dado a Terri como pago por el reloj de Tessa. Krystal se la llevo junto con los bartulos de su madre al cuarto de bano, la unica habitacion de la casa que tenia cerrojo en la puerta.
La tia Cheryl debia de haberse enterado de lo ocurrido, porque Krystal la oia chillar con su voz ronca por encima de los gritos de Terri, incluso a traves de dos puertas.
—?Vamos, zorra, abre la puta puerta! ?Deja que tu madre te vea!
Y se oian gritos de la policia, que trataba de acallar a las dos mujeres.
Krystal nunca se habia chutado, pero lo habia visto hacer muchas veces. Sabia como eran los barcos vikingos y como hacer la maqueta de un volcan, pero tambien como calentar la cuchara y que hacia falta una bolita de algodon para absorber la droga disuelta y actuar de filtro cuando llenabas la jeringuilla. Sabia que la cara interior del codo era el mejor sitio para encontrar una vena, y que habia que poner la aguja lo mas plana posible contra la piel. Sabia, porque lo habia oido muchas veces, que un novato no podria resistir la misma dosis que un adicto, y eso ya le iba bien, porque ella no queria resistir.
Robbie estaba muerto y era culpa suya. En su empeno por salvarlo, lo habia matado. Mientras sus dedos se afanaban en conseguir lo que tenia que hacer, las imagenes parpadeaban en su mente. El senor Fairbrother, en chandal, corriendo por la orilla del canal mientras las ocho remaban. La cara de la abuelita Cath, transida de pena y amor. Un Robbie sorprendentemente limpio que la esperaba ante la ventana de la casa de acogida, y que daba saltitos de alegria cuando ella se acercaba a la puerta…
Oia al policia gritarle a traves del buzon de la puerta que no hiciese tonterias, y a la agente tratando de calmar a Terri y Cheryl.
La aguja se deslizo con facilidad en la vena. Apreto el embolo hasta el fondo, con esperanza y sin remordimiento.
Cuando llegaron Kay y Gaia y la policia decidio forzar la puerta, Krystal Weedon habia cumplido su unico anhelo: se habia reunido con su hermano donde ya nadie podria separarlos.
SEPTIMA PARTE
El alivio de la pobreza
13.5 Los donativos para beneficio de los pobres […] son un acto de caridad, y siguen siendolo incluso si casualmente benefician a los ricos…
I
Una soleada manana de abril, casi tres semanas despues de que el ulular de las sirenas irrumpiera en el sonoliento Pagford, Shirley Mollison, sola en su dormitorio, observaba con ojos entornados su reflejo en la luna del armario. Llevaba a cabo los ultimos retoques en su atuendo antes del ahora cotidiano trayecto en coche hasta el South West General. Tenia que cenirse un agujero mas el cinturon, su cabello cano pedia a gritos un corte, y la mueca que esbozaba ante el sol que entraba a raudales en la habitacion podria haber sido la simple expresion de su estado de animo.
Shirley habia pasado un ano entero recorriendo las salas del hospital, con el carrito de los libros o cargada con flores y tablillas sujetapapeles, y ni una sola vez se habia imaginado que pudiera convertirse en una de aquellas pobres mujeres que se sentaban encogidas junto a las camas, con la vida truncada por un marido derrotado y sin fuerzas. Howard no se habia recuperado con la celeridad de siete anos atras. Seguia conectado a maquinas que emitian pitidos, y estaba debil, abstraido y con un color muy desagradable; no se valia por si mismo y su actitud era quejumbrosa. A veces, Shirley fingia ir al lavabo para escapar de su hosca mirada.
Cuando Miles la acompanaba al hospital, lo dejaba hablar a el, que soltaba largos monologos sobre las noticias de Pagford. Shirley se sentia mucho mejor, mas visible y protegida a un tiempo, con su alto hijo recorriendo a su lado los frios pasillos. El charlaba afablemente con las enfermeras, la ayudaba a subir y bajar del coche, y la hacia sentirse de nuevo un ser especial, digno de carino y proteccion. Pero Miles no podia ir con ella todos los dias, y, para irritacion de Shirley, delegaba en Samantha su funcion de acompanante. Y eso no era lo mismo, desde luego, pese a que Samantha era una de las pocas personas capaces de arrancarle una sonrisa a la cara enrojecida y ausente de Howard.
