la condujo a traves de la primera puerta a la izquierda, que daba a una diminuta sala de estar.
No habia libros, cuadros, fotografias ni televisor; solo un par de viejas y sucias butacas y una estanteria rota. El suelo estaba alfombrado de porqueria. Unas flamantes cajas de carton apiladas contra la pared resultaban totalmente incongruentes.
De pie en el centro de la habitacion habia un ninito con las piernas desnudas, camiseta y un voluminoso panal-braguita. Kay sabia, porque lo habia leido en el expediente, que tenia tres anos y medio. Parecia gimotear por inercia y sin motivo, emitiendo un ruido como de motor para indicar que estaba alli. Aferraba un paquete de cereales en miniatura.
—Este debe de ser Robbie, ?no? —dijo Kay.
El crio la miro cuando pronuncio su nombre, pero siguio lloriqueando.
Terri aparto de un manotazo una lata de galletas vieja y rayada que habia en una de las sucias y maltrechas butacas y se hizo un ovillo en el asiento, observando a Kay con los ojos entornados. Ella se sento en la otra butaca, en cuyo brazo reposaba un cenicero lleno a rebosar. Varias colillas habian caido en el asiento; las notaba bajo los muslos.
—Hola, Robbie —le dijo al nino, al tiempo que abria el expediente de Terri.
El pequeno siguio con sus gimoteos, agitando el paquete de cereales; algo repiqueteaba en su interior.
—?Que tienes ahi? —quiso saber Kay.
Robbie se limito a agitar el paquete con mayor energia. Una pequena figura de plastico salio disparada de el, describio un arco en el aire y cayo por detras de las cajas de carton. Robbie empezo a berrear. Kay observo a Terri, que miraba a su hijo con rostro inexpresivo, hasta que por fin murmuro:
—?Que pasa, Robbie?
—?Que tal si intentamos sacarla de ahi? —propuso Kay, alegrandose de tener un motivo para levantarse y sacudirse la parte posterior de las piernas—. Echemos un vistazo.
Apoyo la cabeza contra la pared para escudrinar en el resquicio de detras de las cajas. La figurita habia quedado encajada a poca distancia. Metio una mano en el estrecho espacio. Las cajas eran pesadas y costaba moverlas. Consiguio aferrar la figura y, una vez la tuvo, comprobo que era de un hombre rechoncho y gordo como un Buda, todo de un morado brillante.
—Aqui tienes —le dijo al nino.
Robbie dejo de llorar; cogio la figura y volvio a meterla en el paquete de cereales, que empezo a agitar otra vez.
Kay miro alrededor. Bajo la estanteria rota habia dos cochecitos de juguete volcados.
—?Te gustan los coches? —le pregunto a Robbie, senalandolos.
El pequeno no siguio la direccion de su dedo, sino que la miro entornando los ojos con expresion curiosa y desconfiada. Entonces se alejo a saltitos, recogio un coche y lo sostuvo en alto para que Kay lo viera.
—
—Eso es —repuso Kay—. Muy bien. Coche.
Hubo un silencio antes de que Terri contestara:
—Muy bien.
—Me alegro. Mattie esta de baja, de modo que yo la sustituyo. Necesito repasar un poco la informacion que me ha dejado, para comprobar que no haya cambiado nada desde que te vio la semana pasada, ?de acuerdo?
»Bien, vamos a ver. Robbie va ahora a la guarderia, ?no? ?Cuatro mananas y dos tardes a la semana?
La voz de Kay parecia llegarle a Terri como un eco distante. Era como hablar con alguien que estuviera en el fondo de un pozo.
—Aja —dijo tras una pausa.
—?Que tal le va? ?Lo pasa bien?
Robbie embutio el cochecito en el paquete de cereales. Recogio una colilla que se habia desprendido de los pantalones de Kay y la metio tambien con el coche y el Buda morado.
—Aja —repuso Terri con tono amodorrado.
