A Kay no la sorprendio que se acordara de eso y no de la edad de su hija.

—Mattie dice aqui que tu madre te ayuda con Robbie y Krystal: ?es asi?

Robbie arremetio con su cuerpecito contra la torre de cajas, que se tambaleo.

—Ten cuidado —le advirtio Kay.

—Deja eso —anadio Terri con lo mas parecido a un tono espabilado que Kay habia captado hasta entonces en su voz de zombi.

El nino volvio a dar punetazos a las cajas, por el puro placer, por lo visto, de oir la hueca vibracion que producian.

—Terri, ?sigue ayudandote tu madre a cuidar de Robbie?

—Abuela, no madre.

—?La abuela de Robbie?

—Mi abuela, joder. No… no esta bien.

Kay volvio a mirar a Robbie, con el boligrafo preparado. No estaba por debajo de su peso; saltaba a la vista, pues iba medio desnudo, y ademas Kay lo habia levantado en el lavabo. Llevaba una camiseta sucia pero, cuando se habia inclinado sobre el, la habia sorprendido comprobar que el pelo le olia a champu. No tenia moretones en los brazos ni en las piernas, blancos como la leche; sin embargo, ahi estaba ese panal empapado que llevaba colgando a sus tres anos y medio de edad.

—?Tengo hambre! —exclamo Robbie, dandole un ultimo e inutil mamporro a una caja—. ?Tengo hambre!

—Puedes coger una galleta —mascullo Terri, pero no se movio.

Los gritos de Robbie se convirtieron en ruidosos llantos y alaridos. Terri no hizo el menor ademan de levantarse de la butaca. Resultaba imposible hablar con aquel griterio.

—??Voy a buscarle una?! —grito Kay.

—Aja.

Robbie adelanto corriendo a Kay para entrar en la cocina. Estaba casi tan sucia como el cuarto de bano. No habia mas electrodomesticos que nevera, cocina y lavadora; en las encimeras solo se veian platos sucios, otro cenicero lleno a rebosar, bolsas de plastico, pan mohoso. El suelo de linoleo estaba pringoso y se le pegaban las suelas. La basura desbordaba el cubo, coronada por una caja de pizza en precario equilibrio.

—Y dentro —dijo Robbie senalando con un dedo el armario de cocina y sin mirar a Kay—. Y dentro.

En el armario habia mas comida de la que Kay esperaba encontrar: latas, un paquete de galletas, un bote de cafe instantaneo. Saco dos galletas de chocolate del paquete y se las tendio al nino, que se las arrebato y echo a correr para volver con su madre.

—Dime, Robbie, ?te gusta ir a la guarderia? —le pregunto Kay cuando el pequeno se sento en la alfombra a zamparse las galletas.

No contesto.

—Si, le gusta —intervino Terri, un poco mas despierta—. ?A que si, Robbie? Le gusta.

—?Cuando fue por ultima vez?

—La ultima vez. Ayer.

—Ayer era lunes, no puede haber ido ayer —repuso Kay tomando notas—. No es uno de los dias que le toca ir.

—?Que?

—Hablo de la guarderia. Se supone que Robbie deberia estar hoy alli. Necesito saber cuando fue por ultima vez.

—Ya te lo he dicho, ?no? La ultima vez. —Tenia los ojos mas abiertos. El timbre de su voz seguia siendo apagado, pero la hostilidad luchaba por salir a la superficie—. ?Eres tortillera? —quiso saber.

—No —contesto Kay sin dejar de escribir.

—Tienes pinta de tortillera.

Kay siguio escribiendo.

—?Zumo! —chillo Robbie con la barbilla manchada de chocolate.

Esta vez, Kay no se movio. Tras otra larga pausa, Terri se levanto con esfuerzo de la butaca y se dirigio al pasillo haciendo eses. Kay se inclino para abrir la tapa suelta de la lata de galletas que Terri habia apartado al sentarse. Dentro habia una jeringuilla, un poco de algodon mugriento, una cuchara oxidada y una bolsa de plastico con polvos. Volvio a poner la tapa con firmeza mientras Robbie la observaba. Se oyo un trajin distante, y Terri reaparecio con una taza de zumo que le tendio al crio.

