—El diseno era malo. Y los colores, espantosos.
Samantha se cepillo y recogio el espeso cabello castano, viendo a traves del espejo como Miles se ponia unos pantalones de pinzas y un polo. Se sentia con los nervios a flor de piel, a punto de saltar o de echarse a llorar a la menor provocacion.
Evertree Crescent quedaba a solo unos minutos, pero Church Row tenia una empinada cuesta, de manera que fueron en coche. Ya era casi de noche y en lo alto de la calle adelantaron a un hombre envuelto en sombras con la silueta y los andares de Barry Fairbrother; Samantha se llevo una buena impresion y se volvio para mirarlo, preguntandose quien seria. El coche de Miles doblo a la izquierda al final de la calle y luego, apenas un minuto despues, a la derecha para entrar en la media luna de casitas de los anos treinta.
La casa de Howard y Shirley, una construccion baja de ladrillo y con amplios ventanales, tenia generosas explanadas de cesped delante y detras, que en verano Miles segaba formando franjas. A lo largo de los muchos anos que llevaban alli, el matrimonio habia anadido faroles, una verja de hierro forjado blanco y macetas de terracota con geranios a ambos lados de la puerta de entrada. Tambien habian colgado un letrero junto al timbre, una pieza de madera redonda y pulida en la que, escrito en negras y antiguas letras goticas, comillas incluidas, ponia «Ambleside».
En ocasiones, Samantha hacia gala de un ingenio cruel a expensas de la casa de sus suegros. Miles toleraba sus burlas, aceptando la implicacion de que Samantha y el, con sus suelos y puertas decapados, sus alfombras sobre tablones desnudos, sus laminas enmarcadas y su elegante e incomodo sofa, tenian mejor gusto; pero, en el fondo, preferia la casa donde se habia criado. Practicamente todas las superficies estaban cubiertas por algo suave y afelpado; no habia corrientes de aire y los sillones reclinables eran deliciosamente comodos. En verano, cuando acababa de cortar el cesped, Shirley le llevaba una cerveza fria mientras estaba tendido en uno de ellos, viendo el criquet en el televisor de pantalla plana. A veces, una de sus hijas lo acompanaba y se sentaba con el para tomar el helado con salsa de chocolate que Shirley preparaba especialmente para sus nietas.
—Hola, carino —dijo su madre al abrir la puerta.
Su cuerpo rechoncho y compacto hacia pensar en un pimentero con delantal de encaje. Se puso de puntillas para que su hijo, mucho mas alto, pudiera besarla.
—Hola, Sam —saludo entonces, y se volvio antes de agregar—: La cena esta casi lista. ?Howard! ?Miles y Sam han llegado!
La casa olia a cera para muebles y buena comida. Howard salio de la cocina con una botella de vino en una mano y un sacacorchos en la otra. Con un movimiento suave y bien practicado, Shirley retrocedio hacia el comedor, permitiendo con ello que pasara Howard, que ocupaba casi todo el pasillo, antes de entrar ella en la cocina.
—?He aqui los buenos samaritanos! —exclamo Howard—. ?Que tal el negocio de sostenes, Sammy? Aguanta bien la recesion, ?no?
—Como sabes, Howard, es un negocio de caidas y rebotes —repuso Samantha.
Howard solto una carcajada, y Samantha tuvo la certeza de que le habria dado unas palmaditas en el trasero de no haber llevado en las manos el sacacorchos y la botella. Toleraba todos los pellizcos y palmadas de su suegro como muestras inofensivas de exhibicionismo por parte de un hombre demasiado gordo y viejo para hacer nada mas; en cualquier caso, a Shirley la irritaba, y eso siempre complacia a Samantha. Su suegra nunca mostraba abiertamente su desagrado; su sonrisa no vacilaba, y tampoco su tono de dulce sensatez, pero un rato despues de cualquier comentario levemente lascivo de Howard siempre le arrojaba un dardo envenenado a su nuera, aunque, eso si, camuflado en algodon de azucar: una mencion de la matricula cada vez mas cara de la escuela de las ninas, un sincero interes por la marcha de la dieta de Samantha, preguntas a Miles sobre si no le parecia que Mary Fairbrother tenia una figura increiblemente bonita. Samantha lo aguantaba todo con una sonrisa, y despues castigaba a Miles por ello.
—?Hola, Mo! —exclamo Miles, entrando antes que Samantha en lo que Howard y Shirley llamaban el salon—. ?No sabia que venias!
—Hola, guapeton —contesto Maureen con su voz profunda y aspera—. Dame un beso.