Y nadie parecia percatarse del espantoso silencio que reinaba en casa. Cuando los medicos habian comunicado a la familia que la recuperacion de Howard llevaria meses, Shirley confio en que Miles le dijera que se instalase en la habitacion de invitados de su gran casa en Church Row, o en que el se quedara a dormir en la de sus padres de vez en cuando. Pero no, la habian dejado sola, completamente sola, con excepcion de un doloroso periodo de tres dias en que habia desempenado el papel de anfitriona de Pat y Melly.
«No lo habria hecho —se repetia en el silencio de la noche cuando no podia dormir—. Nunca tuve verdadera intencion de hacerlo. Estaba muy alterada, nada mas. No lo habria hecho, jamas.»
Habia enterrado la EpiPen de Andrew en la tierra blanda de debajo de la mesita donde ponian comida para los pajaros, como si fuera un cadaver diminuto. Saber que estaba alli no le gustaba. Una noche oscura, la vispera de la recogida de basuras, la desenterraria y la echaria en el cubo de algun vecino.
Howard no habia mencionado la jeringuilla, ni a ella ni a nadie. No le habia preguntado a Shirley por que habia salido corriendo al verlo en el suelo.
Ella encontraba alivio en prolongadas invectivas contra la gente que, en su opinion, habia provocado la catastrofe que se cernia sobre su familia. La primera de la lista era, como no, Parminder Jawanda, por su cruel negativa a atender a Howard. Luego venian los dos adolescentes que, a causa de su repulsiva irresponsabilidad, habian entretenido una ambulancia que de otro modo podria haber llegado antes a atender a Howard.
Este ultimo argumento resultaba quiza un poco endeble, pero era la forma mas satisfactoria de que disponia para expresar su desprecio hacia Stuart Wall y Krystal Weedon, y Shirley encontraba a mucha gente dispuesta a escucharla en su circulo mas cercano. Es mas, resulto que el chico de los Wall era el Fantasma de Barry Fairbrother. Habia confesado ante sus padres, quienes habian telefoneado a las victimas de la malevolencia de su hijo para pedirles perdon. La identidad del Fantasma habia corrido rapidamente por todo el pueblo, y eso, unido a que Stuart fuese responsable en parte de la muerte de un nino de tres anos, hacia que insultarlo constituyera un deber y un placer al mismo tiempo.
Shirley se mostraba mas vehemente que nadie en sus comentarios. Habia algo feroz en sus acusaciones, cada una de ellas un pequeno exorcismo de la afinidad y admiracion que habia sentido antano por el Fantasma, y una condena de aquel ultimo y horroroso mensaje que, por el momento, nadie mas habia dicho haber visto. Los Wall no habian llamado a Shirley para disculparse, pero ella estaba preparada, por si el chico les mencionaba el mensaje a sus padres o por si alguien lo sacaba a relucir, para asestar un golpe definitivo y aplastante a la reputacion de Stuart.
«Oh, si, Howard y yo estamos al corriente de ese mensaje —tenia previsto decir con gelida dignidad— y, en mi opinion, fue la impresion que se llevo Howard lo que le provoco el infarto.»
De hecho, Shirley habia practicado esa frase en voz alta en la cocina.
La cuestion de si Stuart Wall sabia en realidad algo sobre su marido y Maureen era menos urgente ahora, porque Howard evidentemente era incapaz de volver a avergonzarla en ese sentido, quiza para siempre, y nadie parecia andar cotilleando al respecto. Y aunque el silencio que ella le ofrecia a Howard —cuando no podia evitar estar a solas con el— tuviera cierto cariz reivindicativo por ambas partes, Shirley ya era capaz de enfrentarse a la perspectiva de una incapacidad prolongada de su marido y su ausencia en casa con mayor serenidad de la que le habria parecido posible tres semanas atras.
Sono el timbre de la puerta y Shirley se apresuro a abrir. Era Maureen, que se tambaleaba sobre unos desafortunados tacones, demasiado llamativa vestida de color aguamarina.