—Toma —dijo, mas para Kay que para su hijo, y volvio a sentarse.

No acerto en el primer intento y se dio contra el brazo de la butaca; Kay oyo el choque de hueso contra madera, pero no parecio que Terri sintiera ningun dolor. Se arrellano entonces en los cojines hundidos y miro a la asistente social con sonolienta indiferencia.

Kay habia leido el expediente de cabo a rabo. Sabia que casi todo lo que tenia algun valor en la vida de Terri se lo habia tragado el agujero negro de su adiccion: que le habia costado dos hijos, que conservaba de milagro a los otros dos, que se prostituia para pagar la heroina, que se habia visto implicada en toda clase de delitos menores, y que en ese momento intentaba seguir un tratamiento de rehabilitacion por enesima vez.

Pero no sentir nada, que nada te importe… «Ahora mismo —se dijo Kay—, es mas feliz que yo.»

III

Cuando daba comienzo la segunda clase de la tarde, Stuart Fats Wall se fue del instituto. No emprendia ese experimento con el absentismo escolar de forma precipitada; la noche anterior habia decidido que se saltaria la clase doble de informatica, la ultima de la tarde. Podria haberse saltado cualquier otra, pero resultaba que su mejor amigo, Andrew Price (al que Stuart llamaba Arf), estaba en otro grupo en informatica, y Fats, pese a todos sus esfuerzos, no habia conseguido que lo bajaran de nivel para estar con el.

Quiza Fats y Andrew fueran igualmente conscientes de que en su relacion la admiracion fluia de Andrew hacia Fats; pero solo Fats sospechaba que necesitaba a Andrew mas que este a el. Ultimamente, Fats habia empezado a considerar esa dependencia una especie de flaqueza, pero concluyo que, mientras siguiera gustandole disfrutar de la compania de Andrew, bien podia perderse una clase de dos horas durante la que no podria disfrutarla.

Un informante de confianza le habia contado que la unica forma segura de salir del recinto de Winterdown sin que te vieran desde alguna ventana era saltar la tapia lateral que habia junto al cobertizo de las bicicletas. Asi pues, trepo por ella y se dejo caer al estrecho callejon del otro lado. Aterrizo sin contratiempos, echo a andar a buen paso y doblo a la izquierda hacia la transitada y sucia calle principal.

Una vez a salvo, encendio un pitillo y paso ante las destartaladas tiendecitas. Cinco manzanas mas alla, volvio a doblar a la izquierda y enfilo la primera calle de los Prados. Se aflojo la corbata con una mano mientras caminaba, pero no se la quito. No le importaba que resultara evidente que era un colegial. Fats nunca habia tratado de personalizar su uniforme de ninguna forma, ni de ponerse insignias en las solapas o hacerse el nudo de la corbata como dictaba la moda; llevaba las prendas escolares con el desden de un presidiario.

Por lo que veia, el error que cometia el noventa y nueve por ciento de la humanidad era avergonzarse de la propia identidad; mentir sobre uno mismo, tratar de ser otro. La sinceridad era la moneda de cambio de Fats, su arma y su defensa. A la gente le daba miedo que fuera franco, los sorprendia muchisimo. Fats habia descubierto que los demas eran presa de la verguenza y la hipocresia, que los aterrorizaba que sus verdades salieran a la luz, pero a el lo atraia la crudeza, todo lo que fuera feo pero sincero, los trapos sucios que causaban humillacion y repugnancia a las personas como su padre. Fats pensaba mucho en mesias y parias; en hombres tachados de locos o criminales; en nobles inadaptados rechazados por las masas atontadas.

Lo dificil, lo maravilloso, era ser realmente uno mismo, incluso si esa persona era cruel o peligrosa, especialmente si era cruel y peligrosa. No disfrazar al animal que uno lleva dentro era un acto de valentia. Por otra parte, habia que evitar fingirse mas animal de lo que se era: si se tomaba ese camino, si se empezaba a exagerar y aparentar, no se hacia sino convertirse en otro Cuby, en alguien tan mentiroso e hipocrita como el.

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