La socia de Howard estaba sentada en una esquina del sofa, sosteniendo una copita de jerez. Llevaba un vestido fucsia con medias oscuras y zapatos de charol de tacon alto. Se habia ahuecado el cabello negro azabache con litros de laca, y debajo de el se veia una palida cara de mona, con un grueso manchon de un espantoso pintalabios rosa, que se convirtio en un mohin cuando Miles se inclino para besarla en la mejilla.
—Estabamos hablando de negocios, de los planes para la nueva cafeteria. Hola, Sam, querida —anadio Maureen, y dio unas palmaditas en el sofa—. Oh, que preciosa estas, y vaya bronceado, ?todavia te dura de Ibiza? Ven a sentarte a mi lado. Que susto lo del club de golf. Debio de ser horroroso.
—Si, lo fue —repuso Samantha.
Y, por primera vez, se encontro contandole a alguien la historia de la muerte de Barry, mientras Miles vacilaba, a la espera de una ocasion para interrumpir. Howard les tendio grandes copas de Pinot Grigio, prestando atencion al relato de Samantha. Poco a poco, a la luz del interes de Howard y Maureen, con el alcohol prendiendo un reconfortante fuego en su interior, la tension que Samantha llevaba dos dias acumulando parecio disolverse y se vio reemplazada por una fragil sensacion de bienestar.
La acogedora sala estaba impecable. En unos estantes a ambos lados de la chimenea a gas se exhibia una seleccion de porcelana ornamental, que en casi todos los casos conmemoraba algun hito o aniversario del reinado de Isabel II. Una pequena libreria en el rincon contenia una mezcla de biografias reales y los satinados libros de recetas que abarrotaban tambien la cocina. Varias fotografias adornaban estantes y paredes: Miles y su hermana pequena, Patricia, sonreian desde un marco doble con uniformes escolares a juego; las dos hijas de Miles y Samantha, Lexie y Libby, estaban representadas varias veces, de bebes a adolescentes. Samantha figuraba en una sola fotografia de la galeria familiar, aunque era una de las mas grandes y destacadas. Aparecian Miles y ella el dia de su boda, dieciseis anos antes. El se veia joven y apuesto, mirando al fotografo con sus penetrantes ojos azules entornados, mientras que ella los tenia cerrados, a medio parpadeo, el rostro de perfil, con una papada provocada por la sonrisa que le ofrecia a otro objetivo. El raso blanco de su vestido, tenso sobre los pechos ya henchidos por el principio del embarazo, la hacia parecer enorme.
Una de las manos como garras de Maureen jugueteaba con la cadena que siempre llevaba al cuello, de la que pendian un crucifijo y la alianza de boda de su difunto marido. Cuando Samantha llego al punto de la historia en que la doctora le decia a Mary que no habian podido hacer nada, Maureen le puso la mano libre sobre la rodilla y se la oprimio.
—?La cena esta servida! —anuncio Shirley.
Aunque no habia tenido ganas de acudir, Samantha se sintio mejor que en los ultimos dos dias. Maureen y Howard la trataban como si fuera una mezcla de heroina e invalida, y ambos le dieron palmaditas en la espalda cuando paso ante ellos de camino al comedor.
Shirley habia atenuado las luces y encendido largas velas que hacian juego con el empapelado y sus mejores servilletas. El vapor que se elevaba de los platos de sopa en la penumbra hacia que la cara ancha y rubicunda de Howard pareciera de otro mundo. Samantha, que casi se habia acabado la gran copa de vino, penso que seria divertido que su suegro anunciara que iban a celebrar una sesion de espiritismo, para pedirle a Barry que relatara por si mismo los sucesos del club de golf.
—Bueno —dijo Howard con voz grave—, creo que deberiamos brindar por Barry Fairbrother.
Samantha inclino rapidamente su copa para evitar que Shirley viera que ya se la habia bebido casi toda.
—Practicamente no hay duda de que fue un aneurisma —anuncio Miles en cuanto las copas hubieron vuelto a aterrizar en el mantel. Le habia ocultado la informacion incluso a Samantha, y se alegraba de ello, porque podria haberle quitado la primicia en ese mismo momento, mientras hablaba con Maureen y Howard—. Gavin llamo a Mary para transmitirle el pesame del bufete y ponerla al dia con respecto al testamento, y Mary se lo confirmo. Basicamente, una arteria de la cabeza se le hincho hasta reventar. —Habia buscado el termino en internet, una vez que averiguo como se escribia, de vuelta en el despacho tras hablar con Gavin—. Podria haberle pasado en cualquier momento. Al parecer, es un defecto de nacimiento.
—Espantoso —opino Howard, pero advirtio entonces que Samantha tenia la copa vacia y levanto toda su humanidad de la silla para llenarsela.
Shirley tomo una cucharada de sopa con las cejas arqueadas casi hasta el nacimiento del pelo. Samantha, en un acto de rebeldia, bebio un buen trago de vino.