Mas.
Diana se quito los anteojos y se froto los ojos. Un libro de muertos, un mapa de heridos. Y estos solo aquellos cuyas heridas habian sido lo suficientemente graves como para dejarlos ingresados en el hospital. Habia docenas de alumnos a los que se habia curado y mandado a casa. Cientos cuyas cicatrices estaban enterradas demasiado profundamente como para que se vieran.
Diana no tenia hijos; en su posicion, los hombres que conocia, o bien eran criminales, lo cual era repugnante, o abogados defensores, aun peores. Sin embargo, tenia un sobrino de tres anos a quien habian llamado la atencion en la guarderia por apuntar con el dedo a un companero y decirle «?Pum! Estas muerto». Cuando su hermana la llamo indignada, contandoselo, ?penso Diana que su sobrino se convertiria de mayor en un psicopata? Ni por un momento. Era solo un nino que tenia ganas de jugar.
?Pensaron lo mismo los Houghton?
Diana miro la lista de nombres que tenia delante. Su trabajo consistia en buscar una relacion entre todos ellos, pero lo que tenia que hacer de verdad era trazar antes una linea: el momento clave en que la mente de Peter Houghton habia cambiado, lentamente, del ?y si? al cuando.
Su mirada se dirigio a otra lista, una del hospital. Cormier, Josie. Segun el expediente medico, la chica-de diecisiete anos-habia ingresado durante la noche en observacion, despues de sufrir un desvanecimiento; tenia una laceracion en la cabeza. La firma de su madre estaba al final del formulario de consentimiento para los analisis de sangre: Alex Cormier.
«No podia ser».
Diana se hundio en su silla. Nunca se desea ser quien le diga a un juez que se recuse a si mismo. Es decirle que se duda de su imparcialidad, y como Diana tendria pasar por el juzgado de la jueza Cormier unas cuantas veces mas en el futuro, quiza obrar asi no fuera lo mejor para su carrera. Pero la jueza Cormier sabia que no podria dirigir el caso con imparcialidad. No con una hija que era uno de los testigos. Aunque no hubieran disparado a Josie, habia resultado herida durante el tiroteo. La jueza Cormier se recusaria, seguro. Asi que no habia de que preocuparse.
Diana volvio su atencion a la documentacion que tenia sobre la mesa, leyendo hasta que las letras se le volvieron borrosas. Hasta que Josie Cormier fue solo otro nombre.
De regreso a casa desde el juzgado, Alex paso por el memorial improvisado que habian erigido en memoria de las victimas del Instituto Sterling. Habia cruces blancas de madera, aunque uno de los chicos muertos-Justin Friedman-era judio. Las cruces no estaban cerca de la escuela, sino en un recodo de la carretera 10, en una zona encharcada del rio Connecticut. En los dias posteriores al tiroteo, algunos de los que habian ido a llorar alli a los muertos, a las cruces habian anadido fotografias, ositos de peluche y ramos de flores.
Alex paro el coche a un lado de la carretera. No sabia por que lo hacia entonces, por que no habia parado antes. Sus talones se hundieron en la hierba esponjosa. Se cruzo de brazos y se acerco al lugar.
No estaban en un orden concreto, y el nombre de cada estudiante muerto estaba inscrito en la cruceta de madera. Courtney Ignatio y Maddie Shaw tenian las cruces juntas. Las flores que habia junto a las senales se habian marchitado y los envoltorios verdes se estaban pudriendo en el suelo. Alex se arrodillo y acaricio un poema desvaido que estaba clavado en la cruz de Courtney.
Courtney y Maddie habian ido a pasar la noche a su casa varias veces. Alex recordaba haber encontrado a las chicas en la cocina, comiendo masa de galletas cruda en lugar de cocinarla, y con cuerpos tan fluidos como olas al moverse. Recordo lo celosa que se sintio al verlas, tan jovenes, sabiendo que aun no habian cometido ningun error que pudiera cambiar sus vidas. Alex se ruborizo, disgustada: al menos ella aun tenia una vida que cambiar.
Sin embargo, se echo a llorar al ver la cruz de Matt Royston. Apoyada sobre la base blanca de madera habia una foto enmarcada, que habian puesto dentro de una bolsa de plastico para que las inclemencias del tiempo no la estropearan. En ella se veia a Matt, con aquellos ojos tan brillantes que tenia, y un brazo alrededor del cuello de Josie.
Josie no miraba a la camara, sino a Matt. Como si no pudiera ver nada mas.
