -le dijo avergonzada por su amago de celos cuando solo hacia dos dias que conocia a Darley-. Debo parecerle muy ingenua.
El no habia dicho que estaba familiarizado con los celos femeninos, ni tampoco le dijo que los suyos eran extranamente encantadores. En cambio, dijo:
– Me gusta su ingenuidad. Se ve poco de eso en la alta sociedad. Y si le sirve de consuelo, le prometo que la pondre a resguardo de miradas indiscretas. Meg y Beckett, la pareja que lleva la posada, son la sal de la tierra, solo ven la bondad de la gente. Tal vez esa sea una de las razones por la que voy alli a pescar. ?En que otro lugar podria encontrar una honestidad tan autentica? Desde luego no en el
– No puedo imaginarle pescando.
– Despues pescaremos… le ensenare. De hecho -le dijo con un destello en los ojos-, tal vez la persuada para que considere los meritos de hacer el amor sobre la hierba verde al lado de la suave corriente del rio.
Ella sonrio.
– Hace que suene muy idilico.
– Puedo hacer que sea mas que idilico -apunto luciendo una sonrisa picara-. Puedo hacer que sea orgasmico.
– Si, puede -desvio la mirada un momento, permitiendo que el paisaje verde, la calidez de la luz del sol y el trino de los pajaros inundaran sus sentidos.
– A riesgo de parecer una perfecta ingenua -le dijo girandose hacia el-, usted puede hacer infinidad de cosas que me hagan feliz. No quisiera alarmarle con mi sinceridad -anadio Elspeth rapidamente, captando la impenetrable mirada de Julius-. Se muy bien que el placer que me ofrece es transitorio. Mis circunstancias, en cualquier caso, tampoco permiten ir mucho mas alla. Asi pues, he dicho lo que tenia que decir, ya esta. Y si todavia quiere llevarme a pescar o a cualquier otra cosa en este dia soleado, estoy disponible.
Darley no se encontraba con una sinceridad asi a menudo. Las damas con las que solia divertirse conocian las reglas. Una de ellas era no expresar nunca los verdaderos sentimientos… una critica tal vez del quebradizo mundo en el que el vivia. Y ahi estaba esa joven ingenua demostrando ser tan sencilla como una nina. No es que fuera ingenua en todos los sentidos. No es que el fuera a declinar su compania mientras le quedara aliento en el cuerpo. Y, a ese efecto, dijo:
– No estoy alarmado… sino halagado, y, si quiere, ?por que no probamos primero la cama del Red Lion y despues vamos a pescar?
La sonrisa de ella era radiante como el sol.
– Buena idea.
– Le pediremos a Meg que prepare una de sus incomparables tartas de fresas para cuando vayamos a pescar y, con suerte, todavia quedaran reservas de
– Lo tiene todo pensado, ?verdad? Temi que tuviera que pasar hambre.
– Si desea algo, solo pidalo. Si quiere que Meg prepare algun plato especial, se lo pediremos. Es una excelente cocinera. Trabajaba para mi antes de que conociera a Beckett -y sonrio-. Posiblemente no deberia haber hecho que Beckett me trajera tan a menudo pescado de Bishop Glen… Asi todavia conservaria a mi cocinera. Y para su informacion, nunca antes he llevado alli a una mujer. -El no deberia haber dicho esas palabras. Con cualquier otra mujer probablemente no lo hubiera hecho. Pero ella le estimulaba esa sencilla honestidad con sus maneras sinceras. Y basandose en eso, sintio que deseaba complacerla.
– No tiene por que decirlo.
– Es cierto.
– ?De verdad?
– Preguntele a Meg.
– No podria. Pero gracias. Es una cosa bonita que decir.
Pero poco rato despues, tras intercambiar los saludos de rigor con los propietarios del Red Lion, y expresar que hacia un tiempo maravilloso, que los peces pegaban brincos, y que la habitacion de Darley, en lo alto de la escalera, estaba preparada, el marques dijo:
– Diselo, Meg. Dile que nunca he traido aqui a una mujer.
– Nunca, esa es la verdad -dijo Meg, prestando mas atencion a Elspeth. No es que no la hubiera repasado ya escrupulosamente, puesto que Darley le habia hecho saber mas de una vez que su habitacion en la posada era su ermita privada… no se admitian invitados-. Lleva viniendo casi diez anos, y siempre solo.
– ?Estoy absuelto? -bromeo Darley.
– Reconozco mi error -contesto Elspeth, sintiendose como si estuviera tocando el paraiso.
– Esperare un beso, o dos, de mas -bromeo, inclinandose para depositar una leve caricia en su mejilla.
Elspeth se sonrojo, lanzo una rapida mirada a sus anfitriones y se sonrojo todavia mas cuando emitieron su aprobacion. Beckett era alto y delgado, su esposa baja y entrada en carnes -una prueba de la profesion de cada uno-, pero los dos adoraban por igual a Darley.
– ?La estoy avergonzando? -le susurro Julius, y Elspeth sintio su calida boca en su oreja.
Ella inclino la cabeza, las mejillas le ardian. Pero no podia eludir la rafaga de placer que estaba experimentando.