ahogado y luego algo, un cuerpo, cayo sobre mi.

Durante un momento se hizo el silencio. Despues, a lo lejos, llego el sonido de cascos de caballos y gritos de hombres.

No conseguia decidirme; no sabia si debia guardar silencio o pedir ayuda. ?Y si eran los hombres de Su Shun que venian a asegurarse de que estaba muerta? Pero ?y si eran los hombres del principe Kung? ?Prestaria alguien atencion a un saco de yute tirado en una zanja debajo de un cuerpo?

– ?Tung Chih! ?Tung Chih! -grite.

Al cabo de un momento, un cuchillo abrio el saco y pude respirar bajo la luz del sol.

El cuchillo lo sostenia un soldado con el uniforme de la Guardia Imperial que estaba de pie ante mi, atonito.

– ?Majestad! -exclamo arrojandose al suelo.

Quitandome las cuerdas de las manos y los pies, le pregunte:

– Levantate y dime quien te manda.

El soldado se levanto y senalo detras de el. A unos pocos metros, un hombre a caballo volvio la cabeza.

– ?Yung Lu!

Desmonto y cayo de rodillas.

– ?Casi me convierto en fantasma! -grite llorando-. ?O es que ya lo soy?

– Hablad; asi lo sabre, majestad -me pidio Yung Lu.

Yo me vine abajo.

– Majestad -murmuro-. Es la voluntad del cielo que hayais sobrevivido -dijo enjugandose la frente.

Intente salir de la zanja, pero mis rodillas me traicionaron y me cai. Yung Lu me cogio del brazo. El contacto con su mano me hizo llorar como una nina.

– Podria haber sido un fantasma hambriento -me lamente-. He dormido poco, no he comido nada en todo el dia ni bebido una gota de agua. Ni siquiera estoy vestida como es debido; he perdido los zapatos. Si hubiera tenido que encontrarme con los antepasados imperiales, se habrian sentido muy avergonzados al recibirme.

Me atrajo hacia el.

– Ya ha acabado todo, majestad. Vayamonos a casa.

– ?Estaba Su Shun detras de todo esto?

– Si, majestad.

– ?Donde esta el asesino?

Yung Lu apunto con la barbilla hacia la zanja. El hombre tenia la cara medio enterrada en la tierra, pero reconoci el grueso cuerpo. Era el monje principal.

Pregunte donde estaban Tung Chih y Nuharoo. Yung Lu me explico que los habian rescatado tambien y continuaban su viaje a Pekin. Yung Lu ya habia enviado mensajeros a Su Shun con la noticia de que me habian encontrado muerta, pero el falso informe tardaria dias en llegar hasta el, lo cual formaba parte del plan del principe Kung.

Yung Lu me subio al carruaje y el mismo me escolto. Tomamos un camino mas corto y llegamos a Pekin mucho antes que Su Shun y su procesion.

Capitulo 23

El principe Kung me esperaba en la Ciudad Prohibida y sintio un gran alivio cuando me vio llegar ilesa.

– Los rumores sobre vuestra muerte han viajado mas rapido que nuestros mensajeros -anuncio, al saludarme-. Me torturaba la preocupacion.

Nos abrazamos entre lagrimas.

– Quiza vuestro hermano quiso llevarme con el -aventure, sintiendome aun un poco herida.

– Pero cambio de idea en el ultimo minuto, ?no creeis? Debio de colaborar en vuestro rescate desde el cielo. -El principe Kung hizo una pausa-. Estoy seguro de que no estaba en su sano juicio cuando nombro a Su Shun.

– Teneis razon.

El principe Kung me miro de arriba abajo y luego sonrio.

– Bienvenida a casa, cunada. Habeis tenido un viaje duro.

– Vos tambien -dije, y note que el sombrero le quedaba demasiado grande.

Se retiro el ala hacia atras con la mano de modo que no le tapara las cejas.

– He perdido peso, pero no esperaba que me encogiera la cabeza -respondio riendo.

