Martes

I

La manana del segundo dia tras la muerte de su marido, Mary Fairbrother se desperto a las cinco en punto. Habia dormido en el lecho conyugal con su hijo de doce anos, Declan, que se metio llorando entre las sabanas poco despues de medianoche. Ahora estaba profundamente dormido, de modo que Mary se levanto con sigilo y bajo a la cocina para dar rienda suelta a las lagrimas. A cada hora aumentaba su dolor, porque la alejaba mas del Barry vivo y constituia un minusculo anticipo de la eternidad que iba a tener que pasar sin el. Una y otra vez olvidaba, durante un fugaz instante, que Barry se habia ido para siempre y ya no podria acudir a el en busca de consuelo.

Cuando su hermana y su cunado llegaron para preparar el desayuno, Mary cogio el movil de Barry y se fue al estudio, donde empezo a buscar los numeros de varios de los muchos conocidos de su marido. Solo llevaba en ello unos minutos cuando el telefono que tenia en las manos empezo a sonar.

—?Si? —susurro.

—?Ah, hola! Quisiera hablar con Barry Fairbrother. Soy Alison Jenkins, del Yarvil and District Gazette.

La desenvuelta voz de la joven le sono a Mary ruidosa y horrible como una fanfarria; su estridencia se llevo consigo el sentido de las palabras.

—?Perdone?

—Soy Alison Jenkins, del Yarvil and District Gazette. Me gustaria hablar con Barry Fairbrother. Por su articulo sobre los Prados.

—Ah —dijo Mary.

—Si, no nos ha facilitado los datos de esa chica de la que habla. Se supone que hemos de entrevistarla. Krystal Weedon, ?sabe?

Para Mary, cada palabra era como una bofetada. Contra toda logica, se quedo sentada e inmovil en la vieja silla giratoria de Barry y dejo que le llovieran los golpes.

—?Me oye?

—Si —contesto, y se le quebro la voz—. Si, la oigo.

—Ya se que el senor Fairbrother tenia mucho interes en estar presente cuando entrevistaramos a Krystal, pero vamos mal de tiempo y…

—No podra estar presente —la interrumpio Mary, y su voz se volvio un chillido—: ?No podra volver a hablar de los puneteros Prados ni de ninguna otra cosa! ?Nunca mas!

—?Como? —pregunto la joven.

—Mi marido esta muerto. ?Entiende? Muerto. Asi que los Prados tendran que seguir sin el, ?no cree?

Le temblaban tanto las manos que el movil se le escurrio entre los dedos y, durante los instantes que tardo en conseguir cortar la comunicacion, supo que la periodista oia sus entrecortados sollozos. Entonces se acordo de que Barry habia dedicado casi todo su ultimo dia en este mundo y su aniversario de boda a su obsesion por los Prados y Krystal Weedon; la furia broto en su interior y arrojo el movil con tanta fuerza que dio contra una fotografia enmarcada de sus cuatro hijos y la tiro al suelo. Empezo a gritar y llorar a la vez. Su hermana y su cunado subieron corriendo la escalera e irrumpieron en la habitacion.

Al principio, lo unico que consiguieron sacarle fue:

—?Los puneteros Prados, los puneteros Prados!…

—Barry y yo crecimos alli —musito su cunado, pero se abstuvo de comentar nada mas por temor a avivar la histeria de Mary.

II

La asistente social Kay Bawden y su hija Gaia se habian mudado hacia solo cuatro semanas, procedentes de Londres, y eran las vecinas mas nuevas de Pagford. Kay no estaba familiarizada con la conflictiva historia de los Prados; para ella, era simplemente la barriada donde vivian muchos de sus asistidos. Lo unico que sabia de Barry Fairbrother era que su muerte habia provocado aquella desgraciada escena en su cocina, cuando su amante, Gavin, habia huido de ella y de sus huevos revueltos, llevandose consigo todas las esperanzas que habia alimentado su forma de hacerle el amor.

