los tres para servir la comida y las bebidas en el centro parroquial, y a el le habia alquilado un uniforme para la ocasion: camisa blanca, pantalones negros y pajarita. Trabajaria al lado de Gaia, y no como chico de almacen, sino como camarero.
Pero su nerviosismo no se debia solo a eso. Gaia habia cortado con el legendario Marco de Luca. Esa tarde, Andrew la habia encontrado llorando en el patio trasero de La Tetera de Cobre cuando habia salido a fumar un cigarrillo.
—El se lo pierde —le habia dicho, tratando de disimular el jubilo que sentia.
Y ella, sorbiendo por la nariz, habia respondido:
—Gracias, Andy.
—Menudo mariquita estas hecho —le dijo Simon cuando Andrew apago por fin el secador.
Llevaba unos minutos en el rellano, a oscuras, esperando para decir aquello, observando por la rendija de la puerta entreabierta como su hijo se acicalaba ante el espejo.
Andrew se sobresalto y luego rio. Su buen humor desconcerto a Simon.
—Vaya pinta —insistio al salir Andrew del cuarto de bano con la camisa y la pajarita—. Con ese lacito pareces un gilipollas integral.
«Y tu estas en el paro gracias a mi, mamon.»
Los sentimientos de Andrew respecto a lo que le habia hecho a su padre cambiaban segun el momento. A veces lo abrumaba un sentimiento de culpa que lo contaminaba todo, pero luego desaparecia y se regodeaba con su triunfo. Esa noche, su secreta satisfaccion avivaba la emocion que ardia bajo su fina camisa blanca y aportaba un hormigueo adicional a la piel de gallina provocada por el frio que lo azoto al bajar por la colina en la bicicleta de Simon. Se sentia ilusionado, lleno de esperanza. Gaia estaba libre y vulnerable. Y su padre vivia en Reading.
Cuando llego con la bicicleta ante la puerta del centro parroquial, Shirley Mollison, con su vestido de coctel, estaba atando a la verja unos enormes globos de helio con forma de cincos y seises.
—Hola, Andrew —saludo emocionada—. Aparta la bicicleta de la entrada, por favor.
Andrew la llevo hasta la esquina y paso junto a un flamante BMW verde descapotable aparcado a pocos metros. Al volver hacia la entrada del local, rodeo el coche y se fijo en sus lujosos acabados interiores.
—?Y aqui tenemos a Andy!
Por lo visto, el buen humor y la expectacion de su jefe igualaban a los suyos. Howard iba hacia el enfundado en un enorme esmoquin de terciopelo; parecia un prestidigitador. Solo habia otras cinco o seis personas mas, pues todavia faltaban veinte minutos para que empezara la fiesta. Por todas partes se veian globos azules, blancos y dorados, y en una gran mesa de caballetes habian distribuido bandejas tapadas con servilletas; al fondo de la sala, un disc-jockey de mediana edad preparaba su equipo.
—?Puedes ir a ayudar a Maureen, Andy, por favor?
Maureen, iluminada desde arriba por una lampara de techo, ponia vasos en un extremo de la larga mesa.
—Pero ?que guapo estas! —exclamo con voz ronca, al acercarse Andrew.
Llevaba un vestidito brillante de tejido elastico que marcaba cada contorno de su huesudo cuerpo, del que colgaban inesperados michelines, realzados por la despiadada prenda. Se oyo un debil «hola» de misteriosa procedencia: era Gaia, que estaba en cuclillas junto a una caja llena de platos.
—Saca los vasos de las cajas, Andy —dijo Maureen—, y ponlos aqui arriba, donde vamos a montar el bar.
El chico obedecio. Mientras abria la caja, se le acerco una mujer desconocida con varias botellas de champan.
—Esto habria que ponerlo en la nevera, si hay.
Tenia la nariz recta, los grandes ojos azules y el cabello rubio y rizado de Howard, pero asi como las facciones de este eran femeninas, suavizadas por su gordura, su hija —porque tenia que ser su hija—, sin ser guapa, resultaba muy atractiva, con sus pobladas cejas, grandes ojos y un hoyuelo en la barbilla. Llevaba pantalones y camisa de seda con el cuello desabrochado. Dejo las botellas en la mesa y se dio la vuelta. Su porte, y tal vez su ropa, convencieron a Andrew de que era la propietaria del BMW aparcado fuera.