Pero Kay estaba leyendo la ultima nota que Mattie le habia garabateado antes de solicitar la baja.
—?No deberia estar hoy alli, Terri? ?No es el martes uno de los dias que va?
Terri parecia luchar contra el sueno. Cabeceo ligeramente un par de veces y por fin contesto:
—Le toca a Krystal llevarlo, pero pasa.
—Krystal es tu hija, ?no? ?Cuantos anos tiene?
—Catorce —contesto Terri como en una ensonacion—, y medio.
Kay comprobo en sus notas que Krystal tenia dieciseis. Hubo un largo silencio.
A los pies de la butaca de Terri habia dos tazones desportillados. Uno contenia restos de un liquido que parecia sangre. Habia cruzado los brazos sobre el pecho.
—Ya lo tenia vestido —anadio Terri arrastrando las palabras desde lo mas profundo de su conciencia.
—Perdona, Terri, pero debo preguntartelo: ?has consumido droga esta manana?
La mujer se paso por la boca una mano como una garra de pajaro.
—Que va.
—Tengo caca —intervino Robbie, y se precipito hacia la puerta.
—?Necesita ayuda? —se ofrecio Kay cuando Robbie desaparecio de la vista y lo oyeron correteando escaleras arriba.
—No; sabe hacerlo solo —balbuceo Terri.
Apoyo la cabeza en el puno y el codo en la butaca. Robbie empezo a gritar desde el rellano.
—?Puerta! ?Puerta!
Lo oyeron aporrear la madera. Terri no se movio.
—?Lo ayudo? —insistio Kay.
—Aja —repuso Terri.
Kay subio la escalera y acciono el endurecido picaporte para abrirle la puerta al nino. El bano apestaba. La banera estaba gris, con sucesivos cercos marrones, y no habian tirado de la cadena. Kay lo hizo antes de permitir que Robbie se encaramase a la taza. El nino arrugo la cara e hizo ruidosos esfuerzos, sin inmutarse ante la presencia de Kay. Un sonoro chapoteo y un nuevo tufo se anadio a la atmosfera ya pestilente. El pequeno bajo de la taza y empezo a subirse el voluminoso panal sin limpiarse; Kay lo sento de nuevo y trato de que lo hiciera solo, pero por lo visto esa costumbre le era ajena. Acabo por limpiarlo ella. Tenia las nalgas practicamente en carne viva: llenas de costras, rojas e irritadas. El panal apestaba a amoniaco. Trato de quitarselo, pero el crio grito, le dio una patada y se aparto de ella para volver corriendo a la sala de estar con el panal a medio subir. Kay fue a lavarse las manos, pero no habia jabon. Tratando de no inhalar, salio al rellano y cerro la puerta del bano.
Echo una ojeada a los dormitorios antes de volver a la planta baja. El contenido de los tres se desparramaba hasta el rellano lleno de trastos. Todos dormian en colchones en el suelo. Aparentemente, Robbie compartia habitacion con su madre. Entre la ropa sucia esparcida por todas partes vio un par de juguetes baratos, de plastico, para una edad inferior. A Kay la sorprendio que tanto el edredon como las almohadas llevaran fundas.
De vuelta en la sala de estar, Robbie gimoteaba otra vez y golpeaba con el puno la pila de cajas de carton. Terri lo observaba con los ojos apenas abiertos. Kay sacudio el asiento de la butaca antes de volver a sentarse.
—Terri, tu estas en el programa de metadona de la clinica Bellchapel, ?correcto?
—Hum —musito la mujer, medio dormida.
—?Y que tal te va, Terri? —Kay espero con el boligrafo a punto, fingiendo que no tenia la respuesta delante de las narices—. ?Sigues yendo a la clinica, Terri?
—La semana pasada fui, el viernes.
Robbie seguia aporreando las cajas.
—?Puedes decirme cuanta metadona te estan dando?
—Ciento quince miligramos.