—?Has visto el orden del dia para la proxima reunion que te he enviado esta manana?

—No, aun no he abierto el correo electronico.

Era mentira. Ya habia leido el orden del dia y se habia enfurecido, pero aquel no era momento para decirselo a Howard. Le molestaba que tratara de abordar asuntos del concejo en su consultorio; era su forma de recordarle que habia un sitio donde era su subordinada, aunque en aquella habitacion ella pudiera ordenarle que se quitara la ropa.

—Si haces el favor de… Necesitaria mirar debajo de…

Howard levanto su enorme barriga, dejando al descubierto la parte superior de los pantalones y finalmente la cinturilla. Sosteniendo su propia grasa con los brazos, le sonrio a Parminder. Ella acerco una silla y su cabeza quedo a la altura del cinturon de Howard.

En el pliegue oculto de la barriga habia una erupcion escamosa y desagradable: de un rojo intenso, se extendia de un lado del torso a otro como una sonrisa gigantesca y emborronada. Un tufo a carne podrida invadio su nariz.

—Intertrigo —diagnostico—, y dermatitis atopica ahi, donde te has rascado. Bueno, ya puedes vestirte.

Howard dejo caer la barriga y cogio la camisa, tan pancho.

—Veras que he incluido en el orden del dia el edificio de Bellchapel. En este momento esta generando cierto interes en la prensa.

Parminder tecleaba algo en el ordenador y no contesto.

—Del Yarvil and District Gazette —insistio Howard—. Voy a escribirles un articulo. —Y, abrochandose la camisa, anadio—: Quieren las dos caras de la cuestion.

Ella trataba de no escuchar, pero la mencion del periodico le encogio aun mas el estomago.

—?Cuando te tomaste por ultima vez la presion, Howard? No veo que lo hayas hecho en los ultimos seis meses.

—Seguro que la tengo bien. Me estoy medicando.

—Pero deberiamos comprobarla, ya que estas aqui.

Howard volvio a suspirar y se arremango laboriosamente.

—Van a publicar el articulo de Barry antes que el mio —dijo entonces—. ?Sabias que les envio un articulo? ?Sobre los Prados?

—Si —respondio ella a su pesar.

—?No tendras una copia? Para no repetir nada que haya dicho el, ?sabes?

Los dedos de Parminder temblaron un poco en el tensiometro. El manguito no cerraba bien en el grueso brazo. Se lo quito y fue en busca de uno mas grande.

—No —contesto de espaldas—. Nunca llegue a verlo.

Howard la vio accionar la bomba y observo el manometro con la sonrisa indulgente de quien contempla un ritual pagano.

—Demasiado alta —declaro Parminder cuando la aguja marco 17/10.

—Tomo pastillas para eso —dijo Howard, rascandose donde le habia puesto el manguito, y se bajo la manga—. El doctor Crawford no me ha comentado nada.

—Estas tomando amlodipina y bendroflumetiacida para la presion arterial, ?correcto? Y simvastatina para el corazon… No veo ningun betabloqueante.

—Por el asma —explico Howard mientras se alisaba la manga.

—Asi es… y aspirina. —Se volvio para mirarlo—. Howard, tu peso es el factor mas importante en todos tus problemas de salud. ?Nunca te han mandado al especialista en nutricion?

—Llevo treinta y cinco anos al frente de una tienda de delicatessen —contesto el sin dejar de sonreir—. No necesito que me den lecciones sobre alimentacion.

—Unos pequenos cambios en tu forma de vida te harian mejorar mucho. Si pudieras perder…

—No te compliques la vida —la interrumpio el con un amago de guino—. Solo necesito una crema para el picor.

Desahogando su furia en el teclado, Parminder tecleo recetas para una pomada fungicida y otra con esteroides; una vez impresas, se las tendio sin decir nada.

—Gracias, muy amable —repuso Howard, y se levanto con esfuerzo de la silla—. Que pases un buen dia.

II

—?Que quieres?

El cuerpo encogido de Terri Weedon se veia muy pequeno en el umbral de su casa. Apoyo sus manos como garras en las jambas para imponer un poco mas y bloquear la entrada. Eran las ocho de la manana; Krystal acababa de irse con Robbie.

—Hablar contigo —dijo su hermana. Corpulenta y hombruna, con una camiseta blanca de tirantes y pantalones de chandal, Cheryl fumaba un cigarrillo y la miraba con los ojos entornados a traves del humo—. Se ha muerto la abuelita Cath.

—?Que?

—Que se ha muerto la abuelita —repitio Cheryl mas alto—. Como si te importara, joder.

Pero Terri lo habia oido la primera vez. Le sento como una patada en el estomago y, confusa, quiso volver a oirlo.

—?Estas colocada? —pregunto Cheryl mirando cenuda la expresion tensa y distante de su hermana.

—Vete a la mierda. No, no me he metido nada.

Era verdad. Terri no se habia pinchado esa manana; llevaba tres semanas sin consumir droga. No se sentia orgullosa de ello; en la cocina no habia ningun grafico de exitos; otras veces habia aguantado mas tiempo, incluso meses. Obbo llevaba dos semanas fuera, de modo que habia sido mas facil. Pero sus bartulos seguian en la vieja lata de galletas, y el ansia ardia como una llama eterna en su fragil cuerpo.

—Murio ayer. Danielle ni se ha molestado en decirmelo hasta esta manana, joder —dijo Cheryl—. Y yo que pensaba ir a verla hoy al hospital. Danielle va a por la casa, la de la abuelita. Esa puta avariciosa.

Hacia mucho tiempo que Terri no pisaba la casita adosada de Hope Street, pero al oir a Cheryl vio con toda claridad los visillos y los adornitos del aparador. Imagino a Danielle alli, birlando cosas, hurgando en los armarios.

—El funeral es el martes a las nueve, en el crematorio.

—Vale —dijo Terri.

—La casa tambien es nuestra, no solo de Danielle. Le dire que queremos la parte que nos toca.

—Aja.

Se quedo mirando hasta que el pelo amarillo canario y los tatuajes de Cheryl hubieron desaparecido tras la esquina, y luego se volvio y cerro la puerta.

La abuelita Cath estaba muerta. Llevaban muchisimo tiempo sin hablarse. «No quiero saber nada mas de ti, me lavo las manos. Ya estoy harta, Terri, harta.» Pero no habia perdido el contacto con Krystal. esta se habia convertido en su ninita mimada. La abuelita iba a verla remar en aquellas estupidas carreras. En su lecho de muerte habia pronunciado el nombre de Krystal, no el de Terri.

«Pues vale, vieja puta. Como si me importara una mierda. Ya es demasiado tarde.»

Sintiendo una opresion en el pecho, temblorosa, iba de aqui para alla en la apestosa cocina, buscando tabaco, pero deseando en realidad la cuchara, la llama y la jeringuilla.

Ya era demasiado tarde para decirle a la vieja lo que nunca le habia dicho. Demasiado tarde para volver a ser su Terri-Baby. Big girls don’t cry… big girls don’t cry… «Las ninas mayores no lloran…» Habia tardado anos en comprender que la cancion que la abuelita Cath le cantaba, con su rasposa voz de fumadora, era en realidad Sherry Baby.

Las manos de Terri corretearon como alimanas por las encimeras en busca de paquetes de tabaco; los desgarraba uno por uno, pero estaban todos vacios. Seguro que Krystal se habia fumado el ultimo; era una cerda

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