—Te advierto que necesitamos a alguien con buenos brazos —anadio, mientras el muchacho lo miraba parpadeando, perplejo: el solo habia leido las letras mas grandes que encabezaban el letrero—. Colocar los pales en el almacen, subir cajas del sotano y sacar la basura a la parte de atras. Un trabajo fisico de verdad. ?Crees que podras hacerlo?

—Si —respondio Andrew. ?Tendria el mismo horario que Gaia? Eso era lo unico que le importaba.

—Tendras que venir temprano. Digamos a las ocho. De ocho a tres, y a ver como va. Estaras a prueba dos semanas.

—Vale, muy bien —convino Andrew.

—?Como te llamas?

Al oir la respuesta del chico, Howard arqueo las cejas.

—?Eres hijo de Simon? ?Simon Price?

—Si. —Andrew se sintio incomodo. Normalmente nadie sabia quien era su padre.

Howard les dijo a las dos chicas que volvieran el domingo por la tarde, porque ese dia le instalarian la caja registradora y el tendria tiempo para ensenarles como funcionaba; entonces, pese a que le habria gustado seguir conversando con Gaia, entro un cliente, y los adolescentes aprovecharon la ocasion para escabullirse.

A Andrew no se le ocurrio nada que decir una vez se hallaron al otro lado de la tintineante puerta de cristal, pero, antes de que pudiera ordenar sus ideas, Gaia le lanzo un despreocupado «adios» y se marcho con Sukhvinder. Andrew encendio el segundo de los tres cigarrillos de Fats (no le parecio que aquel fuera momento para fumarse una colilla), lo que le brindo un pretexto para quedarse quieto mientras la veia alejarse y perderse entre las alargadas sombras del atardecer.

—?Por que llaman «Peanut» a ese chico? —le pregunto Gaia a Sukhvinder cuando Andrew ya no podia oirlas.

—Porque tiene alergia a los cacahuetes.[3] —Estaba tan aterrada ante la perspectiva de contarle a su madre lo que acababa de hacer que su propia voz le llegaba como si perteneciera a otra persona—. En el St. Thomas estuvo a punto de morirse, porque alguien le dio uno escondido dentro de una chucheria.

—Ah —dijo Gaia—. Creia que a lo mejor era porque tenia la polla muy pequena.

Rio, y Sukhvinder solto una risa forzada; como si oyera chistes sobre pollas todos los dias.

Andrew las vio girar la cabeza y mirarlo riendo, y no tuvo duda de que hablaban de el. Las risas quiza fueran una buena senal; eso, al menos, si lo sabia de las chicas. Sonriendo embobado, echo a andar con la mochila colgada al hombro y el cigarrillo entre dos dedos; atraveso la plaza y se dirigio a Church Row, y una vez alli emprendio el trayecto de cuarenta minutos cuesta arriba por el camino que llevaba del pueblo a Hilltop House.

Los setos vivos, recubiertos de florecillas blancas, adquirian una palidez espectral al atardecer; los endrinos florecian a ambos lados del camino y las celidonias lo bordeaban con sus lustrosas hojas acorazonadas. El aroma de las flores, el intenso placer que le procuraba el cigarrillo y la perspectiva de pasar los fines de semana con Gaia… todo se mezclaba en una soberbia sinfonia de euforia y belleza mientras Andrew ascendia jadeando por la ladera de la colina. La proxima vez que Simon le preguntara «?Ya has encontrado trabajo, Carapizza?», podria contestarle que si. Iba a trabajar con Gaia Bawden los fines de semana.

Y, por si eso fuera poco, ahora sabia como podia clavarle un punal en la espalda a su padre sin que el sospechara nada.

VII

Cuando remitio aquel primer impulso de maldad, Samantha lamento amargamente haber invitado a Gavin y Kay a cenar. Se paso la manana del viernes bromeando con su ayudante sobre la espantosa velada que la esperaba, pero su humor cayo en picado cuando se fue y dejo a Carly al frente de El Do de Pecho (un nombre que habia hecho reir tanto a Howard la primera vez que lo oyo que le habia provocado un ataque de asma; Shirley, en cambio, fruncia el entrecejo siempre que alguien lo pronunciaba en su presencia). Mientras volvia en coche a Pagford antes de la hora punta, para comprar los ingredientes que necesitaba y empezar a cocinar, Samantha intento animarse pensando que preguntas desagradables podia hacerle a Gavin. Podia sacar el tema, por ejemplo, de por que Kay no se habia ido a vivir con el. No estaria nada mal.