Parecia mas seguro llorar frente al memorial improvisado que en casa, donde Josie podria oirla. No importaba lo calmada que hubiese estado-por el bien de Josie-, la unica persona a quien no podia enganar era a si misma. Podia regresar a su rutina diaria, se podia decir a si misma que Josie era una de las personas con suerte, pero cuando estaba sola en la ducha, o en estado de vigilia antes de dormirse profundamente, Alex se sobresaltaba; del mismo modo que ocurre cuando evitas un accidente y paras en la cuneta para ver si aun estas entera.
La vida era lo que ocurria cuando todos los ?y si? no ocurrian, cuando lo que sonabas, esperabas o-en este caso-temias que pudiera ocurrir, no ocurria, es decir, pasaba de largo. Alex ya habia pasado muchas noches pensando en la buena fortuna, en por que era tan fina como un velo, en como se puede pasar perfectamente de un lado al otro. La cruz que tenia ante las rodillas podria ser perfectamente la de Josie, y el memorial de Josie el que tuviera esa foto. Un tic de la mano de la persona que disparo, un paso mal dado, una bala rebotada, y todo habria sido diferente.
Alex se irguio y respiro profundamente. Mientras volvia al coche, vio el pequeno agujero donde habia habido una undecima cruz. Despues de colocar las diez primeras cruces, alguien puso otra con el nombre de Peter Houghton. Noche tras noche habian arrancado o destrozado la cruz. Se habian publicado editoriales en el periodico local. ?Merecia Peter Houghton una cruz estando vivo? Hacer un memorial con su nombre, ?era simbolo de tragedia o de comedia? Finalmente, quien ponia la cruz por Peter Houghton decidio dejarlo correr y ya no la volvio a clavar.
Mientras Alex volvia a sentarse en el coche se pregunto como-antes de parar alli-podia haber olvidado que alguien, en algun momento, considero que Peter Houghton tambien era una victima.
Desde el dia fatal, Lacy, como ella misma solia decir, habia parido tres ninos. Cada vez, aunque el parto hubiese ido bien, habia habido algun problema. No por parte de la madre, sino de la partera. Cuando Lacy entraba en la sala de partos, se sentia envenenada, demasiado negativa como para ser la persona que tenia que ayudar a nacer a un nuevo ser. Sabia lo que era parir y habia ayudado a esas madres en ese trance y posteriormente, pero en el momento de la verdad, el momento de cortar el cordon umbilical con el hospital y volver al hogar, Lacy siempre daba el consejo equivocado. En lugar de decirles topicos como «Deja que mame tanto como quiera» o «No lo tengas mucho en brazos», les habia dicho la verdad: «Este nino que tanto han estado esperando no es como lo imaginan. Son mutuamente unos extranos, y seguiran siendolo durante anos a partir de ahora».
Tiempo atras, Lacy solia tumbarse en la cama y fantasear sobre como habria sido su vida si no hubiese sido madre. Entonces recordaba a Joey trayendole un ramo de dientes de leon y treboles; a Peter durmiendose sobre su pecho con la cola de su trenza entre las manos. Revivia lo duro de la tarea, el cansancio, y recordaba aquel mantra que tanto le habia funcionado: «Cuando este hecho, estara hecho». La maternidad habia pintado de colores mas brillantes el mundo de Lacy. Le habia proporcionado la grata satisfaccion de creer que su vida no podia ser mas completa. De lo que no se habia dado cuenta era de que, a veces, cuando tu vision es tan clara y aguda, te puede cortar. De que la contrapartida de tanta plenitud puede ser el vacio mas absoluto.
No se lo habia dicho a sus pacientes-cielos, ni siquiera a Lewis-, pero aquellas veces, cuando estaba tumbada en la cama pensando como habria sido su vida de no haber sido madre, se vio bloqueada de repente por un par de amargas palabras: «mas facil».
Lacy estaba en su consulta. Ya habia visitado a cinco pacientes e iba por la sexta. Janet Isinghoff, ponia en el expediente. Aunque la llevaba otra partera, la politica del grupo era que todas las mujeres debian conocer a todas las parteras, porque nunca sabias cual te iba a tocar en el momento del parto.
Janet Isinghoff tenia treinta y tres anos. Estaba embarazada de pocos meses y tenia un historial familiar de diabetes. Habia sido hospitalizada una vez por una apendicitis, tenia un poco de asma y, en general, estaba bien de salud. Estaba de pie, frente a la puerta de la sala de reconocimiento hablando acaloradamente con la enfermera de obstetricia:
– No importa-decia Janet-. Si tiene que ser asi, me voy a otro hospital.
– Esa es nuestra manera de trabajar-le explicaba Priscilla.
Lacy sonrio.
– ?Puedo ayudarle en algo?
Priscilla se volvio, poniendose entre Lacy y la paciente.