Las victimas del Fantasma estaban enfangadas en hipocresia y mentiras, y no les gustaba verse expuestas. Eran unas chinches estupidas que huian de la luz. No sabian nada sobre la vida real.
Mas alla se veia una casa con un neumatico viejo tirado en la hierba del jardin. Supuso que se trataba de la de Krystal, y cuando vio el numero comprobo que asi era. Nunca habia estado alli. Un par de semanas antes no habria accedido a encontrarse con ella en su casa a la hora de comer, pero las cosas cambiaban. El habia cambiado.
Decian que su madre era una prostituta. Sin duda era una yonqui. Krystal le habia dicho que no habria nadie en casa porque su madre estaria en la clinica Bellchapel recibiendo su dosis de metadona. Fats recorrio el sendero del jardin sin aflojar el paso, pero con una inquietud inesperada.
Krystal estaba vigilando su llegada desde la ventana de su habitacion. Habia cerrado todas las puertas del piso de abajo para que Fats solo viera el pasillo; todos los trastos desparramados en el los habia metido en la sala y la cocina. La alfombra estaba sucia y quemada en algunos sitios, y el papel de la pared manchado, pero eso no podia arreglarlo. No quedaba ni gota del desinfectante con aroma a pino, pero habia encontrado un poco de lejia y rociado la cocina y el bano, las fuentes de los peores olores de la casa.
Cuando Fats llamo, corrio escaleras abajo. No tenian mucho tiempo; probablemente Terri volveria con Robbie a la una. Era poco tiempo para fabricar un bebe.
—Hola —dijo al abrir la puerta.
—?Que tal? —saludo Fats, y exhalo humo por la nariz.
El no sabia que se iba a encontrar. Su primera impresion del interior de la casa fue una caja mugrienta y vacia. No habia muebles. Las puertas cerradas a su izquierda y al fondo le parecieron extranamente siniestras.
—?Estamos solos? —pregunto al cruzar el umbral.
—Si —repuso Krystal—. Podemos subir a mi habitacion.
Ella le mostro el camino. Cuanto mas se adentraban en la casa, peor olia, una mezcla de lejia y suciedad. Fats intento que no le importara. En el rellano, todas las puertas estaban cerradas excepto una, por la que Krystal entro.
Fats no queria dejarse impresionar, pero en aquella habitacion no habia nada a excepcion de un colchon, cubierto con una sabana y un edredon sin funda, y un pequeno monton de ropa en un rincon. En la pared habia unas cuantas fotos recortadas de la prensa amarilla y pegadas con celo: una mezcla de estrellas del rock y famosos.
Krystal habia hecho aquel collage el dia anterior, a imitacion del que tenia Nikki en la pared de su habitacion. Sabiendo que Fats iria a su casa, habia pretendido que el dormitorio resultara mas acogedor. Habia corrido las finas cortinas, que conferian un tono azulado a la luz.
—Dame un piti —pidio Krystal—. Me muero de ganas de fumar.
Fats le encendio uno. Nunca la habia visto tan nerviosa; la preferia sobrada y desenvuelta.
—No tenemos mucho tiempo —dijo ella, y, con el cigarrillo en los labios, empezo a desvestirse—. Mi madre no tardara en volver.
—Ya, de Bellchapel, ?no? —dijo Fats, tratando de visualizar a la dura Krystal de siempre.
—Aja —repuso ella, y se sento en el colchon para quitarse el pantalon de chandal.
—?Y si la cierran? —pregunto Fats, quitandose el blazer—. He oido que andan pensando hacerlo.
—Ni idea —contesto Krystal, aunque estaba asustada.
La fuerza de voluntad de su madre, fragil y vulnerable como un pajarito, podia venirse abajo a la minima.
Ella ya estaba en ropa interior. Fats se estaba quitando los zapatos cuando advirtio algo metido entre la ropa de Krystal: un pequeno joyero de plastico abierto y, en su interior, un reloj que le resultaba familiar.
—?No es el de mi madre? —pregunto sorprendido.