Kay paso la hora del almuerzo del martes en un area de descanso entre Pagford y Yarvil, comiendo un bocadillo en el coche y leyendo un grueso fajo de notas. Una de sus colegas habia pedido la baja por estres, por lo que le habian endosado a ella un tercio de sus casos. Poco despues de la una, emprendio el camino hacia los Prados.

Ya habia visitado varias veces la barriada, pero aun no conocia bien el laberinto de calles. Por fin encontro Foley Road e identifico a cierta distancia la casa que parecia la de los Weedon. El expediente dejaba bastante claro con que iba a encontrarse, y el aspecto de la casa no lo desmentia en absoluto.

Habia un monton de basura contra la fachada: bolsas de plastico repletas de porqueria, junto con ropa vieja y panales usados. Algunos de esos desperdicios se habian desparramado por el descuidado jardin, pero el grueso de la basura seguia amontonado bajo una de las dos ventanas de la planta baja. En el centro del jardin habia un neumatico roto; lo habian movido recientemente, porque un par de palmos mas alla se veia un circulo de hierba muerta, amarillenta y aplastada. Despues de llamar al timbre, Kay reparo en un condon usado que brillaba en la hierba junto a sus pies, como la fina crisalida de una oruga enorme.

Sentia aquella leve aprension que nunca habia superado del todo, aunque no se podia comparar con los nervios de los primeros tiempos ante las puertas de los desconocidos. En aquel entonces, pese a toda su formacion y a que solia acompanarla un colega, a veces habia experimentado verdadero miedo. Perros peligrosos, hombres blandiendo cuchillos, ninos con heridas atroces; se habia encontrado con todo eso, y con cosas peores, en los anos que llevaba visitando casas de extranos.

Nadie acudio a abrir, pero oia gimotear a un crio a traves de la entreabierta ventana de la planta baja, a su izquierda. Probo a llamar con los nudillos y un pequeno copo de pintura crema se desprendio de la puerta para aterrizarle en la puntera del zapato. La hizo acordarse del estado de su nuevo hogar. Habria sido un detalle que Gavin se ofreciera a ayudarla con las pequenas reformas, pero no habia dicho palabra. A veces, Kay repasaba todas las cosas que el no decia ni hacia, como un usurero que revisara sus pagares, y se sentia amargada, furiosa y decidida a obtener una compensacion.

Volvio a llamar, antes de lo que lo habria hecho de no haber necesitado distraerse de sus sombrios pensamientos, y en esta ocasion oyo una voz distante:

—Ya voy, joder.

La puerta se abrio para revelar a una mujer con aspecto de nina y anciana a un tiempo, vestida con una sucia camiseta azul claro y unos pantalones de pijama de hombre. Era de la misma estatura que Kay, pero estaba encogida; los huesos de la cara y el esternon asomaban bajo la fina piel blanca. El pelo, tenido en casa, aspero y muy rojo, parecia una peluca sobre una calavera; las pupilas se le veian minusculas y el pecho practicamente plano.

—Hola, ?eres Terri? Soy Kay Bawden, de los servicios sociales. Sustituyo a Mattie Knox.

Los brazos de la mujer, fragiles y grisaceos, estaban salpicados de pustulas blancuzcas, y tenia una llaga abierta y de un rojo furibundo en la cara interior de un antebrazo. En una extensa zona de tejido cicatrizado en el brazo derecho y la base del cuello, la piel le brillaba como si fuera plastico. En Londres, Kay habia conocido a una drogadicta que en un descuido prendio fuego a su casa y tardo demasiado en comprender que estaba sucediendo.

—Si, vale —repuso Terri tras una larga pausa.

Al hablar parecia mucho mayor; le faltaban varios dientes. Le dio la espalda a Kay y se alejo con paso inestable por el pasillo en penumbra. Kay la siguio. La casa olia a comida rancia, sudor y mugre enquistada. Terri

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