Cuando le pregunte sobre el monje principal, el principe Kung me explico que era un asesino conocido como la Mano de Buda; su poder era tan ilimitado como dicha mano y se decia que era capaz de «cubrirlo todo». En el folclore, cuando el rey mono de la magia cree que ha escapado despues de recorrer en carreta miles de kilometros, se encuentra con que ha ido a parar a aquella mano todopoderosa. Mi cabeza era la unica que el asesino no habia conseguido guardar en su caja ornamental.

El principe Kung y yo nos sentamos a hablar y asi empezo nuestra larga relacion laboral. Era un hombre de amplias miras, aunque seguiria perdiendo los estribos en el curso de los anos. Le habian educado como a su hermano y podia ser igual de malcriado e impaciente. En muchas ocasiones tuve que ignorar su insensibilidad y egoismo; sin querer, me humillo mas de una vez delante de la corte. Podia haber protestado, pero me dije a mi misma que debia aprender a aceptar los fallos del principe Kung al igual que sus virtudes. Su influencia era mayor que la de sus hermanos, que no era insignificante. Aceptaba la realidad y estaba abierto a diferentes opiniones. En aquel momento nos necesitabamos mutuamente. Como manchu que era, le habian ensenado que el lugar de la mujer era la alcoba, pero no podia ignorarme del todo; sin mi apoyo, el hubiera carecido de legitimidad.

Cuando el principe Kung y yo nos conocimos mejor, nos fuimos relajando. Le hice saber que yo no tenia ningun interes en el poder en si y que lo unico que queria era contribuir al exito de Tung Chih. Fue maravilloso que compartieramos el mismo punto de vista. A veces nos peleamos, pero siempre nos las arreglamos para salir de nuestras trifulcas unidos. Para estabilizar la nueva corte, nos convertimos cada uno en el hombre de paja del otro.

Valiendome del orgullo del principe Kung, yo alentaba su entusiasmo y sus ambiciones. Creia que si Nuharoo y yo eramos humildes con el, el seria humilde con Tung Chih. Practicabamos los principios confucianistas de la familia y ambos nos beneficiabamos.

Yo representaba mi papel, aunque me cansaba de ponerme la mascara teatral cada dia. Tenia que simular que estaba absolutamente indefensa sin la corte. Mis ministros solo me respondian cuando creian que eran mis salvadores. Mis ideas no habrian ido demasiado lejos si me hubiera presentado ante ellos como «una idea que su senor tuvo hace seis anos». Para poder dominar, aprendi que tenia que dar la imagen de que yo era la dominada.

Nuharoo, Tung Chih y el resto del desfile de la felicidad tardaron cinco dias mas en llegar a Pekin. Cuando llegaron a la puerta del Cenit, los hombres y los caballos estaban tan agotados que parecian un ejercito derrotado. Las banderas estaban harapientas y sus zapatos agujereados. Los porteadores de los palanquines, con la cara cubierta de polvo y la barba crecida, arrastraban sus pies llagados. Los guardias, desmoralizados, no mantenian la formacion.

Imagine a Su Shun y a su desfile de la pena, cuya llegada estaba prevista para unos dias mas tarde. El peso del ataud de Hsien Feng debia de aplastar los hombros de los porteadores. Para entonces Su Shun debia de haber recibido la noticia de mi ejecucion y estaria ansioso por llegar a Pekin.

La alegria de llegar a casa insuflo nueva energia al desfile de la felicidad. A las puertas de la Ciudad Prohibida, toda la comitiva volvio a formar. Al cruzar el umbral, los hombres se pusieron firmes y sacaron pecho con orgullo. Parecia que nadie sabia nada de lo ocurrido. Los ciudadanos se alineaban a uno y otro lado de la entrada y aplaudian. La multitud profirio vitores al ver los palanquines imperiales. Nadie sabia que la persona que iba en el mio no era yo, sino mi eunuco Li Lien-Ying.

Nuharoo celebro el fin del viaje banandose tres veces seguidas. La doncella me informo de que casi se ahoga

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