Cuando iba a pie hacia su casa desde la plaza, con varias bolsas de Mollison y Lowe en cada mano, se encontro a Mary Fairbrother junto al cajero automatico de la oficina bancaria de Barry.

—Hola, Mary. ?Como estas?

Estaba palida, delgada y ojerosa. Mantuvieron una conversacion extrana y forzada. No habian vuelto a hablar desde el trayecto en la ambulancia, salvo en el funeral, para intercambiar un pesame breve y circunspecto.

—Queria pasar a verte —dijo Mary—. Fuiste tan amable conmigo… y queria darle las gracias a Miles…

—No tienes nada que agradecernos —repuso Samantha con poca naturalidad.

—Ya, pero me gustaria…

—Pues ven cuando quieras, por supuesto…

Cada una siguio su camino, y Samantha tuvo la desagradable sensacion de que quiza Mary interpretara que esa noche seria una ocasion perfecta para pasar a verlos un rato.

Ya en casa, dejo las bolsas en el recibidor y llamo a Miles al trabajo para explicarle lo sucedido, pero el mostro una exasperante ecuanimidad ante la perspectiva de que a la cena de cuatro se anadiera una mujer que acababa de enviudar.

—No veo que problema hay, la verdad —dijo—. A Mary le sentara bien salir un poco.

—Pero es que no le he dicho que venian Gavin y Kay.

—A Mary le cae bien Gav. Yo no me preocuparia mucho.

Samantha penso que su marido estaba siendo deliberadamente obtuso, sin duda como represalia por su negativa a ir a la mansion Sweetlove. Despues de colgar, se planteo llamar a Mary para decirle que no fuera esa noche, pero temio parecer grosera y decidio confiar en que, a la hora de la verdad, no se sintiera con animo.

Aun exasperada, fue a la sala y puso el DVD de Libby a todo volumen para oirlo desde la cocina. Luego recogio las bolsas y empezo a preparar un guiso de carne y su postre de emergencia, pastel de chocolate de Misisipi. Habria preferido comprar una de aquellas tartas enormes en Mollison y Lowe, para ahorrarse trabajo, pero asi se lo habria puesto en bandeja a Shirley, quien a menudo insinuaba que recurria demasiado a los congelados y la comida preparada.

A esas alturas, Samantha ya se sabia de memoria aquel DVD, de modo que podia visualizar las imagenes que acompanaban la musica que oia desde la cocina. Lo habia puesto varias veces esa semana, mientras Miles estaba arriba, en su estudio, o hablando por telefono con Howard. Cuando oyo los primeros compases de la cancion en la que salia aquel chico tan musculoso andando con la camisa abierta por la playa, fue a la sala para verlo, sin quitarse el delantal y chupandose distraidamente los dedos pringados de chocolate.

Habia pensado darse una larga ducha mientras Miles ponia la mesa, pero habia olvidado que el llegaria tarde a casa porque iria a Yarvil a recoger a las ninas en el St. Anne. Cuando cayo en la cuenta de por que su marido no habia vuelto todavia, y de que sus hijas llegarian con el, tuvo que apresurarse para organizar el comedor ella sola, y luego buscar algo que darles de cenar a Lexie y Libby antes de que se presentaran los invitados. A las siete y media llego Miles y encontro a su mujer aun con la ropa de ir a trabajar, sudorosa, malhumorada y dispuesta a culparlo a el por lo que en realidad habia sido idea suya.

Libby, su hija de catorce anos, entro en la sala sin saludar a su madre y saco el disco del reproductor de DVD.

—Uf, menos mal. No sabia donde lo habia metido —dijo—. ?Por que esta encendida la tele? Mama, no estarias viendo este DVD…

A veces Samantha pensaba que su hija pequena se parecia un poco a Shirley.

—Estaba viendo las noticias, Libby. No tengo tiempo para ver DVD. Ven, tu pizza ya esta lista. Vienen unos amigos a cenar.

—?Otra vez pizza congelada?

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