Fairbrother, que ya habian vuelto al colegio. Apenas habia visto a Gaia en el instituto y lo esperaba una tarde desolada, con el unico consuelo de unas fotos de Facebook que ya tenia muy vistas.
Al acercarse el autobus a Hope Street, a Andrew se le ocurrio que ni su padre ni su madre estaban en casa y que, por tanto, no advertirian su ausencia. Llevaba en el bolsillo los tres cigarrillos que le habia dado Fats, y Gaia ya se habia levantado, sujetandose a la barra del respaldo del asiento para hablar con Sukhvinder Jawanda mientras se preparaban para apearse.
?Por que no?
Asi que se levanto tambien, se echo la mochila al hombro y, cuando el autobus se detuvo, recorrio con brio el pasillo detras de las dos chicas.
—Nos vemos en casa —le dijo a su desconcertado hermano al pasar por su lado.
Bajo a la soleada acera y el autobus se alejo con gran estrepito. Encendio un cigarrillo y miro a Gaia y Sukhvinder por encima de las manos ahuecadas. Ellas no se dirigieron hacia la casa de Gaia en Hope Street, sino que fueron caminando despacio hacia la plaza. Fumando y frunciendo un poco el cejo, imitando inconscientemente a Fats, la persona menos cohibida que conocia, Andrew las siguio y se regalo la vista con el ondular de la melena cobriza de Gaia sobre sus omoplatos, y con el vaiven de su falda siguiendo el contoneo de sus caderas.
Las dos chicas redujeron el paso al acercarse a la plaza y avanzaron hacia Mollison y Lowe, que con su rotulo de letras azules y doradas y sus cuatro cestillos colgantes era el comercio con la fachada mas atractiva. Andrew se rezago un poco. Ellas se pararon a examinar un pequeno letrero blanco en el escaparate de la nueva cafeteria y luego entraron en la tienda de delicatessen.
Andrew dio toda una vuelta a la plaza, paso por delante del Black Canon y del hotel George, y se detuvo ante el letrero del escaparate de la cafeteria. Era un anuncio manuscrito en que se solicitaba personal para los fines de semana.
Mortificado por su acne, que ese dia estaba especialmente virulento, desprendio el ascua del cigarrillo, se guardo la colilla en el bolsillo y entro en la tienda como habian hecho las chicas.
Se hallaban junto a una mesita donde se exponian cajas de galletas saladas y de avena, y observaban a aquel hombre enorme con gorra de cazador que, detras del mostrador, hablaba con un cliente de avanzada edad. Gaia volvio la cabeza cuando sono la campanilla de la puerta.
—Hola —la saludo Andrew con la boca seca.
—Hola —replico ella.
Cegado por su propio arrojo, Andrew se le acerco un poco mas y sin querer golpeo con la mochila el expositor giratorio con ejemplares de la guia turistica de Pagford y la
—?Buscas trabajo? —le pregunto Gaia en voz baja, con aquel milagroso acento de Londres.
—Si. ?Y vosotras?
Ella asintio.
—Ponlo en la pagina de sugerencias, Eddie —estaba diciendole Howard a su cliente—. Cuelgalo en la pagina web, que yo me encargo de incluirlo en el orden del dia. Concejo Parroquial de Pagford, todo seguido, punto com, punto uk, barra, sugerencias. O sigue el link. Concejo… —repitio lentamente, mientras el hombre sacaba un papel y un boligrafo con mano temblorosa— Parroquial de Pagford…
Howard desvio la mirada hacia los tres adolescentes que esperaban en silencio junto a las cajas de sabrosas galletas. Llevaban aquel espantoso uniforme de Winterdown, que permitia tanto relajamiento y tanta variacion que, a su modo de ver, no merecia llamarse uniforme (a diferencia del de St. Anne, que consistia en una sobria falda de tela escocesa y un blazer). Aun asi, una de las chicas, la blanca, era espectacular; un diamante tallado con precision en contraste con la fea hija de los Jawanda, cuyo nombre Howard desconocia, y con un chico de pelo castano apagado y una terrible erupcion en la cara.
Cuando el cliente se marcho, haciendo sonar la campanilla de la puerta, Howard pregunto sin quitarle los ojos de encima a Gaia:
—?Puedo ayudaros en algo?
