– Para que ir a clases teniendome a mi? -Lavo el pollo bajo el grifo del fregadero-. Lava esas verduras y corta el pimiento.

Ella observo el pollo que el acababa de desmembrar.

– No estoy segura de querer hacer algo contigo que este relacionado con cuchillos.

El rio, pero cuando la miro su alegria desaparecio. Por un momento parecio preocupado, pero entonces inclino la cabeza y, muy despacio, la beso. Ella aprecio el sabor del vino en sus labios, y algo mas que era distintivo de Lorenzo Gage: fuerza; astucia y un velado impulso lascivo. O quiza fue ella la que anadio este ultimo detalle intentando por ultima vez negar lo que queria hacer con el.

Ren se tomo su tiempo y luego se aparto.

– ?Estas preparada para hablar de cocina o sigues intentando distraerme? Ella acerco la libreta con anilla de espiral que habia dejado en la mesa.

– Adelante.

– ?Que es eso?

– Una libreta.

– Dejala, por Cristo bendito…

– Se supone que va a ser una clase, ?no? En primer lugar necesito entender los principios.

– Oh, apuesto lo que quieras a que lo haras. De acuerdo, aqui tienes un principio: quien trabaja, come. Quien escribe notas en una libreta, se queda sin comida. Ahora librate de eso y empieza a trocear esas verduras.

– Por favor, no utilices la palabra «trocear» cuando estemos solos. -Abrio un cajon-. Necesito un delantal.

El suspiro, agarro un trapo de cocina y se lo ato a la cintura. Pero cuando acabo de hacerlo, dejo las manos en sus caderas y su voz sono mas grave.

– Quitate los zapatos.

– ?Por que?

– ?Quieres aprender a cocinar o no?

– Si, pero no se… Oh, de acuerdo. -Si protestaba, el le diria que era una persona rigida, asi que se quito las sandalias.

El sonrio al ver como las dejaba bajo la mesa, pero ella no vio nada extrano en dejar un par de zapatos en un sitio donde nadie pudiese tropezar con ellos.

– Ahora, abrete el ultimo boton.

– Oh, no. No vamos a…

– Quieta. -Alargo las manos para hacerlo el. La camisa se abrio lo suficiente para revelar el nacimiento de sus pechos, y el sonrio-. Ahora pareces una mujer con la que un hombre querria cocinar.

Ella penso en volver a abrocharse el boton, pero habia algo embriagador en el hecho de sentir la fragante cucina toscana, con una copa de vino en la mano, el pelo alborotado, con el boton abierto, descalza, rodeada de hermosas verduras y de un hombre mas hermoso todavia.

Puso manos a la obra. Mientras cortaba las verduras, era consciente de las gastadas y frias baldosas bajo sus pies y de la caricia del aire de h tarde sobre sus senos. Tal vez habia algo significativo en parecer una mujer desinhibida, pues el la miraba encantado. Resultaba extranamente gratificante que la apreciasen por su cuerpo y no por su mente.

Fueron bebiendo de sus copas de manera indistinta y, en un momento en que el no la miraba, ella volvio la copa discretamente para beber de lado que habian tocado los labios de Ren. Aquella tonteria le gusto.

La tarde habia tenido las colinas de color lavanda.

– ?Has firmado ya el contrato de tu proxima pelicula?

El asintio.

– Trabajare con Howard Jenks. Empezaremos a rodar en Roma, despues nos trasladaremos a Nueva Orleans y Los Angeles.

Isabel se pregunto cuando empezarian, pero le disgustaba la idea de poner en marcha un reloj invisible sobre su cabeza, asi que evito preguntarlo.

– Incluso yo he oido hablar de Howard Jenks. Supongo que no sera como una de esas peliculas sangrientas que sueles hacer.

– Supones bien. Es el papel que he estado esperando toda mi vida.

– Hablame de el.

– No te gustaria.

– Probablemente no, pero quiero escucharte hablar de todos modos.

– En esta ocasion no hare de psicopata de jardin.

Empezo a describir el papel de Kaspar Street, y para cuando acabo ella sentia escalofrios. Aun asi, podia entender la ilusion de Ren. Era el tipo de personaje complejo que gustaba a los actores.

– ?Pero aun no has visto el guion final?

– Llegara un dia de estos. Estoy ansioso por ver que ha hecho Jenks con el. -Metio el pollo en el horno y coloco las verduras en una sarten-. A pesar de ser un tipo horrible, hay algo atrayente en Street. El realmente ama a las mujeres que mata.

No era la idea de Isabel de algo atrayente, pero por una vez mantuvo la boca cerrada. O casi cerrada.

– No creo que sea bueno para ti interpretar siempre a esos hombres horribles.

– Creo que ya me lo dijiste una vez. Ahora corta en cuadraditos esos tomates para la bruschetta. -Pronuncio la palabra con el fuerte sonido k que empleaban los italianos en lugar del mas suave sh de los americanos.

– De acuerdo, pero si alguna vez quieres hablar de ello…

– ?Corta de una vez!

Mientras ella lo hacia, el corto el pan del dia anterior en finas rebanadas, las rocio con aceite de oliva, les restrego un ajo y le enseno a Isabel como tostarlas en una sarten. Al tiempo que se doraban, fue anadiendo pedacitos de aceituna y un poco de albahaca sobre los tomates que ella habia cortado, despues coloco la mezcla sobre las rebanadas de pan y las deposito en una bandeja.

Mientras el resto de la comida se hacia en el horno, sacaron todas las cosas al jardin, entre ellas el jarron de barro con las flores que Isabel habia comprado en el mercado. La grava se le clavaba en la planta de los pies, pero no se molesto en ir por los zapatos. Se sentaron en la mesa de piedra, y los gatos no tardaron en acudir para investigar.

Ella se reclino y suspiro. Los ultimos rayos de luz se ocultaban ya tras las colinas, y las alargadas sombras caian sobre los vinedos y el olivar. Ella penso en la estatua etrusca del museo, La sombra del atardecer, e intento imaginar a aquel joven paseando desnudo por el campo.

Ren se llevo un bocado de bruschetta a la boca, estiro las piernas y dijo con la boca llena:

– Dios, adoro Italia.

Ella cerro los ojos y dijo para si «amen».

Una suave brisa traia el aroma de la comida que estaba en el horno hasta el jardin. Pollo e hinojo, cebolla y ajo, y la pizca de romero que Ren habia colocado encima de las verduras en la sarten.

– No aprecio la comida cuando estoy en casa -dijo Ren-. Pero en Italia no hay nada mas importante.

Isabel sabia a que se referia. En casa, su vida habia estado sometida a una agenda estricta, lo cual le habria impedido disfrutar de una comida como aquella. Se levantaba a las cinco de la madrugada para practicar yoga, despues se iba a la oficina antes de las seis y media para escribir unas cuantas paginas antes de que llegase su equipo. Reuniones, entrevistas, llamadas telefonicas, conferencias, aeropuertos, habitaciones de hotel, quedarse dormida sobre el ordenador portatil a la una de la madrugada intentando escribir unas paginas mas antes de apagar la luz. Incluso los domingos se habian convertido en otro dia laborable. El Creador tal vez habia tenido tiempo para descansar al septimo dia, pero El no tenia tanto trabajo como Isabel Favor.

Paladeo el vino en su boca. Ella habia intentado con todo su empeno vivir la vida desde una posicion de poder, pero ese esfuerzo tenia un precio.

– Resulta facil olvidarse de los placeres sencillos -comento.

– Pero has hecho todo lo posible -repuso Ren, y ella aprecio algo parecido a la empatia en su voz.

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