—Es Patricia —le dijo Gaia al oido, y a el otra vez se le puso piel de gallina, como si ella transmitiera electricidad—. La hija de Howard.
—Ya me lo ha parecido —repuso, pero le intereso mucho mas ver que Gaia desenroscaba el tapon de una botella de vodka y se servia un poco en un vaso.
Bajo la atenta mirada de Andrew, se lo bebio de un trago y se estremecio ligeramente. Acababa de tapar la botella cuando Maureen paso cerca de ellos con una cubitera.
—Menudo zorron —comento Gaia mirandola alejarse, y el percibio el olor a vodka de su aliento—. Mira que pinta.
Andrew rio, pero al darse la vuelta paro en seco, porque Shirley estaba justo a su espalda, con su sonrisa felina.
—?Y la senorita Jawanda? ?Todavia no ha llegado? —pregunto.
—Esta en camino. Acaba de mandarme un mensaje —contesto Gaia.
Pero a Shirley no le importaba mucho donde pudiera estar Sukhvinder. Habia oido las palabras de Andrew y Gaia sobre Maureen, y eso la habia hecho recuperar por completo su buen humor, que se habia resentido ligeramente ante la evidente satisfaccion que Maureen sentia por su propio atavio. Hacer mella con eficacia en la autoestima de una mujer tan lerda y tan ilusa no era nada facil, pero al alejarse hacia el disc-jockey, Shirley planeo que, el siguiente momento que estuvieran a solas, le diria a Howard: «Me temo que los chicos estaban… bueno, ya sabes, riendose de Maureen. Que lastima que se haya puesto ese vestido. No me gusta nada verla hacer el ridiculo.»
Shirley se recordo que tenia muchos motivos para estar contenta, pues esa noche necesitaba tener alta la moral. Howard, Miles y ella iban a estar juntos en el concejo; seria maravilloso, sencillamente maravilloso.
Comprobo que el disc-jockey estuviera al corriente de que la cancion favorita de Howard era la version de Tom Jones de
Patricia estaba de pie, sola, observando el escudo de armas de Pagford colgado en la pared y sin hacer ningun esfuerzo por relacionarse con nadie. Shirley lamentaba que no se pusiera falda de vez en cuando; pero al menos habia ido sola. Porque de aquel deportivo BMW podria haber salido otra persona, y para Shirley esa ausencia ya constituia una pequena victoria.
No era normal que una madre le tuviera aversion a su propia hija: se suponia que los hijos tenian que gustar tal como eran, aunque no fueran como uno queria, aunque resultaran ser la clase de persona que haria que uno cruzara la calle para evitarla si no fueran parientes de uno. Howard se lo tomaba con filosofia, incluso bromeaba sobre ese tema, con comedimiento, cuando Patricia no podia oirlo. Shirley, en cambio, era incapaz de alcanzar ese nivel de indiferencia. Se sintio obligada a acercarse a su hija, con la vaga e inconsciente esperanza de atenuar la rareza que sin duda todos los asistentes detectarian en su peculiar atuendo y su comportamiento.
—?Quieres beber algo, querida?
—Todavia no —contesto Patricia sin apartar la vista del escudo de armas—. Anoche bebi mas de la cuenta. Seguramente todavia daria positivo. Salimos de copas con los companeros de trabajo de Melly.
Shirley contemplo tambien el emblema y esbozo una vaga sonrisa.
—Melly esta muy bien, gracias por preguntar —anadio Patricia.
—Ah, me alegro.
—Me encanto la invitacion. «Pat y acompanante.»
—Lo siento, querida, pero eso es lo que suele ponerse cuando dos personas no estan casadas.
—Ah, ya. Eso dice el
Patricia se dirigio hacia las bebidas y dejo a Shirley un poco turbada. Los arrebatos de su hija siempre la habian intimidado, desde que era una nina.