abdominales grabados a cincel por encima de la cinturilla baja de los vaqueros.
Samantha bebio el vino de Howard y contemplo el cielo, de un delicado tono rosaceo mas alla del seto de alhena; el tono preciso que tenian sus pezones antes de que el embarazo y la lactancia los volvieran oscuros y distendidos. Se imagino con diecinueve anos, contra los veintiuno de Jake, con la cintura estrecha de nuevo, curvas prietas y un vientre plano y firme, comodamente embutida en sus shorts blancos de talla 36. Recordaba claramente la sensacion de estar sentada en el regazo de un joven con aquellos shorts, con el calor y la aspereza de los vaqueros contra los muslos desnudos y unas grandes manos rodeandole la delgada cintura. Imagino el aliento de Jake en el cuello; se imagino volviendose para mirarlo a los ojos azules, cerca de aquellos pomulos prominentes y la boca firme y perfilada…
—… en el centro parroquial, y encargaremos el catering en Bucknoles —estaba diciendo Howard—. Hemos invitado a todo el mundo: a Aubrey y Julia… a todos. Con un poco de suerte, sera una celebracion por partida doble, tu en el concejo y yo un ano mas joven…
Samantha estaba achispada y un poco cachonda. ?Cuando iban a cenar? Advirtio que Shirley habia salido de la sala, y espero que fuera para servir algo de comida en la mesa.
Sono el telefono junto al codo de Samantha, que dio un respingo. Antes de que nadie pudiera moverse, Shirley habia aparecido de nuevo, con un floreado guante de horno en una mano. Levanto el auricular con la otra.
—?Dos dos cinco nueve? —canturreo con modulacion creciente—. Ah… ?Hola, Ruth, querida!
Howard, Miles y Maureen se pusieron rigidos y prestaron atencion. Shirley se volvio para lanzarle una mirada penetrante a su marido, como si transmitiera con los ojos la voz de Ruth a la mente de Howard.
—Si —dijo Shirley con voz aflautada—. Si…
Sentada junto al telefono, Samantha oia la voz de la otra mujer, pero no distinguia las palabras.
—Oh, ?de verdad?
Maureen volvia a boquear; parecia un pajarillo antiquisimo, o quiza un pterodactilo que ansiaba noticias regurgitadas.
—Si, querida, ya entiendo… Oh, no deberia haber problema… No, no; se lo explicare a Howard. No, no supone ningun problema.
Los ojillos castanos de Shirley no se habian apartado un instante de los grandes y saltones ojos azules de Howard.
—Ruth, querida —dijo—. Ruth, no quiero preocuparte, pero ?has visto hoy la web del concejo? Bueno… no es muy agradable, pero creo que tendrias que saber que… que alguien ha colgado una cosa muy fea sobre Simon… Bueno, sera mejor que lo leas tu misma, no quisiera… Muy bien, querida. Muy bien. Nos vemos el miercoles, espero. Si. Adios.
Shirley colgo.
—No lo sabia —declaro Miles.
Shirley nego con la cabeza, confirmandolo.
—?Para que llamaba?
—Por su hijo —le dijo a Howard—. Tu nuevo chico para todo. Tiene alergia a los cacahuetes.
—Muy conveniente en una tienda de comida —opino Howard.
—Queria saber si podrias guardarle en la nevera una jeringuilla de adrenalina, solo por si acaso.
Maureen resoplo.
—Estos chicos de hoy en dia… Todos tienen alergias.
La mano sin guante de Shirley no habia soltado el auricular. Su subconsciente esperaba captar temblores en la linea procedentes de Hilltop House.
V
Ruth estaba sola en la iluminada sala, de pie y aferrando todavia el auricular que acababa de colgar.
Hilltop House era pequena y compacta. Era una casa antigua y no costaba saber donde se encontraba exactamente cada uno de los miembros de la familia Price; las voces, pisadas y puertas que se abrian y cerraban se oian muy bien. Ruth sabia que su marido seguia en la ducha, porque oia sisear y traquetear la caldera bajo la escalera. Habia esperado a que Simon abriera el agua para telefonear a Shirley, pues le preocupaba que el pudiera pensar que pedir aquel pequeno favor, lo de la EpiPen inyectable, era confraternizar con el enemigo.
El ordenador familiar estaba instalado en un rincon de la sala, donde Simon podia tenerlo vigilado y asegurarse de que nadie disparara el importe de la factura. Ruth solto el telefono y se abalanzo sobre el teclado.
La web del concejo parroquial tardaba lo suyo en cargarse. Con mano temblorosa, Ruth se ajusto las gafas de lectura en la nariz mientras examinaba las distintas paginas. Por fin encontro el tablon de anuncios. El nombre de su marido le salto a la vista en espantoso negro sobre blanco: Simon Price, no apto para presentarse al concejo.
Abrio el texto entero con un doble clic sobre el titulo, y lo leyo. De pronto, todo empezo a darle vueltas.
—Dios mio —musito.
La caldera habia dejado de sonar. Simon estaria poniendose el pijama que habia calentado en el radiador. Ya habia corrido las cortinas de la salita y encendido las lamparas de pie y la estufa de lena para bajar a tenderse en el sofa y ver las noticias.
Ruth no tendria mas remedio que decirselo. No podia dejar que el lo descubriera por si mismo, ademas de que no creia poder guardarselo para si. Estaba asustada y se sentia culpable, aunque no sabia por que.
Lo oyo bajar la escalera, hasta que aparecio en la puerta con el pijama de franela azul.
—Simon —susurro Ruth.
—?Que pasa? —repuso el, instantaneamente irritado.
Supo que algo iba mal, que su fantastico plan de sofa, estufa y noticias estaba a punto de irse al traste.
Ruth senalo el monitor, tapandose la boca con la otra mano, como una nina pequena. Su terror contagio a Simon, que se precipito hacia el ordenador y miro la pantalla con ceno. Leer no era su fuerte. Se esforzo en descifrar cada palabra, cada linea.
Cuando hubo acabado, permanecio muy quieto, pasando revista mentalmente a los probables soplones. Penso en el conductor de la carretilla elevadora, el del chicle, al que habia dejado colgado en los Prados cuando recogieron el ordenador nuevo. Penso en Jim y Tommy, que hacian con el los encargos en negro y a hurtadillas. Alguien del trabajo se habia ido de la lengua. La rabia y el miedo colisionaron en su interior y provocaron una combustion.
Fue hasta el pie de la escalera y grito:
—?Vosotros dos! ?Bajad ahora mismo!
Ruth aun se tapaba la boca con la mano. Simon sintio el sadico impulso de apartarsela de un bofeton, de decirle que se calmara, que era el quien estaba de mierda hasta el cuello.
Andrew llego el primero, con Paul detras. Andrew vio el escudo de armas de Pagford en la pantalla, y a su madre con la mano en la boca. Descalzo sobre la vieja alfombra, tuvo la sensacion de caer en picado en un ascensor averiado.
—Alguien ha contado cosas por ahi que he mencionado en esta casa —dijo Simon mirando furibundo a sus hijos.
Paul habia bajado consigo el libro de ejercicios de quimica y lo sostenia como si fuera un cantoral. Andrew miraba fijamente a su padre, tratando de adoptar una expresion de confusion y curiosidad.
—?Quien se ha chivado de que tenemos un ordenador robado? —pregunto Simon.
—Yo no —contesto Andrew.
Paul miro a su padre con cara inexpresiva, tratando de procesar la pregunta. Andrew deseo que hablara de una vez. ?Por que tenia que ser tan lento?
—?Y bien? —le insistio Simon a Paul.