—?Como? —Krystal fue presa del panico—. No —mintio—. Era de mi abuelita Cath. ?No lo…!
Pero Fats ya lo habia sacado del joyero.
—Si, es el suyo —dijo. Reconocia la correa.
—?Que no, joder!
Krystal estaba aterrada. Casi habia olvidado que lo habia robado, de donde habia salido. Fats no decia nada, y eso no le gustaba.
El reloj en su mano parecia representar un desafio y un reproche al mismo tiempo. En rapida sucesion, Fats se imagino largandose de alli, mientras se lo guardaba como si tal cosa en el bolsillo, o devolviendoselo a Krystal con un encogimiento de hombros.
—Es mio —dijo ella.
El no queria ser un policia. Queria vivir fuera de la ley. Pero le hizo falta acordarse de que el reloj habia sido un regalo de Cuby para devolverselo a Krystal y seguir desvistiendose. Sonrojada, ella se quito el sujetador y las bragas y, desnuda, se deslizo debajo del edredon.
Fats se acerco a ella en calzoncillos, con un condon sin abrir en la mano.
—No necesitamos eso —le dijo ella con la lengua pastosa—. Ahora tomo la pildora.
—?Ah, si?
Krystal se movio para hacerle sitio en el colchon. Fats se metio bajo el edredon. Cuando se quitaba los calzoncillos, se pregunto si le habria mentido con lo de la pildora, como con el reloj. Pero hacia tiempo que queria probar a hacerlo sin condon.
—Venga —susurro ella, y le arrebato el preservativo y lo arrojo sobre su blazer, que estaba tirado en el suelo.
Fats la imagino embarazada de su hijo, las caras de Tessa y Cuby cuando se enteraran. Un hijo suyo en los Prados, de su propia sangre. Seria mas de lo que Cuby habia conseguido en su vida.
Se encaramo encima de ella; aquello si que era la vida real.
VIII
A las seis y media de aquella tarde, Howard y Shirley Mollison entraron en el centro parroquial de Pagford. Shirley cargaba con un monton de papeles y Howard llevaba el collar con el escudo azul y blanco de Pagford.
El parquet crujio bajo el colosal peso de Howard cuando se dirigio a la cabecera de las deterioradas mesas, ya colocadas una junto a la otra. Howard le tenia casi tanto carino a aquella sala como a su propia tienda. Las ninas exploradoras la utilizaban los martes, y los miercoles el Instituto de la Mujer. Habia albergado mercadillos beneficos y celebraciones de aniversario, banquetes de boda y velatorios, y olia a todas esas cosas: a ropa vieja y cafeteras, a vestigios de pasteles caseros y ensaladillas, a polvo y cuerpos humanos; pero sobre todo a madera y piedra muy antiguas. De las vigas del techo pendian lamparas de laton batido de gruesos cables negros, y se accedia a la cocina a traves de unas ornamentadas puertas de caoba.
Shirley iba distribuyendo la documentacion alrededor de la mesa. Adoraba las reuniones del concejo. Aparte del orgullo y el goce que le producia ver a Howard presidiendolas, Maureen estaba forzosamente ausente. Como no tenia ningun papel oficial, debia conformarse con las migajas que Shirley se dignaba compartir con ella.
Los demas concejales fueron llegando solos o en parejas. Howard los saludaba con su vozarron, que reverberaba contra las vigas. Rara vez asistian los dieciseis miembros del concejo; ese dia esperaban a doce de ellos.
La mesa estaba llena a medias cuando llego Aubrey Fawley, caminando, como siempre, como si tuviera un fuerte viento en contra, con un aire de esfuerzo desganado, ligeramente encorvado y con la cabeza gacha.
—?Aubrey! —exclamo Howard alegremente, y por primera vez se adelanto para recibir a un recien llegado—. ?Que tal estas? ?Como esta Julia? ?Has recibido mi invitacion?
—Perdona, no se…
—La de mis sesenta y cinco anos. Sera aqui, el sabado… El dia despues de las elecciones.
—Ah, si, si. Oye, Howard, hay una joven ahi fuera… Dice que es del