—Si —contesto ella, y dio un paso al frente—. Es por lo del empleo. —Senalo el letrerito del escaparate.
—Ah, si —dijo Howard, radiante. El camarero que habia contratado lo habia dejado plantado unos dias antes por un puesto en un supermercado de Yarvil—. Si, si. Te gustaria trabajar de camarera, ?verdad? Las condiciones son: salario minimo, de nueve a cinco y media los sabados y de doce a cinco y media los domingos. Abrimos dentro de dos semanas; ofrecemos formacion. ?Cuantos anos tienes, guapa?
Era sencillamente perfecta, justo lo que el andaba buscando: buenas curvas y un rostro limpio; se la imagino con un vestido negro cenido y un delantal blanco con volantitos de encaje. Le ensenaria a utilizar la caja registradora y a ocuparse del almacen; le gastaria bromas, y quiza le diera una propina los dias que hicieran una buena caja.
Howard salio de detras del mostrador y, sin prestar atencion ni a Sukhvinder ni a Andrew, cogio a Gaia por el brazo y atraveso con ella el arco de la pared divisoria. En el otro local todavia no habia mesas ni sillas, pero la barra ya estaba instalada. En la pared alicatada de detras, en un mural pintado con tonos sepia, se representaba la plaza tal como presuntamente habia sido en sus origenes: pululaban mujeres con mirinaque y hombres con chistera; un carruaje habia parado enfrente de Mollison y Lowe, claramente identificable, y a su lado estaba la pequena cafeteria, La Tetera de Cobre. El artista habia incluido una fuente ornamental en sustitucion del monumento a los caidos.
Andrew y Sukhvinder se quedaron solos en la tienda, tan diferentes entre si y un tanto incomodos.
—Hola, ?queriais algo? —Una mujer cargada de espaldas y pelo muy negro y cardado salio de la trastienda.
Ambos mascullaron que estaban esperando; entonces Howard y Gaia reaparecieron por el arco. Al ver a Maureen, Howard le solto el brazo a Gaia; no habia dejado de sujetarselo, distraido, mientras le explicaba sus futuras tareas de camarera.
—Creo que ya he encontrado ayuda para la Tetera, Mo —anuncio.
—?Ah, si? —repuso Maureen, desviando su avida mirada hacia la chica—. ?Tienes experiencia?
Pero la resonante voz de Howard ahogo sus palabras. Le conto a Gaia cuanto habia que saber sobre la tienda, y que para el era, por asi decirlo, una de las instituciones del pueblo, una especie de monumento.
—Llevamos aqui treinta y cinco anos —explico, admitiendo con majestuoso desden el anacronismo de su propio mural—. Esta chica es nueva en el pueblo, Mo —anadio.
—Y vosotros tambien buscais trabajo, ?no? —pregunto Maureen.
Sukhvinder nego con la cabeza y Andrew hizo un movimiento ambiguo con los hombros; pero Gaia, mirando a su amiga, dijo:
—Vamos, si has dicho que tal vez si.
Howard miro a Sukhvinder, a la que desde luego no favorecerian mucho el vestido negro cenido y el delantal con volantitos; sin embargo, su mente, fertil y flexible, enfocaba en todas direcciones. Un halago al padre de la chica, una demostracion de poder ante la madre, un favor que nadie habia pedido; esos eran aspectos mas alla de lo puramente estetico que tal vez fuera oportuno tener en cuenta.
—Bueno, si tenemos tanta clientela como esperamos, quiza nos interesaria contratar a dos —dijo, rascandose la barbilla y sin dejar de mirar a Sukhvinder, que se habia sonrojado, lo que no la favorecia nada.
—Yo no… —empezo, pero Gaia la animo.
—Anda, di que si. Las dos.
A Sukhvinder, ya ruborizada, empezaban a empanarsele los ojos.
—Yo…
—?Vamos! —le susurro Gaia.
—Es que… Bueno, si.
—En ese caso, senorita Jawanda, te haremos una prueba —decidio Howard.
Sukhvinder, muerta de miedo, casi no podia respirar. ?Que diria su madre?
—Y supongo que tu querras ser el chico del almacen, ?me equivoco? —agrego Howard, dirigiendose a Andrew.
«?El chico del almacen?»